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soñadoraYo estaba ciega. Soy Mariana, una mujer soltera de clase media, con 32 años y profesional en arquitectura; me considero culta e inteligente, con preocupaciones económicas y el deseo de conocer, como mi principal prioridad, personas con las que tengamos intereses en común. Para lograrlo dispongo de las redes sociales como único medio.

Un día me llegó un mensaje a mi Facebook que me llevó a tener el primer contacto con Álex, un profesor de literatura. Un hombre divorciado, de unos 55 años.

La afición por el arte literario y el buen sentido del humor de los dos hicieron que hubiera una tímida conexión entre nosotros. Su permanente comunicación hizo que se volviera costumbre compartir rutinas diarias por WhatsApp. Como típico hombre conquistador que adula a las mujeres, los elogios por mis intereses profesionales y mis pasatiempos no faltaban. Con cada conversación crecía más la empatía y aumentaba la confianza.

Y no dejaba de causarme curiosidad que un hombre divorciado, y con un pasado que incluía una niña de 15 o unos pocos años más como novia reciente, con hijos y con 55 años, estuviera sin pareja y mostrara tanta insistencia por conocerme así no más.

Nuestra amistad virtual se fortalecía, hasta que un día decidió conocerme. Y rápidamente el destino lo permitió.

Él era un hombre de buena apariencia, inteligente y de buen humor; apareció ante mí sin tener yo el deseo, mucho menos sin pensar que él fuera el posible candidato. Y sin que se me hubiera pasado por la mente.

Por esos días solo pensaba en tener dinero para darme mis gustos y ayudar en mi casa; siempre he pensado que uno no debe depender de nadie para realizarse como persona, y mucho menos de un hombre.

Compartimos un par de días como amigos, pero la gran empatía que surgió, y tal vez mi aparente necesidad de vivir una aventura que me hiciera salir de mi monótona vida, hizo que me fijara en él.

Pasaron seis meses, desde el primer contacto por Facebook, para que nos conociéramos en persona y naciera lo que yo creía que era una relación. Nos vimos dos veces seguidas, y a la tercera estábamos juntos.

Conocí a su familia, a la que siempre me presentó como su amiga. La edad de Álex y la seguridad que mostraba me hicieron pensar.

Aunque con todos los temores del caso, había comenzado una relación de noviazgo. Y él menciono aquella frase:   14347033 - illustration of a a boy and a girl on a white background

–¿Al fin qué somos? ¿Novios, amigos, o amantes?

A lo que yo respondí:

–Las tres…

Después de un tiempo sin pareja, me hizo tomar la decisión de comenzar con ese cuento.

A mi familia no le gustaba, pero ¿y qué? A pesar de los inconvenientes decidí defenderlo y hacerlo respetar. Es un hombre maduro, que sabe lo que quiere , alegaba yo siempre.

Luego nos volvimos a encontrar un par de veces más y conocí un poco de su vida, su casa, su rutina…

Por cosas del destino, obtuve un trabajo relativamente cerca de él, pues estaba aparentemente interesado en ayudarme a conseguir un empleo y eso lo usó como señuelo para que yo lo considerara un hombre maduro, con serias intenciones y decidido a ser mi novio.

En menos tiempo del que hubiera imaginado, terminamos viviendo juntos un par de meses, y entonces me di cuenta de que de los afanes no queda sino el cansancio y de que no hay que mostrar fragilidad ante los hombres, por más encantadores que sean.

Con él me sentía como una casi esposa, pues albergo ese chip de mujer de hogar, encantada de dar amor de diversas maneras: cocinar, ayudar en el aseo, comprar víveres. Uno que otro detalle para que mi pareja se vea bien, dar consejos, etc.

Nos divertíamos mucho, pasábamos ratos muy agradables y tiernos, y me brindó toda su confianza para permanecer en su casa; pero, curiosamente, aun viviendo en su casa, nunca me presentó como su novia, y acudía a la excusa de mantener la privacidad para conservar la relación, cosa que en su momento asumí que era buena.

Creo que él pensaba así para no dejar esa actitud y, por consiguiente, seguir disponible para pescar, así fuera frente a mí, coqueteando sin el más mínimo disimulo. Sin respeto alguno, y con el agravante de cambiarme de profesión, como si la mía le avergonzara.

Actitudes machistas empezaron a mostrarse, y la costumbre de chatear en Facebook y WhatsApp incluso junto a mí, acostada en su cama, comenzó a generarme inquietud… Así como los comentarios sobre mi joven sobrina y sus interrogantes sobre…  lo “buenas” que podrían estar mis amigas.

Con el tiempo me transformé en una mujer celosa, posesiva, que daba importancia al más mínimo detalle de la forma como a veces se expresaba de mí; como una mujer gorda, como Betty la fea, por usar lentes…  Sus comentarios ofensivos hacia mi madre y su resistencia a informarles a sus familiares sobre nuestra ‘relación’.

Como producto de mis celos, descubrí en su Facebook (cosa que podría haber descubierto desde el inicio) un listado de amigas –que seguía aumentando– de todas las edades, estratos y oficios. Desde adolescentes con selfies en traje de baño hasta profesionales de países vecinos.

Aunque lo confronté, sus ofensas no se hicieron esperar, pues consideraba aquellos piropos en los muros de muchas mujeres como algo trascendental (así se tratara de niñas).

Finalmente, y con la obsesión propia de una mujer con la autoestima por el piso, porque fui una mujer con baja autoestima, le descubrí una relación que tenía desde hace meses, a distancia, con una mujer algo mayor que yo a la que había contactado por Facebook y a quien ilusionó y embaucó, obviamente, negando nuestra relación, negando mi existencia.

Entonces fue cuando me dijo que yo le había quitado la oportunidad de tener algo “con esa vieja tan buena” –y con aquellas con quienes permanentemente tenía contacto en su lugar de trabajo.

Resulté siendo llamada “estúpida, tonta, por no confiar en nadie”; me había convertido en una mujer celosa por un hombre con poco carácter para su edad y acostumbrado a quemar el tiempo a costa del sufrimiento de sus parejas de turno, todo para satisfacer su ego de macho cabrío y su necesidad de ser adulado, en general, por todas las personas. Porque la prepotencia y creer a los demás menos que él se podría decir que es la característica más importante de su personalidad, entre otras, del típico hombre mujeriego y machista.

Después hablé con aquella mujer, y ni siquiera al verse descubierto cesó sus burlas hacia las dos, y se resistía a eliminarla de su lista de amigos; me pidió no ser “cruel” con su novia virtual, así ella también siguiera publicando cosas para para burlarse de mí… como si el dolor que yo sentía en ese momento no importara, como si para mí fuera fácil descubrir eso en un hombre que había decidido hacer respetar en mi familia…  

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Aun así seguí, pero ya con la decepción total por las ofensas y deseosa de que algo ocurriera para tener el valor de terminar.

Finalmente dejamos de hablar porque mi rencor y mi tristeza hicieron de las suyas y dije cosas que eran ciertas, pero que debí haber callado: solo hubiera sido necesario sacarlo de mi vida, sin consideración alguna, cuando lo descubrí y al ver en el Facebook una foto de él con su carro como accesorio para encontrar una jovencita como amante.

Luego de haber discutido conmigo, me dio el valor que necesité al principio para dejar todo contacto con él.

A punta de dolor, aprendí que la madurez no llega con la edad y que el respeto y el lugar que no se exigen desde el principio jamás llegan.

**Gracias a una lectora.

* Condolezza quiere ser tu amiga, escribe a este blog literario y cuenta tu historia a:  condolezzacuenta@hotmail.com  Twitter: @condolezzasol.   Todas las historias serán revisadas y corregidas para ser publicadas.  Se reservarán los nombres, si lo deseas.  

Fotos 123rf.

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