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Leonardo Urrea

Por: Leonardo Urrea

Los economistas, son una estirpe de extraños filósofos de la riqueza (cuando no son simples calculadoras), que han estudiado desde tiempos antiguos un asunto que, hoy por hoy, explicaría tanto el deseo de desarrollo económico, como los grandes casos de corrupción del mundo moderno. La ambición.

Los seres humanos viven en torno de la búsqueda del sentimiento de aprobación y admiración de quienes los rodean. La aprobación y la admiración de los demás pareciese ser uno de esos móviles por los cuales la gente justifica todos los afanes y esfuerzos de la vida. Los esfuerzos por “mejorar nuestra propia condición” entonces, tienen como objetivo además del goce inherente a una vida más cómoda, el reconocimiento social de tal mejor condición, de modo que los individuos, familias y organizaciones luchan por ganarse el reconocimiento de sus semejantes. Tal pulsión, es una de las fuerzas más profundas que mueve el mundo día a día en la economía, la política y las relaciones personales.

Muchos pensadores de distintas corrientes se empeñan en argumentar que la ambición llegó a América en barcos europeos, y que ésta no existía en las comunidades pacíficas y angelicales de la América pre colonial. No se puede olvidar que, a la llegada de Pizarro al actual Perú, una guerra por el trono entre dos hermanos (Atahualpa y Huáscar) había mermado los ejércitos Incas, y que, inclusive en sociedades que contaban con equilibrios ambientales significativos, había conflictos políticos y económicos por “mejorar la propia condición” y así conseguir la aprobación y admiración de su pueblo. En distintas culturas, tal búsqueda muta en distintos caracteres y formas, moldeados por sus respectivos contextos generales.

El punto central es que tal búsqueda es innata a la naturaleza humana. Para emprenderla existen dos caminos: el estudio del saber y práctica de la virtud o, la adquisición de riquezas y grandezas materiales. Para seguir cualquiera de estos dos caminos hay dos formas de ser posibles: llevar una ambición desmedida, con deseo de inmediatez y aniquilando principios de corrección, respeto y amor propio, o, realizar trabajo constante, con juicio y modesta humildad y comprender que las dignidades no se buscan, las dignidades llegan.

El problema de la corrupción, surge entonces en el momento en que la ambición se exacerba hasta distorsionar nuestros sentimientos morales y éticos, se pierde el sentido del mérito, se valora más el fin que el medio, la trampa que el trabajo, y se piensa que una vez conseguido el objetivo, la aprobación y admiración que otorgue tal riqueza o posición, borrará la cantidad de artimañas, injusticias, ultrajes y engaños a las que se ha debido recurrir para conseguir tal meta. No importa que se pierda la libertad, o se caiga en angustias y humillaciones, el fin justifica los medios cuando la ambición se exacerba para buscar adulaciones. Bienvenidos al mundo de la vanidad de vanidades, porque el vanidoso no es más que aquel que se regocija de que los demás digan que es, eso que exactamente él quiere ser, pero no es.

La pregunta clave es: ¿Está dispuesto a perder su libertad y tranquilidad a cambio de tener un grupo de aduladores? La mayoría de los humanos, inclusive inconscientemente dicen sí, sin embargo, pocos tienen el valor de conseguirlo mediante el mérito, camino que desde todo punto de vista es menos vanidad, menos máscara, más digno de admiración, y más profundo y útil. Sólo observar como caen miserablemente aquellos que buscan honores, distinciones y dinero mediante la falsedad, la trampa, el delito y el engaño… ¿No da menos pesar, que sentir como pierde nuestro equipo un juego de futbol donde lo dio todo?

Adam Smith, explicó brillantemente cómo este escenario imaginario de simpatía y atención general, es la causa de la mayoría de esfuerzos humanos y al mismo tiempo, de toda la rapiña e injusticia que la avaricia y la ambición desmedida conllevan. Friedrich Nietzsche, dice muy acertadamente en una de sus obras: “equivocado está aquel que cree que la felicidad se encuentra en el trono”. Esto, para argumentar que solo algunos pocos iluminados por la sabiduría auténtica comprenderán que hacer lo correcto los vuelve personas dignas de aprobación, sin importar que una horda frívola y banal les preste atención o los aplauda. Esto indica algo sumamente importante: si bien la aspiración de superioridad y de mejorar la propia condición es natural a la evolución humana, la persona a la que se debe impresionar y de la cual se debe buscar aprobación real (no hipócrita) en primer lugar, es uno mismo. Cosa difícil, porque engañarse a uno mismo es mil veces más fácil que engañar a los demás.

La ambición es natural al ser humano, todos queremos estar mejor que ayer y menos que mañana, sin embargo, cuando tal búsqueda de aprobación y admiración se hace vacua y desmedida, se convierte en una droga nociva, envenena la razón, distorsiona la imagen de uno mismo y embriaga la consciencia, y como hemos visto en nuestra Nación, corrompe familias enteras, organizaciones, y no produce en el observador sino asco y pesar, solo ellos saben su verdad, y podrán huir de la justicia, pero nunca de ellos mismos.

El mundo ha venido olvidando lentamente hace un poco más de dos siglos una ley económica elemental: lo que verdaderamente vale, lo que tiene un valor que tiende a infinito, no tiene nunca un precio.

Twitter: @iurrea91

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Son un grupo de jóvenes que dan su visión particular sobre el acontecer político, cultural y social ante todo tratando de generar una reflexión critica.

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