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Hace 23 años, cubrí para El Tiempo la visita de Fidel Castro a Cartagena. Fue en la segunda semana de agosto de 1993. Sucedió simultáneamente con la amenaza del huracán Brent. Fue la única vez que lo vi y la primera que escribí sobre él. La segunda tuvo que ver con su figura pintada en el billete de $1000. Ha sido la columna de prensa más comentada de mi vida. Reproduzco aquí «Fidel Castro en billete de $1000» y «Adiós, billete de $1000, adiós», que publiqué después sobre el lío de que armó (ver aquí). Importante recuerdo de este hombre grande que acaba de morir.

De tormenta a depresión tropical

Se lleva el dedo índice al oído derecho y busca el apoyo de Luis Báez, periodista de Prensa Latina, que lo acompaña en la mesa.

-Perdona, pero no escucho bien- le dice al periodista de El Universal, que ha comenzado la rueda de prensa en la hervorosa capilla de la Casa de Huéspedes de Cartagena- ¿Puedes hablar un poquito más despacio?

Hay una reacción primaria en el grupo de personas que han cruzado la base naval Almirante Padilla para hacerle 20 preguntas (no más), a Fidel Castro. No oye bien. Si se tiene en cuenta que ha
sido un poco corto de vista (en principio, oftalmológicamente hablando), se afianza la impresión que ha captado todo el mundo: Castro ya no es el mismo de antes. Y es que desde que baja del CU-T 1284, el avión de Cubana de Aviación, se percibe a un hombre cansado. Cuando habla, la voz se le interrumpe, de repente, y es como si en vez de aspirar el aire se lo
tragara. Nada que ver, se piensa, con el Fidel de otras épocas, como el de 1986, cuando en el Tercer Congreso del Partido Comunista, regañó a sus compatriotas en un discurso que duró cinco horas y cuarenta minutos. -¿Qué quieren- dice un periodista cartagenero, en un comentario desprevenido-, que baile cha cha chá? Es un hombre de 67 años. Se porta como tal.

VER LA NOTA COMPLETA AQUÍ

Fidel Castro en billete de $1000

Llego tarde a la polémica sobre la presencia del líder cubano Fidel Castro en el billete de 1.000 pesos colombiano, y para colmo de males, por estar buscando lo que no se me había perdido. Porque soy como casi todos mis compatriotas que todavía usan papel moneda: los atesoro con el gusto de la escasez, pero los manoseo con displicencia. Tal vez como respuesta a esa admonición educativa que sentencia lavarse las manos después de coger los billetes.

Pero asistí a una conferencia de Andrés Oppenheimer en El Cubo de Colsubsidio, una rica charla promocional de su libro “Basta de historias”. Conferencista avezado que es este importante periodista argentino, de repente saca de la manga un billete. Y le cuenta al auditorio que pertenece a un país oriental que se desarrolló haciendo énfasis en la educación y la tecnología, que es su mínima unidad en papel moneda, y que en vez de próceres y mártires del pasado tiene como efigie un dibujo del futuro. “En América Latina seguimos imprimiendo billetes con héroes de la Independencia –-dice provocador–, y hasta un país cercano se refundó con el nombre de El Libertador”.

Y entonces, y por esa vía, me puse a mirar los billetes colombianos. A rebuscar en su historia. Hay que decir que me sorprendió en esa pesquisa, encontrar que ese pedazo de papel deleznable que circula de mano en mano como el dinero del diablo, es una obra de arte y precisión, nacida en la llamada “Central de Efectivo” que el Banco de la República tiene en Ciudad Salitre, en Bogotá.

Gracias a la página web de la institución emisora pude apreciar el trabajo de orfebrería minuciosa con que se fabrican los billetes, y que salvo quienes necesitan distinguir los verdaderos de los falsos, por las razones que sea, se toman la molestia de detallar. Un billete tiene siete minucias selectas e invisibles que lo hacen mágico y único: marca de agua, hilo de seguridad, impresión en alto relieve, registro perfecto, imagen oculta, microimpresión y observación bajo luz ultravioleta. Esta última es un descubrimiento en el billete de $1.000, pues revela en el centro, enmarcada en un rectángulo verdoso, la imagen del automóvil Buick que utilizaba Jorge Eliécer Gaitán, a quien está dedicado el diseño.

Este nuevo diseño de billetes de $1.000 salió a circulación el 17 de noviembre de 2006. Como mínima unidad del papel moneda remplazó al de un peso y al de diez, que representan, a la vez, sucesivas etapas en la historia de la emisión de billetes en Colombia y en la pérdida del poder adquisitivo de sus ciudadanos. Y ahí estaba yo mirando tranquilo el billetico de “El caudillo”, cuando apareció mi amigo el arquitecto Francisco Pardo Téllez –-que sabe muchas más cosas y mucho mejor que yo–, a envenenarme la cabeza. “¿Viendo el billete donde está el dibujo de Fidel Castro?”, me preguntó.

Sí. En el reverso. Es el líder cubano. Justo bajo el sobaco de Gaitán, con su bigote incipiente y los 22 años que tenía cuando estuvo en El Bogotazo. Está sombreado en medio de la multitud, al final de la firma de quien fuera asesinado ese lluvioso 9 de abril de 1948. En internet se llama “El gran secreto del billete de 1.000 pesos colombiano”, y hay una buena cantidad de videos al respecto, lo mismo que otros sobre mensajes ocultos en los papeles valiosos del emisor. Uno puede sentirse tranquilo de no ser un observador atento, ni tener la perspicacia de Nicolas Cage en “La leyenda del tesoro perdido”, pues pasaron cerca de dos años antes de que se detectara al comandante que acabó la diversión y mandó a parar.

¿Es lícita la imagen del joven Fidel Castro en el billete más popular de Colombia? En los comentarios a la información sobre “El gran secreto…” etc., hay quienes consideran una afrenta perpetuar de ese modo en un billete nacional la efigie de quien posteriormente, barbudo en el poder, tuviera tanta injerencia en la beligerancia asesina de la guerrilla en Colombia. Ese es el anverso.

Y está el reverso. Si Fidel Castro estuvo en Bogotá para la Conferencia Panamericana, si como todo parece indicar, habló con el mismísimo Jorge Eliécer Gaitán, y si después, para bien o para mal, se convirtió en uno de los más importantes líderes mundiales en el siglo XX, pues que vaya en el billete dedicado a “El Caudillo”. No se puede tapar el sol con las manos.

Si bien no falta la tercera versión de quien asegura que bastantes problemas tenemos para ponernos a debatir la pendejada de un billete en ese pequeño detalle, y más allá de la crítica de Oppenheimer, está nuestra manera de ver la historia. De enmascararla con verdades a medias y de evitar los debates, para que no se molesten los sabiondos de peluca y librea. La historia es una materia viva y polémica, que podría interesar más a los jóvenes si su instrucción no fuera un vademécum de dogmatismos.

El debate es válido en ese sentido. Y porque este asunto del billete de $1.000, y como lo refiere la política diplomática de Colombia, nos permite echarnos a Fidel Castro al bolsillo.

PORTAFOLIO, Blog 507 Palabras, 19.03.2012

Adiós, billete de $1000, adiós

El primero de enero de 2013 millones de colombianos amanecieron con uno o varios ejemplares de un devaluado pero histórico billete. Se trata del papel moneda de 1.000 pesos, que completó seis años circulando con un nuevo y polémico diseño. Y que el Banco de la República sacó de circulación luego que Oropeza terminara de cantar su triste melopea, para instituir definitivamente las bellas monedas con la bimetálica imagen de la tortuga caguama (caretta caretta), que en la vida real tal vez comparta con el billete el proceso de extinción.

Tengo con ese billete un amor contrariado. El 19 de marzo de 2012 escribí en el Blog 507 Palabras la columna “Fidel Castro en billete de $1.000”. Refería en ella el resultado de una conversación con el arquitecto Francisco Pardo. Entre tinto y tinto me había revelado que la imagen del líder cubano estaba presente en el billete dedicado al caudillo Jorge Eliécer Gaitán. El video con ese descubrimiento reptaba en internet, pero no había trascendido a la prensa.

Así que tres días después de su aparición en la red, decidí publicar la columna en Portafolio impreso. “Justo bajo el sobaco de Gaitán, con su bigote incipiente y los 22 años que tenía cuando estuvo en El Bogotazo –escribí sobre la ubicación del Comandante en nuestro billete más popular–. Está sombreado en medio de la multitud, al final de la firma de quien fuera asesinado ese lluvioso 9 de abril de 1948. En internet se llama ‘El gran secreto del billete de 1.000 pesos colombiano’, y hay una buena cantidad de videos al respecto, lo mismo que otros sobre mensajes ocultos en los papeles valiosos del emisor”.

La columna atrajo la atención de los medios de comunicación. Periodistas y columnistas confirmaron inmediatamente que no había duda que se trataba de Fidel Castro. Eso planteaba varias inquietudes. Que el banco emisor hubiera sido víctima de un golazo al no darse cuenta de ese registro: la altiva faz de Castro Ruz mimetizada entre una multitud adormecida en la palabra del líder.

Hay ahí una contradicción evidente. La masa aparece inquietantemente pasiva. No refleja la ferocidad del 9 de abril, y mucho menos muestra el enardecimiento que provocaba Gaitán con sus intervenciones. Tampoco corresponde, a “La marcha de las antorchas”, la tal vez única silenciosa manifestación que convocó Gaitán el 18 de julio de 1947, en la que 100.000 personas protestaron por “la masacre de las bananeras” y la violencia artera del gobierno conservador.

Gaitán saluda, pues, a una multitud de papel y Fidel Castro está ahí en un billete que no corresponde al 9 de abril. La pregunta que entonces hice era sencilla:

“¿Es lícita la imagen en el billete más popular de Colombia? Hay quienes consideran una afrenta perpetuar de ese modo en un billete nacional la efigie de quien posteriormente, barbudo en el poder, tuviera tanta injerencia en la beligerancia asesina de la guerrilla en Colombia.

Ese es el anverso.

Y está el reverso. Si Fidel Castro estuvo en Bogotá para la Conferencia Panamericana, si como todo parece indicar, habló con el mismísimo Jorge Eliécer Gaitán, y si después, para bien o para mal, se convirtió en uno de los más importantes líderes mundiales en el siglo XX, pues que vaya en el billete dedicado a ‘El Caudillo’.

No se puede tapar el sol con las manos”.

Consultado sobre esta travesura numismática, el presente director del Banco de la República no le paró bolas. Tampoco el admirado gerente de la época en que se imprimió. El artista que lo dibujó se toteó de la risa cuando le plantearon el asunto. María Isabel Rueda escribió, confirmando al final que esa polémica como el amor del tango era flor de un día: “No existe posibilidad alguna de que la imagen recién ‘pillá’, que aparece en el controvertido billete de mil pesos colombiano, no sea la de Fidel Castro Ruz: es idéntico. Aunque lo siga negando su dibujante José Antonio Suárez, quien se confiesa acusado de lo mismo con ‘Angelina Jolie, el Papa, los Beatles y hasta con mi abuelita”.

Seis años de pasar de mano en mano y una semana de polémica se van ahora, al sacar de circulación al billete de $1.000. ¿Quiere decir eso que el papel que calienta en su bolsillo no tiene valor? Por ahora es un tesoro. Es la vigésima parte del aumento del salario mínimo y tiene una significativa carga histórica. Cuando desaparezca, tal vez redoble su valor numismático. Aunque la tortuga caguama le pase por encima con sus brillos dorados y su lema “cuidar el agua”… de paso para San Andrés.

PORTAFOLIO, Blog 507 Palabras, 08.01.2013

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