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Hace un buen tiempo, Zygmunt Bauman,sociólogo, filósofo y ensayista polaco, acuñó el término «Modernidad líquida» en un libro del mismo nombre publicado en el 2003. Allí, Bauman plantea que las identidades son muy parecidas a una costra volcánica que se endurece, se funde nuevamente y cambia permanentemente de forma; que se ven muy estables y duras desde afuera pero que al detallarlas se evidencia su fragilidad constante.

Me llamó la atención ese concepto porque de alguna manera refleja lo volátil de una sociedad en la cual muchos factores nos han llevado a desarrollar una identidad y personalidad flexibles y versátiles con las cuales nos podamos adaptar fácilmente a los permanentes cambios y giros de la vida moderna. Es la diferencia entre una roca y un líquido. Mientras que la roca, sin importar el tiempo y los agentes externos, se mantiene de la misma forma, el líquido se modifica y adapta de acuerdo a los agentes que ejercen presión. Bauman lo expresa así: «Los fluidos se desplazan con facilidad. Fluyen, se derraman, se desbordan, salpican, se vierten, se filtran, gotean, inundan, rocían, chorrean, manan, exudan; a diferencia de los sólidos, no es posible detenerlos fácilmente, sortean algunos obstáculos, disuelven a otros o se filtran a través de ellos, empapándolos». 
¿Y cómo lo logra la roca? Pues bien, sus átomos están muy bien unidos, pegados el uno del otro, mientras que el líquido vive todo lo contrario: sus átomos, sus componentes, están más dispersos.
Cuando leí todo esto pensé inmediatamente en la familia, en la «familia moderna», esa que nos muestran los medios de comunicación, en especial la televisión, esa que habla de liberación, autonomía; esa familia en donde papá y mamá son «los mejores amigos» de sus hijos.
La familia, entendida como la institución base de la sociedad que no es más que un grupo cooperativo que desarrolla planes conjuntos, entre ellos el de tener y cuidar a sus hijos, y uno de los cuatro agentes socializadores de los niños (junto con la escuela, los medios de comunicación y otros niños), es permanentemente agobiada por acciones y mensajes que buscan debilitarla. Que se defienda el aborto es una manera de impedir que muchos niños lleguen a los hogares; que se haga cátedra del aborto es incentivarlo aún más; que se faciliten las maneras y formas legales para que una pareja se separe es otra; que no exista en Colombia una ley, decreto, norma, instrucción que proteja a la familia es muy diciente. Se protege al medio ambiente, a los árboles, las matas, los renacuajos y serpientes, actividad loable por supuesto, pero no se protege a la familia.
Los medios de comunicación promulgan el ideal de familias rotas. ¿Recuerdan la serie «¿Dónde está Elisa?»?  Pues bien, allí, solo para citar un ejemplo, abundaba la infidelidad, lo promiscuo, el homosexualismo amarrado a la traición y el engaño, la violencia, la agresión de los padres a sus hijos y viceversa, entre otras cosas. 
Para los medios de comunicación la familia debe ser problemática, los adolescentes adictos y los niños una carga y un problema que se debe resolver como sea. Eso es lo que vemos, escuchamos, leemos y navegamos a diario. Eso les genera rating, publicidad, jugosas entradas de dinero… Ese ataque a la familia, para Bauman, no es más que la búsqueda de la «disolución de los sólidos».
Hoy día abundan las separaciones, la violencia intrafamiliar, el engaño y la traición, los vicios, la falta de comunicación en los hogares colombianos. Hoy día lo que abunda es la «familia líquida», esa que de puertas para afuera es perfecta y de puertas para adentro es un fiasco; esa «familia líquida» se caracteriza porque cada uno de sus miembros es un universo independiente del resto, aislado en las redes sociales, en los videojuegos, en el pin, en el trabajo, sin embargo, es capaz de mostrarse unida para la entrevista, para la cita con la profesora del colegio, para los amigos, para la buena imagen que deben guardar.
Ojalá en Colombia se fortalezcan las «familias sólidas», unidas, fuertes, con carácter para tener y formar hijos, para sobrellevar las dificultades propias de la vida. Y ojalá las «familias líquidas» entiendan que de seguir así terminarán por evaporarse…

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