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Yolanda Pineda Aristizábal (1941-2015)*

—¿Ya viste lo que pasó en París?

—Sí: una desgracia. Criminales y carniceros mataron y se inmolaron bajo la ilusión de un pretendido sacrificio que los dotara de trascendencia. Se creyeron «víctimas» y produjeron muchas más víctimas. Asistimos a una guerra asimétrica del falso trascendentalismo contra el falso inmanentismo.

—¿Cómo así?

­—El ser humano es un animal metafísico. Es el único que adora a sus muertos. Incluso las personas «ateas» se mueven bajo aspectos religiosos o teológicos. No lo ignoraron esos yihadistas al atentar contra París: atentaron contra un símbolo religioso de la modernidad, contra la “ciudad luz”, contra el sitio «sagrado»
 de nuestra sociedad secularizada.

—¡Explícate!

—El turismo es la religión actual y París constituye su “meca”. ¿Cuántos no hemos ido allá para sacarnos una foto frente a la Torre Eiffel o hacer largas filas en el Museo de Louvre? La última vez, días antes de la masacre de Charlie Hebdo, estuvimos donde una de nuestras mejores amigas. Ella es parisina y ahora está en shock, la pobre. Ella se queja de tanto turismo y se pregunta por qué otros países mucho más grandes que Francia no han logrado construir otros centros de belleza y esplendor. Los estadounidenses erigieron en el desierto un casino monstruoso, Las Vegas, con una vil copia de la Torre Eiffel. Los chinos que todo lo copian recientemente calcaron, para evitar tanto turismo hacia París, una ciudad casi idéntica a París. ¿Por qué sigue el turista peregrinando al París-París?

—Muy buena la sátira: París como la “meca” de la burguesía mundial. Eso quiere decir que nuestra modernidad no puede desconocer sus orígenes teológicos…

—Exacto. El gran pensador francés René Girard (1923-2015) se dio cuenta de que el turismo es una degradación del antiguo peregrinaje, ya que se produce siempre a epicentros de la cultura moderna, pero de una cultura que continúa ligada a lo religioso. Alarmado de que todo el mundo deseara lo mismo –hacerse por ejemplo una foto con la Torre Eiffel de fondo–, Girard habló del deseo mimético: la envidia, la competitividad, la lucha violenta y hasta el terrorismo se explican por la rivalidad que nace del deseo de lo mismo. Hay más violencia entre iguales que entre diferentes.

—¿Qué solución ves a todo esto?

—Orar en el fondo de una iglesia un “Padre Nuestro»: «…perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.” Sin ironías, sólo nos queda rezar por las víctimas fatales y desear el restablecimiento en Europa del imperio católico, apostólico y romano. «El mundo no conocerá la paz hasta que el Imperio romano esté reconstituido» (Dante).

—¿Pero qué dices?

— Digo que el relativismo de la multiculturalidad esconde también una intolerancia. A los muchachos yihadistas a punto de inmolarse por Alá no hay que combatirlos con el laicismo ni menos aun con el ateísmo. Yo quisiera contarles la doctrina de Cristo: la de un Dios hecho hombre que ya se sacrificó por todos nosotros y que, en su sacrificio, no mató a nadie y perdonó a sus enemigos aun cuando su Padre lo hubiera abandonado.

—¡Dios mío!  Muchos te dirán que cómo te atreves a hablar de “cultura católica” cuando lo «católico» se opone a la «cultura». ¿Estás sugiriendo acaso que sólo leamos a los Padres de la Iglesia y que el sermón del cura sea nuestros único dogma?

—Los Padres de la Iglesia, como San Agustín o Santo Tomás, son auténticas enciclopedias. Asimilaron lo pagano y lo clásico. No se puede desconocer su aporte.  La gente piensa que París es lo más moderno por Voltaire, Diderot, el Márquez de Sade, la Revolución, el sitio de 1848, «Los miserables» de Víctor Hugo, «Las flores del mal» de Baudelaire, los poetas malditos (Rimbaud, entre ellos, que acabó vendiendo armas en África). Pero suelen desconocer que ellos reaccionaban contra el urbanista Barón Hausmann, quien derruía por esos años murallas, bulevares y acababa con casi todos los barrios góticos. Así como en el siglo XIX la «modernidad» agudizó el romanticismo decadente y suicida, probablemente en el XXI la «posmodernidad» esté agudizando el yihadismo. Entre más drones, más yihadistas…

(fragmentos de un diálogo con un pensador católico…)

 

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