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Además de escribir libretos, tocar bajo y viajar hasta donde las energías me lo permiten, ahora tengo otro rol que también me ha dado una que otra satisfacción: el de Cupido. Debo confesar que llevo varios años tratando de emparejar personas, y generalmente lo hago el día de mi cumpleaños, fecha perfecta para invitar gente que no se conoce, que solo me tienen de amigo en común, pero según yo tienen una alta compatibilidad.

Una vez, un amigo me contó que le gustaba alguien pero no la conocía. Le propuse que me organizara una fiesta de cumpleaños en su casa, gastara torta, comida (sí, muy aventajado) y la invitábamos, pero no solo a ella sino a la hermana, aprovechando que fueron compañeras de Iglesia en mi infancia. El tipo aceptó y era obvio que iba a ganar, quién no cuando se juega de local. Otra vez una amiga me visitó en otra fiesta de cumpleaños, esta sí real. Me habló de sus altos estándares, de lo peleles y cobardes que son los manes, y así despotricó hasta que conoció al hermano de un invitado. Tiempo después, el cantar fue otro.

Y creo que la fama se empezó a regar, porque ahora personas que no conozco me escriben y me piden consejos, me cuentan de sus tragas y yo me rebano el cerebro pensando en cómo ayudarles. Es ejercer de guionista y tener el privilegio de escribir historias con gente real, porque además de recibir la información íntima, la analizo y obtengo el perfil de los personajes, pienso en situaciones donde pueda aflorar lo que tenga que aflorar y las sugiero, para que ellos decidan. Lo importante es no forzar ni imponer, porque la pita queda tensa y se puede romper. Hay que observar con cautela y mover fichas para que todo sea natural y nunca se note que soy el clon del Hitch peruano, pero sin ingresos.

Siempre he sido fan del amor pero de una manera un tanto lejana, porque ese virus ha tocado mi puerta muy pocas veces, generalmente de manera utópica y con tintes de comedia romántica. Dice el filólogo español Fernando Alberca, que «un noviazgo debe ser suficientemente largo como para conocerse bien y lo suficientemente corto como para no aburrirse». Ante eso uno queda peor, porque además el tipo propone momentos clave que como pareja deben vivir a razón de que esa relación sea un noviazgo de verdad.

Como mis relaciones no han llegado ni a oídos de la suegra, ni mucho menos a un aniversario real con bombos y platillos, creo que tal vez por eso disfruto tanto dar consejos, porque es casi que jugar y experimentar mientras otros la embarran, o la arreglan, porque hay de todo. Una vez, un amigo me contó que estaba almorzando en su casa con su novia, su suegra y su mamá. La cosa se calentó sin necesidad de horno microondas cuando su novia, acomedida y atenta, ofreció lavar la loza y sin querer rompió un plato de la vajilla cara que la mamá de mi amigo solo sacaba para ocasiones especiales. Esto desató una pelea de gatas entre suegra, novia y madre en la que mi amigo no tuvo más remedio que irse a jugar PS3.

La suegra se molestó con él porque no defendió a su hija, la mamá le sacó en cara la vajilla y hasta la universidad que le pagó, y para no desentonar, la novia le pidió un tiempo. Yo le sugerí que si le importaba tanto hacerla sentir bien, la llevara a un parque y que allá los estuviera esperando una caja con una vajilla, para que entre los dos la rompieran mientras le decía que no hay platos, ni pocillos, ni nada que importe más que el hecho de estar juntos y ser felices. La escena es perfecta para un chick flick, pero yo la meteré en una serie web.

Al final, el tipo no hizo lo que le recomendé y todo volvió a la normalidad. El otro man, el que me armó la fiesta falsa de cumpleaños, después me escribió contándome que salió con ella y que se dio cuenta que nada que ver. Mi amiga, la que conoció al hermano de un invitado a la fiesta, siguió criticando a los manes porque después de salir con este, el tipo se empezó a hacer el loco y nunca más dio la cara. Tal parece que mis consejos no es que funcionen del todo.

Me quedé pensando en eso, en que arrendamos lo que queremos hacer en la vida y motivamos a otros a que lo hagan por miedo a que la embarremos en primera persona. Debe ser por eso que este año decidí aventurarme a conocer a alguien maravilloso, una mujer que me llevó a querer dejar de ser narrador para pasar a protagonizar. Parece que encontré la cura para la rinitis que no me dejaba respirar el Dulce Olor del amor. Algún día contaré esa historia.

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