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No renunciamos porque somos mediocres, porque nos dejamos llevar por el que comenta «al menos agradezca que tiene trabajo», porque somos conformistas y no leemos, porque nos aterra quedar desempleados, porque tenemos muchas deudas, porque no tenemos huevos.

Pienso que más de uno se imagina dichoso poniéndole en la cara al jefe la carta de renuncia. Una carta enérgica, fuerte, una verdadera carta de renuncia. Pero de imaginarlo no pasamos, saludamos con una sonrisa todos los días, nuestro comportamiento hacia él es como el de alguien que se las ve con quien le está haciendo un favor.

Yo quería ganármela cantando, ser músico en una banda de punk. Me parece que es el único empleo interesante. Como músico en una banda de punk podría vestirme como me gustaría ir a mi trabajo. Entre más tatuajes  tuviera, mejor. Podría llevar el pelo sucio y despeinado. Podría expresarme como me gustaría y no tendría ninguna dificultad para admitir que soy ateo y que me cago en el narcoestado colombiano.

Pero no. Lo de la banda de punk nunca reventó y ahora estoy que renuncio. Quiero renunciar porque me ponen a trabajar a deshoras. Porque me toca esconder mis tatuajes. Porque no puedo vestirme cómodamente. Porque no me pagan lo justo. Porque no me siento bien haciendo lo que hago. Por eso quiero renunciar.

Pero la idea de renunciar no es de ahora, llevo ya varios meses convencido de que hay que hacerlo. Yo no tengo hijos y tengo pocas deudas. No renuncio, pero, créanme, el día menos pensado lo voy a hacer.

En Twitter @Vuelodeverdad

 

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