Saqué uno de los choripollos de la bolsa, le pegué un mordisco y le dije al taxista que por qué mejor no me daba una vuelta por el Norte.
Ayer volví a mi barrio de casi toda la vida: El Ingenio. Tengo miedo de que un día llegue a la Pasoancho, y a ese barrio lo hayan cerrado y convertido en un centro comercial y complejo acuático. No pasé hasta la parte del “TRES”, que era el “mío”; el de los lavaperros, levantados y el de la gente con ingresos medios. Fui solo a la parte del “UNO”, donde en una época abundaban los médicos, industriales y empresarios –algunos torcidos–, hasta que los narcos y capos del Ingenio DOS también se adueñaron de esa parte. Aclaro que mi familia no ha tenido nada que ver con el mundo del hampa… Ojalá… Simplemente no nos alcanzaba para el sector más caro. Alguna vez cuando me tocó entrevistar a Natalia París para la Revista Bocas, de El Tiempo, me enteré de que según varias declaraciones a la justicia colombiana por parte de varios narcos del Cartel Del Norte del Valle, al esposo de esa delicia lo secuestraron en Medellín, ¡‘por sapo’!; y lo trajeron a una casa, de esta parte de la ciudad, a torturarlo. El pendejo andaba rebien en Estados Unidos y le dio por venir a Colombia a mariquiar. El famoso “Julio Fierro”. ¿Lo conocen? Qué dizque durante horas lo volvieron mierda, vaya uno a saber a qué vejámenes lo sometieron, hasta que apareció Wilber Varela, alias, “Jabón” y lo “compró” para hacerlo pagar y desaparecerlo en algún terreno de este departamento o un departamento vecino. ¡Qué gonorrea! ¡Pobre man! ¡Pobre Nati! Aún recuerdo las putiadas que ella me pegó cuando le pregunté que si esto era verdad. Me sacó del lugar y que tales, pero cuando se calmó, me hizo volver a entrar advirtiéndome que no tocáramos más el tema. Luego solo hablamos güevonadas; de su carrera como DJ, de cuando vio un Ovni, de que según ella, y los estudios que leyó, el pollo tratado volvía homosexuales a los niños, o de cuando comía ácidos y metía muchas drogas…
Mientras estaba ahí en mi cochino barrio, me dispuse a buscar uno de los manjares clásicos de este sitio: los legendarios choripollos y el champús que desde el colegio íbamos a comer –después de que mi mamá me recogiera–, junto a varios amigos que preferían irse en mi carro que en el bus viejo de un colegio de curas cacorros. Con tristeza me di cuenta de que los puesticos donde se mantenían todos esos niches rebacanes y esas negritas buena gente, habían desaparecido. Ya no estaba la fila de carros con gente comiendo sus grasosas delicias. Ya no estaban todas esas mozas de traquetos que de vez en cuando iban a engordar a ese lugar. La angustia se apoderó de mí. Comencé a buscar un rastro, una pista, algo que me indicara el paradero de los apreciados choripollos. Con alegría pude ver que habían dejado un letrero que decía que ahora estaban por la 14 con 80. Salí rápidamente a la Pasoancho, le puse la mano a un taxi y cuando me paró, le dije al señor que me llevara cuanto antes a donde habían trasladado a “los chorizos del Ingenio”. Estaba tan hambriento que ni tuve ganas de esperar a los capos de Uber. Ya le iba a decir al taxista por dónde coger, pero el man se volteó y me dijo: «papi, me ‘antojastes’, yo se dónde están ahora”. Fue una de las cosas más lindas que he escuchado en años.
Nos fuimos hacia el lugar y con placer descubrí que los choripollos estaban en una bahía en la dirección que habían escrito. ¡Ni mandada a hacer! Ahí, atrás del maldito parque del Ingenio III, que da contra ese barrio que un día me desperté y encontré que habían decidido “inventarse”. Donde pusieron unas unidades y un complejo de casas todas mal hechas. Mi hermano en joda, a ese barrio le dice el “Ingenio IV”. Yo lo llamo “Caney Alto”. Algunos lo tratan de relacionar con el maldito Valle del Lili. Me enteré ayer, por un amigo habitante de ese lugar, y que se mantiene ofendido por nuestras burlas, de que ese barrio tiene el “tragicómico” nombre de “Limonar” no sé que putas. El cabrón siempre se ha sentido un poco acomplejado por vivir en ese sector. Cada vez que lo jodíamos salía a decir que ese era “el nuevo sur de Cali…”
Me bajé del taxi y casi salgo corriendo a abrazar a esos “niggas”. Ahí en la bahía otra vez estaban con el mismo puestico, asando los mismos deliciosos chorizos. Unos metros más adelante también estaba la señora del champús y las empanadas. ¡Qué alegría, ole! A su alrededor varios tombos pidiendo su cuota gastronómica, varios taxistas, oficinistas y habitantes del sector… ¿almorzaban? Eran las once y cuarenta y cinco de la mañana… Saludé al par de “niggas”, les pregunté por el cucho, “el patrón” que comenzó todo el “bisnes”. Al parecer el viejo ya se retiró a vivir relajado de la plata que hizo y siguen haciendo sus hijos. Pedí dos chorizos de pollo, dos gaseosas y par limones, le gasté al taxista. De vez en cuando es chévere compartir tu dinero, un momento, un puto chorizo, con alguien que se la pasa trabajando duro todo el día metido en un puto carro. La gente cree que yo odio a todos los taxitas de Colombia. La verdad odio a los de Bogotá, porque no te llevan a tu destino y son unas ratas, y a los de la costa, porque no tienen taxímetro y son peor de ratas. En Cali los taxistas no son tan malos. En serio. La mayoría son bien y te aguantan tus borracheras, y casi siempre tienen cambio. Su único problema es que muchos no prenden el aire –y quién les dice que lo hagan–, o sus carros viejos no tienen este sistema, y te toca aguantarte el maldito calor del día a día…
Durante diez minuto estuvimos hablando mierda el taxista, uno de los “niggas” y yo. Según lo que nos contó el “choricero”, a ellos los sacaron del Ingenio porque la Universidad del Valle va empezar unas construcciones por ese caño seco donde se parchaban. Que afortunadamente ellos tenían un permiso especial para laboral en la calle y por eso los reubicaron. Que los vecinos de este barrio andan hasta felices con ellos porque la presencia de su puesto de chorizos ahuyentó a los ladrones, y a los travestis y pervertidos que mantenían en ese parque teniendo relaciones sexuales, practicando el famoso dogging. Alguna vez cuando iba caminando ebrio a las tres de la mañana, la borrachera se me pasó por completo cuando a lo lejos vi correr por entre los matorrales de ese parque a una “vieja” en tacones y con un vestido azul. En ese momento no supe qué putas había visto pero salí corriendo para mi casa. Luego me contarían la realidad sobre lo que pasaba en ese lugar. Me pareció algo raro el cuento del permiso del puesto de los niches. Me dieron ganas de preguntarle más cosas al “nigga” sobre el asunto, pero no quería que pensara que yo estaba de sapo. Quizás hasta me estaba era tramando. Me dieron ganas de preguntarle si nunca han pensando montar un local serio. Si nunca han querido montar un puesto en algún lugar de manera “legal”. Pero luego caí en la cuenta que como pasa en esta ciudad, si ellos llegaran a formalizar su vuelta, la gente dejaría de ir. A la gente de este devergonzadero le gusta es la informalidad, lo callejero, la recocha, el tierrero…
Mientras mordía mi choripollo y la grasa escurría por mi boca, recordé a esa delicia con la que alguna vez salí y me di besos, que vivía cerca a mi casa, y que varias veces a la semana me recogía para ir a comer en el puesto de los niches. Era una hembra bien extraña. Tenía las relucas, andaba en un Mazda 3, pura pintica de “narca estilosa” de la San Buenaventura –creo que su papá era bandido– pero la hembra era descomplicada y guerrera, y le valía verga todo. Un día podía estar en Lolas tomando whisky o champaña con puras delicias y matoncitos de estrato 5 y 6, con tacones y un vestidito apretado que le resaltaba las tetas y el culo operado. Otras veces podía estar conmigo comiendo chorizo y tomando champús; o escuchando electrónica y fumando bareta, en pipita, en lugares como Garden Lounge y Kuana; o metiendo pepas en Elíptica, mientras un dj reconocido de techno nos “azotaba” con su mejor “maquinaria”. O escuchando las mismas canciones de rock noventero en Bourbon Street. En esa época la banda de ese chuzo era conformada por los miembros de Cápsula. Liderada en ese entonces por el artista ahora conocido como Mike Bahía, el presentador, youtuber frustrado, David Zúñiga, alias “el atarbán”, y el músico –talentoso, pa’ qué– que se hace llamar “Enduropunk”; ese que luego participó en un reality musical de Caracol o RCN, no recuerdo bien. En ese tiempo creo que alcancé a ser feliz en esta desvergonzada ciudad.
Terminé mi chorizo. Por un momento me pregunté dónde estaría esa delicia. La última vez que la vi me la encontré hace poco en el Éxito de Unicentro haciendo mercado con la mamá, el tonto que escogió como esposo y una barriga de ocho meses. Así y todo se veía hermosa. Ella no me vio, crucé fue miradas con la cucha pero estoy seguro que ella volteó a mirar cuando le di la espalda… Todo le salió como lo tenía planeado. En uno de nuestros últimos parches, cuando me llevó a comer chuzo a Sebastián de Belalcázar –yo sé, a la piroba le encantaba comer cochinadas–, me preguntó, mientras estábamos sentados en el pasto mirando la ciudad ,–un domingo a las 4 de la tarde–, que si a mí no me gustaría tener uno o varios “Victorcitos”. La miré aterrado. Ella se cagó de la risa. Me dio un beso y me repitió que sería bonito tener a varios “Victorcitos” por ahí jodiendo, dando lora. Me reí de forma nerviosa. La piroba se cagó más de la risa y me dijo que me relajara que estaba jodiendo, pero pues que algo sí tenía claro: a los 28 debía estar casada y con un hijo. En ese momento ella tenía 22 yo tenía 26. Lina, así se llamaba, tenía el nombre y el pensamiento de la típica caleña. Todas añoraban la misma mierda. No tenía mayores aspiraciones que parir y ser mantenidas por un cabrón.
Esa tarde nos quedamos allí un buen rato, abrazados, apreciando la vista de esta bella, violenta y calenturienta ciudad. Cada vez que algún pendejo conocido quiere llevar a un extranjero a visitar los lugares emblemáticos de Cali, y me hace acompañarlos a Sebastián de Belalcázar, vuelvo a vivir este pequeño momento… ¿Por qué no seguí con la delicia?… Yo en esa época vivía en Bogotá y venía a Cali a ratos… Pero esa es una historia que será contada en otra ocasión…
Pedí dos chorizos para llevar. Le pregunté al taxista si quería repetir pero me dijo que todo bien, que muchas gracias, que ya estaba al pelo. Pagué y nos fuimos para mi casa por la Plaza de Toros. En el camino el taxista me contó que era guarda del INPEC en la Cárcel de Jamundí, y que estaba trabajando en este carro de un primo mientras lo reintegraban de nuevo, que lo habían suspendido por un problema culo. No tenía cara de taxista. Era un paisa como de 35 años, ojos claros, piel muy roja, ni gordo ni flaco. Tenía más bien pinta de escolta bacano. Como los escoltas de algunos amigos míos que eran millonarios. Me dieron ganas de preguntarle por qué estaba suspendido y sacarle historias de la cárcel, pero me contuve. Hacía varios años me había retirado del periodismo y ya me daba pereza escribir. Afuera el sol calentaba como siempre, me atrevería a decir que estábamos a 32 grados. Muchos salían a almorzar. Miré por las ventanas a todos esos vendedores ambulantes de los semáforos. Miré a toda esa pobre gente estresada en ese cochino MIO. Todos llevaban caras largas. La vida podía ser dura. Saqué uno de los choripollos de la bolsa, le pegué un mordisco y le dije al taxista que por qué mejor no me daba una vuelta por el norte de la ciudad.
D.V.B.
Bien por la crónica con lenguaje chorilibre
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Qué lectura tan deprimente. La narconovela ya está pasada de moda. Lo siento.
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Pff.. Menos mal dejo el periodismo
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Perdí casi 15 minutos leyendo esta bobada. Y peor saber que el que lo escribió perdió más de 15 minutos. Una verdadera pérdida de tiempo.
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Poco educativo e inrteresante
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juajajajaja rallao el vic !
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Estuvo buena la crónica
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Que baboso
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