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Cuando ponemos en el buscador la palabra Resiliencia, resulta en común de todas las páginas que aparecen, lo siguiente: a – d  – a – p – t – a – c – i – ó – n.

Pero un momento, antes de llegar allá devolvámonos un poco.

Todos pregonamos que ser resilientes es la solución para sobrellevar la vida; aconsejamos a nuestros seres más cercanos e incluso nos sentimos empoderados cuando creemos haberlo sido.

Y, todo eso, hasta que nos llega un problema o reto de dimensiones más amplias que, de todas maneras, nos exige seguir siendo resilientes, pero a un nivel mucho mayor.

La resiliencia cuesta tiempo, energía, esfuerzo físico y mental, sobre todo, cuando lo único que queremos hacer en esos momentos es acostarnos en el piso y quedarnos ahí hasta que todo desaparezca.

Y esto último también es válido en el proceso, ya que considero que debemos rompernos para volver a tomar la nueva forma que queremos.

Todos estamos hechos de eso que permite quebrarse en mil pedazos pero que al mismo tiempo se pueda moldear en algo diferente cada vez que lo queramos.

Lamentablemente no podemos tomar todas las decisiones de nuestra vida, y cuando ésta última la toma por nosotros, debemos disfrutarlas y sobrellevarlas.

¿Cómo? A través de la resiliencia.

Pero no romantizándola, no. Sino entendiéndola desde un proceso de adaptación y evolución que sí va a tener un resultado positivo al final del camino.

Si no nos creemos el cuento que al final del proceso vamos a encontrar algo mucho mejor que nos va a llenar aún más nuestra vida, no estamos haciendo nada.

Ser resilientes para mí requiere de involucrar aspectos como la introspección, la fe, la organización mental, la gestión, y la manifestación.

Recientemente me cambiaron un poco los planes frente a un gran sueño que tenía a nivel académico. Y cuando esto sucede, o cogemos el timón a tiempo para darle un cambio a la dirección del carro, o nos quedamos paralizados con el carro apagado al costado de la vía.

Analicemos si esa situación que pasó nos va a permitir entender un poco mejor cuál es el plan B a seguir, porqué pasó y cómo voy a gestionarme para materializar ese sueño.

Hay que gestionarse señoras y señores, porque solo con fe y manifestación no funciona. O bueno, no desde mi punto de vista.

Ser resiliente no es fácil; duele tener que cambiar de planes, duele tener que levantarse de la caída, y duele sacar energías después de haberlas depositado todas ya en el pasado.

Que nos quede siempre la tranquilidad de haberlo intentado hasta el final, porque la vida si algo tiene, es que lo premia a uno por el esfuerzo pero no desde  la abundancia, es decir, no cuando ve que nos sobra tiempo y energía, sino cuando sabe la agonía que vivimos para poder sacar adelante esos dos elementos fue verdaderamente magna.

Los leo.

 

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PERFIL
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Abogada y Politóloga egresada de la Universidad de los Andes, con un Minor en Gobierno y Asuntos Públicos. He sido Conferencista en la Cumbre nacional de Gas y Petróleo durante dos años consecutivos y a lo largo de los últimos 5 años he trabajado en el sector público y privado en compañías que mueven el desarrollo del país. Twitter: @LinaPaez05

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4 Comentarios
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  1. Pues si algo no se romantiza, precisamente es la resiliencia. Por el simple hecho que toca ejercerla precisamente en las horas mas amargas. Lo que ocurre, es que hay gente que hace salpicon de sus creencias religiosas con las tecnicas de hoy. O sea, por ser cristianos asumen que las cosas pasan por algo, que su deidad les tiene reservado algo mejor, blablabla… De hecho, casi todas las religiones tienen como final la resiliencia final, o sea el paraiso despues de las fatigas y viscisitudes de la vida terrenal. La resiliencia viene a ser simplemente volver a un estado estable despues de la ocurrencia de un evento desfavorable.

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