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Estoy convencido de que la terminación del conflicto armado con las Farc no va a significar el fin de la guerra en Colombia. Esa es la primera gran falacia del presidente Santos y de muchos que apoyan el Sí: si bien es cierto que ha habido una significativa disminución de víctimas mortales, desplazados y enfrentamientos armados en el último año, también es muy posible que, luego de la desmovilización de la guerrilla, se conformen nuevas bandas que generen nuevas violencias. Además, como estamos en Colombia, país de instituciones quebrantables y corruptas, es muy posible también que estos reinsertados de la guerrilla no reciban lo que el gobierno les prometió y esto conlleve a que se incremente la delincuencia común. El anterior es mi principal argumento por el No, pero no es el único.

Otra cosa que me preocupa y me indigna es tener que ver y oír a exguerrilleros, autores y/o cómplices de crímenes terribles, echar sus discursos acartonados y anacrónicos mientras esquivan culpas y se victimizan ante un Estado que, en efecto, no ha hecho mayor cosa por el pueblo que estos señores dicen defender.

En tercer lugar, no me gusta el acuerdo porque me parece pretencioso: transformar el campo, garantizar la seguridad y la reinserción de guerrilleros, escriturar millones de hectáreas a campesinos desplazados, entre otras cosas, son tareas quijotescas que tomarán años, quizás décadas. Sin duda alguna, estos nuevos programas abrirán la ventana para que muchas manos corruptas se enriquezcan y para que el clientelismo, práctica rampante de nuestra política, haga de las suyas con el presupuesto del posconflicto.

El argumento de la impunidad, con el perdón de los que lo arguyen, no tiene para mí mayor peso pues, en primer lugar, la idea de que la cárcel es la única manera de hacer justicia es muy anticuada, prefiero una justicia restaurativa en la que los victimarios pidan perdón y reparen a sus víctimas con trabajo comunitario y, en segundo lugar, porque la justicia es tal vez la institución más corrupta del país, dejar en manos de la justicia ordinaria los delitos de miles de guerrilleros no va a garantizar ni condenas justas ni agilidad en los procesos.

No veo más que estas tres poderosas razones para oponerme al proceso de paz, lo demás son fruslerías que nadie con dos dedos de frente se puede creer: que las Farc no van a entregar a los niños, que seguirán traficando, que el posconflicto cuesta mucho, que hay una conspiración internacional para que el comunismo llegue al poder, que vamos por el camino del socialismo del siglo XXI y terminaremos como Venezuela… Todas mentiras y predicciones aterradoras basadas en intereses mezquinos más que en posibilidades reales.

Habiendo dicho lo anterior, le aclaro al lector que voy a votar por el Sí porque estas razones que he venido explicando no se compadecen con el valor de la vida y el perdón. Vale más para mí saber que miles de campesinos van a poder dormir sin escuchar disparos por la noche y que van a amanecer sin nuevos muertos que enterrar, que las consideraciones políticas o económicas que puedan tener los que creen que su opinión vale más que la vida de civiles, soldados y guerrilleros.

Voy a votar por el Sí convencido de que no habrá paz inmediata pero sabiendo que es un primer paso para alcanzarla.

El título lo pongo porque tengo la teoría de que muchos de los que votan por el No actúan como si pertenecieran a una iglesia: no leen, no critican, no disienten, sólo se quedan con el titular y lo difunden sin siquiera mirarlo con tal de que justifique sus prejuicios. Son esos mismos que se han creído las mentiras de los que tienen intereses particulares en la guerra y las defienden a capa y espada como si de eso dependiera su vida. Pero no, es la vida de otros la que está en juego y está en nuestras manos dejar los prejuicios y las ideologías de lado y pensar en el bienestar colectivo, en la tranquilidad de miles de familias que no ven el plebiscito como un meme en Facebook sino que saben que de eso puede depender su vida.

Twitter: @andresburgosb 

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