Descolócate y descuelga tus tacones, que tú caminas dando puntazos, taconazos en los ojos de tus enemigos, así que záfate de esos de plástico, libérate de tus dones postizos y de tu rabo levantado hasta la cintura y pon los pies en la tierra, en la calle; así, bien borracha escupe todas tus bilis de ebria, blancas y negras, luego mira hacia arriba. ¿Te puedes poner de pie? Pareces caminando sobre puntillas o como un siervo recién nacido, como niño recién golpeado y aturdido con el ojo morado y colgando como las gotas de un vaso dorado, morado, atragantado; entonces escupe si estás muy atorada, escúpele a las gotas de agua que te manchan la cara cara, la cara de gata, tus pestañas y las joyas baratas de lata, de rata.
Tú no eres cualquier fulana, cualquier perenceja o cualquier pendeja así que desenvuélvete de tu madeja antes de que te caiga del cielo la mortaja ¡que te están siguiendo! Porque al grandote que dejaste atrás te viene pisando los talones por haberlo dejado solo con un mordisco en esos labios de negro glande, así que cuidado con sus cadenas de oro, cuidado con sus sogas de diamante que si las lanza como un espider man te atrapa y te tapa la boca y ya no vas a poder vomitar y te ahoga, te sopla, te sacude como un cajón viejo y te deja escurrida sobre el tendido goteando el fondo de un balde.
María la Sábana bendita, la santa, la sábila, tu eres tu medicina, tus jamones se curan solos, se salan con manos benditas y te medicas con las jeringas que te cuelgan de las venas de las piernas porque tienes los brazos todos amoratados, amordazados de sangre negra y de un esperma que te está pudriendo los nervios tuberculosos ¡que ojalá un día resfríes con sangre, tosas con sangre y vomites sangre! a ver si se te colocan rojos los labios, así bien carmín, y tu cuerpo, escuálido y pálido como las obleas que compra la gente en Semana Santa con queso blanco y salsa de mora.
Ya te tengo entre los ojos, María la quetúquieras, la que más te guste, porque a mí me gustan todas las que has sido hasta el día de hoy, un lunes de lluvia y húmedo de ropa rota colgando emparamada sobre el techo de las casas porque hoy día ya no hay jardines como los de antes, llenos de flores, azucenas, cuerdas colgadas capoteando el aire con sábanas limpias y largas, pero ahora tus piernas están sucias y amoratadas y tiemblan en la calle porque es difícil pedirte que huyas de los pasos lentos que te persiguen desde hace un rato cuando tus espasmos estomacales de sábado en la madrugada detienen tus tacones de plástico sobre el barro de la acera mientras sobre la otra acera, el negro de labios glandes ya te está mirando desde atrás.
Le deben faltar un par de metros antes de atraparte entre sus cadenas de medusas, y con que con que, María, con que eso hiciste, pero ¿qué más, María cualquiera? ¿Qué? ¡Pero eso no se hace! Eso es PELIGROSO querida María la del Barrio, la de las barriadas, que te prometes a varias manos y al final, pues nada: ni de lo uno ni de lo aquello, así que ambos hombres han salido con los ojos caudalosos y llenos de barro con el genio encaramándoseles por la cintura, María ¿qué harás con ambos hombres? Si el uno ya lo ves, seguro que el segundo no se esconde porque espera a que sea su tiempo después de que te agarre ese hombre glande y te desmeche con toda su ira, entonces llegará el segundo que debe estar agazapado tras los postes o esperando tras una ventana, tras unas cortinas con joyas de lata barata brillándole entre sus ojos de pantera.
Comentarios