Siguiendo con el ejercicio de compartir este espacio con mis estudiantes de Redes Sociales y Plataformas en el Externado, les traigo una investigación/relato muy interesante de Sebastián Ríos. Se le nota el espíritu periodístico. Los martes y viernes a la 1 de la tarde publicaremos los escritos de cada estudiante, hasta final del semestre, excepto Semana Santa. La idea es que las condiciones sean lo más equitativas posible para todos ellos.
Les confieso que estoy muy contento con la cantidad de comentarios recibidos en la publicación anterior. Me halaga que ustedes sean tan colaboradores con esta causa docente. Como primera conclusión pienso que es bien interesante salir «al ruedo» de un medio con tanta audiencia, enfrentarse al temible público y someterse a las críticas (siempre bien intencionadas) de todos ustedes. En serio les agradezco mucho. A ratos pienso que esto es como un reality de aquellos. «Escribiendo con las estrellas» y ustedes son el jurado. Unos buena gente y «madres», otros que tiran a rajar, jajaja. Muy bien.
Yo espero volver pronto con los #Marmotazos. Con decirles que ya empecé a escribir una entrada sobre el manejo del tiempo, pero no me ha quedado tiempo de terminarlo. ¿Entienden la ironía? ¿El tiempo? ¿No me ha quedado? ¿No? ¿Nadie? 🙁
Mentira, gracias a todos. Los dejo con la segunda entrega de «Los estudiantes de Comunicación Social en clase con Omar Gamboa publican en los Marmotazos para ganarse una nota». Les agradezco sus opiniones. Bienvenidos.
‘Qué triste se oye la lluvia bajo los techos de cartón…’
Hace un año, 48 familias desplazadas de la Costa Pacífica viven debajo de botellas.
Por: Luis Sebastián Rios Zárate
Alexandra Angulo, de 40 años, habitante de una de las «casas» de plástico, dice que estar en ese lugar es muy duro. «Para bañarme cojo agua en una bandeja y me sobo con un trapo todo el cuerpo. Orino en un tarro. Para las necesidades del cuerpo pongo un periódico en el suelo, luego lo meto en una funda y lo arrojo hacia la montaña», dijo Alexandra.
Karen Mosquera, de 36 años, dice que: «pido que nos reubiquen inmediato. Tenemos muchos niños. Aquí hay muchas infecciones». Su hija Shaira se encuentra enferma por el frío que soporta en la noche.
Yoli Cuero, de 46 años, es vecina de Alexandra y Karen. Su hijo, Kevin de 10 años tiene sarpullido en el cuerpo. Ella dice que es el ambiente lo que lo tiene así. «Las ratas se suben al techo y andan prácticamente encima de uno. Uno no está acostumbrado a ellas”, dijo Yoli.
Esas afirmaciones resumen lo que pasa en las «casas» y demuestran que allí se vive una crisis sanitaria. Esa crisis y la indolencia crónica son las responsables de que estas familias del Pacífico colombiano se quieran ir, tiene como consecuencia que hoy ninguna entidad del Estado pueda convencerlos de que se vayan del lugar. Ellos dicen que no se van sin tener una casa. Aunque la respuesta salta a la vista visitando las «casas» de plástico: un lugar que no es apto para vivir.
Un día del mes de febrero, el 26, un jueves, diferentes familias desplazadas por la violencia del noroeste de Colombia, llegaron a un lote en el barrio Montebello, en su mayoría mujeres y niños.
El barrio Montebello está en una de las elevadas montañas de la localidad de San Cristóbal al suroriente de Bogotá, es una zona habitada por comerciantes y viviendas familiares. A un kilómetro al sur está la plaza de mercado del 20 de julio. Sin embargo, en la transversal 2 este con calle 26 hay unas «casas», pero no casas altas y lujosas sino pequeñas y sin lujo alguno. «Viviendas» que están construidas de plástico, cartón, madera y de cuanto material sea útil para tratar de contrarrestar el frío y la lluvia que azota a diario a las personas que viven allí. Simplemente un conjunto de hogares de bolsa negra, divididos por un camino de tierra arenosa que es limitada al sur por la calle 26, y al norte por un vacío que muestra una panorámica de la ciudad.
La localidad de San Cristóbal está constituida por 406.025 habitantes según las proyecciones de población que hace el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) por localidad 2006 a 2015, pero ahora se le suman las 100 personas que viven en las «casas». Las mujeres usan sandalias y los hombres, muchos de ellos, llevan pantalonetas, gorras y sandalias o zapatillas. A los niños se les ve correr de «vivienda» en «vivienda». Ellos juegan con pelotas y algunos muñecos.
Una residente, Alexandra Angulo, mujer alta, de manos delgadas y voz firme, habla con propiedad del drama que vive hace un año, mientras prepara su desayuno. Arroz con un pedazo de hígado que le regalaron el día anterior. Ella pertenece al grupo de 48 familias desplazadas, que desde febrero viven en las «casas» de plástico.
-Salí de Tumaco desplazada por la violencia -dijo mirando hacia las ollas que tenía en la estufa.
-¿Por qué? -le pregunté mirando su rostro.
-Porque la guerrilla agarró a mi esposo. Nosotros teníamos una lancha. Ellos querían que mi esposo les hiciera el traslado de sus cosas. Él siempre se negaba. Un día ellos llegaron buscándolo. Estaba en la casa. Se lo llevaron y nunca apareció. Eso fue hace tres años. Ellos le decían a mi hijo «este sirve para el monte» -replicó Alexandra mirando hacia un pedazo de bolsa rota que la noche anterior el viento había levantado.
En el interior de su «habitación», una serie de gruesas bolsas color negro que interrumpían el brillo de la tierra y silenciaban el crujido de las paredes de madera. En ese «cuarto» como muchos lo llaman, había un inmenso closet viejo, ropa usada colgada en el techo que recibe de los donativos de algunas personas y, en un rincón, una mesa, con una estufa donde cocina (ver foto 3). Cuando llegó por primera vez, durmió en el suelo, pero ahora tiene una cama con cobijas desgastadas y unos colchones sucios y raídos, sin embargo con eso, ella todavía siente el frío de la noche que cala los huesos. «Todavía me entra frío por todas partes», dijo Alexandra. Esos elementos hacen parte del triste panorama de las «casas» de plástico.
Alexandra se sentó en la cama vieja, con la cabeza baja, y se quedó mirando al agujero en el techo con un gesto que indicaba claramente que ella no quiere estar más ahí. «Es tremendo, es muy duro estar aquí, yo le pido a Dios salir, quiero estar en un ranchito», dijo secándose las lágrimas que brotaron de su rostro. «A mis hijos no les gusta venir por aquí, ellos están en una iglesia».
«Para bañarme cojo agua en una bandeja y me sobo con trapo todo el cuerpo. Orino en un tarro. Para las necesidades del cuerpo pongo un periódico en el suelo, luego lo meto en una funda y lo arrojo hacia la montaña. El olor es insoportable», afirmó Alexandra.
Ella en su «cuarto» no tiene luz eléctrica. Solo una vela que alumbra esa oscuridad de la pide pronto salir. Duerme sola. Vivía con su fiel acompañante princesa una perra color negro de seis meses, que a las dos de la tarde del día 3 de diciembre del 2015, un jueves, murió.
-Me quedé sin compañía -susurró mirando la cama un pedazo de cartón en el suelo, dónde dormía su mascota.
Recuerda su antigua casa en Tumaco. Era de madera, pintada, con muebles, un televisor, un comedor. «Estábamos bien, cada uno tenía su cuarto con su cama. No nos faltaba la comida, comíamos naranjas y guayabas», afirmó Alexandra.
Pasó un mes de la llegada de Alexandra a ese lugar. Un día, el 4 de marzo del 2015, las autoridades competentes llevaron hasta estas «casas» al Escuadrón de Móvil Antidisturbios (Esmad) para desalojarlos. «Solo somos mujeres y niños y aun así nos golpearon y nos dañaron lo poquito que tenemos. -¡Valiente ayuda la de la Alcaldía! -nos ven cuando invadimos el espacio público, pero para ayudarnos somos invisibles”, expresó Luz Angélica Mosquera, madre de Karen Mosquera.
Cerca a Alexandra, a diez «cuartos» vive Karen Mosquera, de 36 años de edad, con sus tres hijos. Fabián, de 10 años de edad, Kevin Andrés, de 7 años y la pequeña Shaira Nicol apenas de un año. Ella es una mujer de estatura mediana -algo menos de un metro sesenta y cinco-. Su «cuarto» como ella llama a ese lugar, fue totalmente construido por ella, ha demostrado que a pesar de no haber estudiado arquitectura es una arquitecta razonable y juiciosa. Ella nació en el municipio de Satinga, pero se crió en Buenaventura (Valle del Cauca), lugar donde mataron a su esposo y tuvo que salir.
-No es nada agradable, nosotros no escogimos esta ciudad. A nosotros nos sacó la violencia de donde vivíamos. A mí me dieron 24 horas para desalojar- replicó Karen mientras sacaba ropa de un costal.
-¿Cómo fue el día en que mataron a su esposo? -le pregunté mirando la ropa que seguía sacando del costal.
-Ese día estábamos en nuestra casa, teníamos una tienda. Los paramilitares nos cobraban impuestos. Decidimos no pagar. Ellos se llevaron a mi esposo y me dijeron ‘Tiene 24 horas para desalojar’ -replicó Karen.
Su «cuarto» no es diferente al de Alexandra. Techo de bolsa negra, paredes de cartón y madera. Pelotas, carros y muñecas son otros de los elementos que decoran ese espacio donde sigue organizado la ropa que le regalaron el día anterior.
«Pido que nos reubiquen de inmediato. Tenemos muchos niños. Aquí hay muchas infecciones», dijo mientras el olor a humo que salía de un fogón de leña entraba en el «cuarto» y se apoderaba del lugar. «Que nos colaboren con los niños, uno de grande aguanta». El frío de la noche anterior hizo la pequeña Shaira Nicol no pudiera dormir. «Mi niña no pudo dormir tosía y tosía «, dijo esta madre que reside en aquellas «casas».
Diferentes organismos como la Defensoría del Pueblo, la Secretaría de Gobierno, Alta Consejería para las Víctimas y funcionarios de la Alcaldía Local han visitado aquel sitio, pero siguen en las mismas condiciones. Lo sorprendente, según ellos, es que las autoridades competentes sí dan la cara. Un día de abril, el 26, un domingo y después de dos meses de que las «casas» ya estuvieran en pie la secretaria de Gobierno, Gloria Flórez, una mujer de cabello corto y de buen vestir, visitó la zona, desde ese momento empezaron con un proceso de caracterización para identificar los problemas y las posibles soluciones.
DICIEMBRE EL MES FINAL.
Una mañana lluviosa, el 4 de diciembre del 2015, un viernes a las seis de la mañana los habitantes de la localidad de San Cristóbal marcharon desde la calle 55 número 10-32, donde se encuentra ubicada la Defensoría del Pueblo en la localidad de Chapinero al nororiente de Bogotá hasta la Alcaldía Mayor pidiendo una solución y una reubicación para las familias desplazadas.
Ese mismo día, el viernes, una hora después, a las siete de la mañana, Yoli Cuero, otra de las mujeres que vive desde hace once meses en esas «casas» recogía el agua lluvia para lavar las ollas viejas donde cocina. Ella es de Papayal, una población en el Pacífico colombiano donde solo se puede llegar en lancha o como ella dice «motor». Tiene 46 y en enero cumple los 47. Vive con sus tres hijos, Yair, Luigi, de 10 años de edad, Brandon Steven, de 15 años de edad. Ella salió de donde vivía por la violencia igual que sus vecinas Alexandra y Karen, «salí de Buenaventura huyendo de la violencia. Se llevaron a mi hijo a la guerrilla, pero él se fugó, gracias a Dios», dijo Yoli. Su «cuarto» está en frente del «cuarto» de Karen. Pero, estaba todo mojado por la lluvia de ese día. La cama, algunas ollas escurrían agua , y , el suelo, era barro.
-Nos mojamos mucho por el aguacero- dijo mientras miraba la gotera de su cuarto.Cuando ventea todo se levanta, pero, ahora todo es agua.
Ella, igual que Alexandra y el resto de sus vecinos, guarda la esperanza de salir de ese lugar. «Jamás me imaginé que en Bogotá fuera a vivir estos horrores, ya estoy cansada, no aguanto más», afirmó Yoli.
-Que el Gobierno se ponga la mano en el corazón, ya estoy cansada -dijo tapándose la cara con las manos-. Yo no pierdo la esperanza yo sé que vamos a salir adelante. Uno va contando los meses.
En la entrada del «cuarto» estaba su hijo de 10 años durmiendo quien tiene picazón en casi todo su cuerpo debido a las condiciones en las que viven.» Mi hijo tiene mucha piquiña, ellos son alérgicos, no estamos acostúmbranos a esto», declaró ella, y, al fondo estaba otro de sus hijos con una cobija color rojo con la que se abriga en las frías noches. Además de sus hijos, ella convive con unos seres, pequeños y algo molestos.
-¿Ese sonido qué es? -le pregunté.
-Esas son las ratas -afirmó al escuchar el chillido-. Las ratas se suben al techo y andan prácticamente encima de uno. Uno no está acostumbrado a ellas (suelta la única carcajada de este encuentro).
«¡Oh sorpresa! Veo un “cambuche» en frente de mi casa. Todos los días es mi martirio». Pero a tres casas de donde habitan Alexandra, Karen y Yoli, vive el señor José Gilberto Quiroga con su esposa y su hijo. Él es un hombre de 63 años de edad, tiene un aspecto muy masculino. Sus hombros son anchos, su cabello color gris, su cara, de mandíbula cuadrada y ojos color verde. Vive hace más de 27 años en el barrio Montebello. Huevos, leche, velas son algunos elementos que vende José Gilberto en su tienda «Luz de luna» en la cual lleva trabajando más de seis años.
Dice que no entiende el por qué ellos están ahí, «donde vivimos es una zona de alto riesgo», dijo mientras firmaba un pedido para la tienda.
Él mientras atendía a sus clientes con hijo, un joven que le colabora en la tienda comentó que «todos estamos aburridos, esto desvaloriza el barrio. Ellos necesitan una solución. Los tienen que reubicar «. Poco después, una mujer pide un minuto a celular. De allí, después de pagar con una moneda de doscientos pesos, ella entró a una de las «casas» de plástico. A José Quiroga le duele las condiciones en la que ellos viven. «A uno le da tristeza. Ellos no tienen la culpa» dijo José.
Como el señor José Gilberto, Flor de Mendieta y su esposo José Isidro Mendieta también son vecinos de Alexandra, Karen y Yoli. Flor es una mujer, de 72 años de edad, de baja estatura que ayuda a un grupo de adultos mayores y él un hombre de más o menos de 57 años de edad. Viven en diagonal a aquellas «casas» de plástico. Su casa está distribuida en tres plantas. Un hermoso rosal causa la admiración de los vecinos de la zona.
Hace 27 años que viven en la zona y dicen ya estar cansados de esas «casas». «Ellos se la pasan ahí sin hacer nada, no tienen trabajo. ¿Cómo es posible que el Gobierno no los saque o se lleve a los niños?», dijo Flor.
-Hasta la presidenta de la Junta de Acción Comunal ha estado en la Alcaldía, pero ellos dicen “hasta no tener casa no nos vamos” dijo Flor mientras saludaba a los vecinos que pasaban. Y agrega: “Uno no puede arrendar por aquí con ellos en ese lugar. Y por la noche se escucha la gritería de los niños y uno escucha todo”.
Su esposo, José Isidro Mendieta, a quien se le vio el día 7 de diciembre, un lunes, subido en una escalera pintando las ventanas de la segunda planta. Es un hombre madrugador. José habitualmente se despierta a las cinco y media de la mañana. Cuando se levanta y corre las cortinas del segundo piso donde vive: «¡Oh sorpresa! Veo un «cambuche» en frente de mi casa. Todos los días es mi martirio».
“Nosotros hemos ido a los entes de control, pero no nos ayudan”, dijo señalando las «casas» de plástico, y se pregunta: “¿Si el Distrito no hace valer sus derechos entonces nosotros lo hacemos por ellos?”. Las moscas y las ratas son las cosas que le molestan a José. “Que nos arreglen el problema”, dijo él.
Cerca, al lado de las «casas» de plástico, vive Abraham Torres, de 65 años, con su esposa María Lourdes de Torres de 53. Ellos son una pareja que vive hace 27 años en la zona. Su casa es grande. Dos plantas. Las puertas son de color rojo. La esposa de Abraham Torres es una mujer de baja estatura y de gran sentido del humor, como su esposo, pero en la madrugada del lunes 7 de diciembre no pudo dormir porque un ratón entró al cuarto donde descansaban.
-Por la mañana se metió un ratón, tocó hacer la cacería. Eran las tres y cuarenta de la mañana. Él se paseaba por las cortinas ¡qué impresión!- dijo haciendo con un gesto de desagrado-. Yo no les tengo miedo, pero da impresión. Eso es desesperante. Quiero que nos arreglen el problema.
Al igual que José Quiroga, Flor de Mendieta y José Mendieta, Abraham está cansado de ese ambiente. “Esto nos tiene aburridos y estresados. Este ambiente está pesado. Por la mañana el olor a orines es insoportable. Hay muchas moscas y ratones”, dijo Abraham.
Pero, antes de la llegada de las «casas» de plástico a al barrio, Abraham tenía un jardín. A la señora Torres le encantaba y se sentía orgullosa del pequeño jardín al lado de su casa. Su marido había construido una cerca de alambre y para sembrar. “Antes de que ellos llegaran teníamos un pequeño jardín donde cosechábamos curuba y otras cosas”, dijo Abraham mirando hacia las «casas» de plástico. Lo teníamos cercado y le echaba abono.
-Qué ricas eran las curubas- dijo la señora Torres.
EL DISTRITO Y GOBIERNO RESPONDEN.
La Alcaldía de San Cristóbal, una amplia organización estatal ubicada en la avenida 1 de Mayo número 1 – 40 al sur de Bogotá, cuenta con una plantilla de catorce dependencias, siempre al servicio de los habitantes. El Alcalde Local, y agente responsable de esa localidad, es un hombre sobrio, apuesto y de mal humor; tal vez originario de Bogotá de unos (más o menos) treinta y siete años, llamado Jairo León Vargas. Vargas se había graduado como administrador público en el año 2007, de la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP) y estuvo trabajando en la Dirección Local de Educación (DILE). Estaba, por lo tanto, profesionalmente calificado para encarar un caso tan problemático como la llegada de estos desplazados.
Se podría decir que solo un hombre se dedica exclusiva e íntegramente al caso, uno de los mejores miembros de la Alcaldía, a quien llamaremos “Erizo” (*). «Puede hablar con él. Él sabe todo», declaró León al preguntarle sobre el caso de las «casas» de plástico en el barrio Montebello. El despacho del alcalde está al fondo de la Alcaldía de San Cristóbal, edificio corriente de piedra y cemento situado al lado de un lote sin construir, por lo demás, atractivo y con árboles. En realidad el alcalde no tiene mucho que hacer y sus dependencias, tres habitaciones con escaso mobiliario, son un plácido lugar, frecuentado con agrado por el personal de la misma Alcaldía. Maribel, su secretaria, vestía informal. Una chaqueta negra, jeans y zapatos con poco tacón.
El caso de las «casas» de plástico, ya estaba en los titulares de algunos medios de comunicación y había atraído ciertamente a considerable número de periodistas. 48 familias desplazadas permanecen en cambuches en San Cristóbal Sur. Desplazados del Chocó que permanecen en San Cristóbal piden que se reivindiquen sus derechos. León había dado una declaración a una periodista del Espectador llamada Laura Dulce Romero. «El alcalde manifiesta que les ha enviado oficios a la Unidad de Víctimas para que se apropie del tema y los incluya en el proceso de reparación. “Lastimosamente no hemos tenido respuesta. El próximo lunes nos vamos a reunir para solucionar esta situación”, puntualizó León.
Sin embargo, para solucionar el problema de las «casas» de plástico, el Distrito creó un grupo inter-institucional, junto con la Defensoría del Pueblo, la Alcaldía de San Cristóbal y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), para ofrecerles diferentes oportunidades a las personas que residen aquí. La situación es delicada, pues los habitantes no quieren salir del lote sin antes tener una vivienda. Tanto la Alta Consejería para las Víctimas, como la Secretaría de Gobierno, han tratado de mediar para reubicar a estas personas, pero ha sido imposible ya que ellas dicen que no se irán del lote hasta que no se les entregue una vivienda del Estado.
Un informe del año 2014 presentado por el Ministerio de Vivienda, Ciudad y Territorio, en cabeza de Luis Felipe Henao, junto a la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas, dice que 44.080 personas se vieron beneficiadas con viviendas gratis por el hecho de desplazamiento. Siguiendo este orden de ideas, según el reporte del Registro Único de Víctimas (RUV) del 2015 de la Unidad de Víctimas, reveló que en ese año en el Valle del Cauca, de donde son la mayoría de los habitantes de las «casas» de plástico en Montebello, se presentaron 441.659 declaraciones de víctimas del conflicto armado.
EL INFORMANTE ERIZO.
La conversación con Erizo, un hombre alto, de ojos color negro de unos (más o menos) treinta y tres años, tuvo lugar en la calle 14 número 14-48 en el centro de Bogotá. Durante el día él estaría haciendo operativos. La cita fue a las tres de la tarde y se extendió por una hora. Él llevaba puestos jeans y una chaqueta color rojo.
-Yo recibí una llamada de los habitantes de Montebello diciendo que había unas personas que estaban en unos lotes del Distrito. Hablé con ellos y les dije que estar ahí es de alto riesgo por el terreno.
Erizo también afirmó que la Alcaldía les ha ayudado con un comedor comunitario. Por otro lado, dijo que «se ha tratado de hablar con ellos dándoles un albergue. El albergue va hasta el 31 de diciembre, por el cambio de administración».
-Ellos reciben unos dineros del Estado, pero aún exigen una vivienda- dijo Erizo-. Se les han facilitado las cosas.
Miércoles, 4 de marzo. Erizo hizo una inspección. Estuvo con los habitantes de las «casas» de plástico y les llevó agua.
A Erizo le gusta hablar. Habló alrededor de una hora y mencionó que «se va socializar los albergues temporales. Si no aceptan no podemos obligarlos, ya entraría la Fuerza Pública. Se les da la reubicación a quienes estén en el censo que se hizo al principio. 24 familias. Las otras fueron llegando. No podemos llevarlos a todos a los albergues, toca seguir el conducto regular».
El despacho de William Suárez, Defensor del Pueblo Regional para Bogotá y encargado de este caso, está ubicado en la calle 55 # 10-32 desde donde partió la marcha que hicieron los habitantes de San Cristóbal sur. Él señaló que la situación es precaria, pero asegura que se les ha brindado todas las ayudas posibles. “Hay un conducto regular que tienen que cumplir y que lastimosamente tarda. También hay otras personas esperando y que se inscribieron antes”, contó el funcionario.
La Defensoría del Pueblo ha reiterado múltiples veces que no dan a basto para atender a los centenares de víctimas que llegan cada mes a sus instalaciones y que buscan un hogar del Estado, el cual podría tardar años en llegar.
Beatriz Vanegas, quien era la coordinadora de Unidades Móviles de la Alta Consejería Distrital para las Víctimas, señaló para el periódico El Tiempo que «son familias que llevan más de un año en Bogotá, que inicialmente obtuvieron alojamiento, alimento, atención psicosocial y están incluidas en el Registro Único de Víctimas. Quedarán bajo protección para recibir, en este caso, la vivienda por parte de la Unidad de Víctimas”.
LOS DE ARRIBA NOS TIRAN TODA LA AGUA SUCIA.
Pero don José Quiroga, Flor de Mendieta, José Mendieta, Abraham Torres y su esposa nos son los únicos que se están perjudicando por la presencia de las «casas» de plástico. A escasos tres kilómetros hacia el sur por detrás de plaza del 20 de julio, está la Urbanización San Luis con 150 casas: una colorida hilera de viviendas de techos altos la mayoría con dos plantas adornadas con luces navideñas. La calle principal entre tiendas diversas.
Entre las diez u once de la mañana, cuando comienza el sol colocarse en todo su punto, estaba sentada en la puerta de su casa, Mariana de Roa. Esta mujer de 60 años de edad vive con su esposo Juan Roa y su hijo Luis Fernando Roa. Su casa es de dos plantas y está cerca a la montaña donde, Alexandra Angulo (una de las mujeres que vive en las » casas» de plástico) arroja sus necesidades y orines.
-Los de arriba nos tiran toda la agua sucia- dijo mirando hacia arriba donde están las «casas» de plástico.
Desde la ventana de su cuarto en el segundo piso, Marina ha visto que ellos arrojan sus desperdicios. «Cuando yo me asomo en la ventana. Yo los veo hacer sus necesidades. Nosotros estamos a punto de una epidemia. Ellos tiran esas bolsas», recalcó Marina. “En la noche el olor es insoportable”.
-¿A qué hora?- le pregunté.
-Entre las seis y siete de la noche- dijo Marina.
A diez casas de Marina doblando por la esquina, vive Angie López, mujer alta, de manos delgadas, rubia y voz firme habla con propiedad del drama que vive por los olores que la basura genera, mientras sostenía un vaso de jugo de lulo que había preparado. Ella vive hace 20 años en San Luis. Ama a los animales, tiene tres perros que los ha adoptado y dos gatos los cuales han casado a cuanta rata ven pasar. Ella pide que reubiquen a las personas que están arriba, ya que debido a la basura que arrojan están generando un problema de olores y roedores.
-La verdad salta a la vista, es terrible. El olor en la tarde es insoportable- dijo Angie.
Ella pide una pronta ayuda de los habitantes de las «casas» de plástico. «Tienen que ayudar a esas personas, porque esto se está volviendo Doña Juana. La Alcaldía tiene que ponerle cuidado a eso», dijo Angie.
Finalmente, una soleada tarde de diciembre, el sábado 12 a las dos de la tarde, los habitantes de las «casas» de plástico estuvieron en la calle 22 sur número 14 A – 99, barrio Restrepo, donde está ubicado el Centro Dignificar. Un edificio color blanco con puertas de vidrio. Ellos, junto a funcionarios del Distrito, estuvieron reunidos por más de cinco horas hablando sobre la reubicación y los albergues. Pero una funcionaria salió del edificio y mencionó que «se les está dando una ayuda. Uno entiende las condiciones de vida de ellos. Se está dando una alternativa de solución». Los habitantes de las «casas» de plástico esperan ser reubicados todos en un albergue.
-¡Todos en la cama o todos en el suelo!- dijo Karen Mosquera.
– FIN –
*El nombre ha sido modificado por seguridad de la fuente.
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Hola buenos días, me gusto el artículo tiene alma de periodista de los buenos jejeje en todo caso el tema en si es tenaz situación difícil tanto para el gobierno como para los desplazados y los habitantes del sector. Siga adelante….
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Gracias por tu opinión. Efectivamente, es uno de los estudiantes con más convicción a la hora de exponer sus ideas.
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Buen dìa el texto es copia exacta de http://www.las2orillas.co/triste-se-oye-la-lluvia-los-techos-carton/ publicada en diciembre del 2015
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Gracias por la observación, William. El autor es el mismo (Sebastián Ríos) por lo que puede publicarlo donde él decida. Para publicar acá se le hizo una corrección de estilo y redacción, pero en esencia es el mismo. Saludos.
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Me gustó mucho el reportaje, sin embargo se nota un poco confuso en dos o tres partes, se pierde el hilo; también exagera un poco en describir detalles que no resultan ser tan importantes.
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Gracias Claudita. Se lo transmitiré a Sebastián.
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El problema social supera la formación académica, seguramente serán unos excelentes profesionales, pero la situación de los habitantes del barrio debe generar una solución inmediata, con la ayuda de la iglesia, el ejército y en algunos inmuebles que le han incautado a los delincuente, se debería ubicar a estas personas.
Los miembros de la iglesia y del ejército puede retomar su camino de ayudar a la gente y dejar sus pecados a un lado (pedrastas y falso positivo) y los bienes de los bandidos se deben utilizar para ayudar a los más afectados y no altos funcionarios de la institución que los administra.
Son seres humanos y no pueden vivir en esas condiciones
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Muy cierto, Rogelio. Ojalá la solución a esta situación trascienda este escrito. Un abrazo.
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El desplazamiento, legado del dotor
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Gracias por comentar, Andrés.
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Hola Omar Cordial saludo: Excelente trabajo periodístico el desarrollado por Sebastián. Me impactó de sobremanera el problema social que viven dichas familias y sus hijos y el que han generado a las otras familias que viven dicho entorno. Felicitaciones extensivas a Sebastián.
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Muchas gracias Álvaro. Se lo diré a Sebastián 🙂
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Buena nota, bastante diciente, de pronto a veces enredada pero muestra muy bien una realidad que es difícil plasmar en el papel.
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Es verdad, Juan Francisco. Gracias por el comentario 🙂
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Se pierde un poco el hilo de la historia en ciertos apartes por tratar de dar demasiados detalles. La historia es muy triste y preocupante, de igual manera se proyecta en el escrito. Con mas practica se van puliendo los detalles expuestos por los anteriores comentaristas. Buen trabajo
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Gracias, Joaquín. Seguro le gustará saberlo a Sebastián.
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interesante la forma de especie de crónica en la que desarrolló un tema tan delicado, sin embargo me da la impresión que su escrito es un poco enredado y muy largo. Coincido con el comentarista anterior que utiliza demasiado las comillas y la expresión «casas».
Alguna vez me enseñaron dentro de una página no debería haber ninguna palabra repetida, sería un ejercicio interesante para enriquecer el idioma.
Creo que la intención del autor al describir a todas las personas es darle un poco de humanidad a su relato, sin embargo se puede dispersar la atención del mismo con tanta descripción.
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Gracias Lina. Muy valiosos tus aportes. Un abrazo.
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Buen desarrollo, sin embargo se abusa de las comillas. Adicionalmente la palabra «casas» se repite exageradamente a lo largo del escrito.
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Gracias, Julián. Se lo transmitiré a Sebastián. Saludos.
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Buen ejercicio. Pero es clave aprender a revisar la ortografía antes de publicar.
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Gracias por tu comentario, Marcela. Parte de esa culpa la acepto yo porque debí notarlas antes. Un abrazo.
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El tema es muy amplio y el espacio muy corto, pero el distinto enfoque que se hizo desde los distintos «afectados» le da profundidad, creo que está bien desarrollado, el encadenamiento se logra perder en dos o tres parrafos, pero se mantiene el hilo conductual de la historia, felicitaciones.
(respecto de la historia como tal, nada que decir, que triste todo esto)
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Gracias por el comentario, Daniel. Se lo transmitiré a Sebastián.
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