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Los diferentes matices de una crisis como la que vive Venezuela no se pueden ignorar. Hay intereses de cada una de la partes en que lo que ocurre se vea ante el mundo de una manera específica. Pero cuando una de las partes quiere, de manera evidente que el mundo no vea nada de lo que ocurre y peor aún, escondérselo también a su propio pueblo, las intenciones son claras. El régimen de Nicolás Maduro está utilizando todas las herramientas típicas de regímenes dictatoriales para evitar que su poder se venga abajo: bloqueos a medios internacionales, redes sociales, amenazas a medios locales e internacionales, cortes en servicios de internet y hasta bloquear importaciones de papel para que los periódicos no puedan imprimirse más, y para terminar, quiere echarle la culpa al resto del mundo de la tragedia venezolana, la tragedia de su pueblo.

Lo más lamentable de todo es que son los venezolanos quienes están pagando las consecuencias de las acciones de Maduro, con la excepción de sus paramilitares a sueldo y su círculo cercano de poder. Ni en los peores años del Chavismo se había visto tanta violencia, corrupción, desabastecimiento, inflación y crisis social y económica. Como latinoamericanos nos duele ver como es evidente el cinismo con el que una persona que es claramente ignorante y ajena a la situación por la que su propio pueblo está pasando, tiene el atrevimiento de decir con la frente en alto, que el problema de desabastecimiento , inflación, destrucción del aparato económico de una nación y las carencias básicas que su pueblo está sufriendo por su ineptitud, se solucionan “comiendo menos”, “bajándole al consumo porque los venezolanos estamos muy gorditos”. Es triste ver a sus subalternos riéndose e indicando su total acuerdo con los comentarios de su líder. Ni el régimen norcoreano que ha puesto a su pueblo a aguantar hambre ha tenido la desfachatez de decírselo en la cara a su gente con el objetivo de limpiar su imagen y explicar porque es bueno para ellos que pasen necesidades. Es una burla y una afrenta contra la inteligencia y la humanidad de los venezolanos. Cuando los latinoamericanos nos quejamos de nuestros líderes o de la corrupción en nuestro países o hasta de las necesidades que se viven en nuestras comunidades, no basta sino mirar a Venezuela, a su presidente y a su pueblo para entender que otros, tristemente, están definitivamente en peores manos y con una situación más precaria.

Las demostraciones y violencia que están ocurriendo no se hicieron esperar y con razón. Era apenas lógico que el pueblo reaccionara frente a una situación tan desesperante, pero más aún, reaccionara frente a tal cinismo y burla. Obviamente ya los grupos revolucionarios creados desde Chávez y fortalecidos por Maduro están en las calles armados e intimidando al país, dispuestos a defender la revolución que les ha dado prebendas y privilegios que no están dispuestos a perder, mientras la gran mayoría de los Venezolanos y los latinoamericanos vemos como su nación se desmorona poco a poco. Las naciones y organizaciones del mundo están comenzando a ver como se están estableciendo los ingredientes de una guerra interna por el poder, con un régimen que está dispuesto a hacer lo que sea para mantenerlo, que ha creado ejércitos de militantes armados, paralelos a las fuerzas militares para intimidar y extirpar cualquier intento de revolución del pueblo.

En un país con la inmensa riqueza de Venezuela, esta situación no es solo inaceptable, es absurda. Maduro está usando estas riquezas de su país para comprar su permanencia en el poder,y son esas riquezas las que le han permitido comprar el apoyo necesario para que su régimen no se derrumbe. Mientras tanto el pueblo venezolano tiene dificultades para subsistir, y se aterroriza al ver el régimen de los violentos y los corruptos en sus calles, instituciones y su estado. Es por ello que quitarle esa fuente de riquezas es posiblemente la mejor herramienta que la comunidad internacional puede usar para presionar un cambio en Venezuela. Algunas veces sanciones económicas traen pobreza al pueblo de la nación que las enfrenta más que al propio régimen, pero en Venezuela el régimen ya ha empobrecido tanto a su pueblo que las sanciones económicas van a debilitar el apoyo al régimen, y aquellos que hoy cuidan a Maduro porque sus conciencias y sus bolsillos están comprados, cambiaran rápidamente de lealtades una vez esos bolsillos estén vacíos.

Para solucionar las dificultades de los venezolanos no tienen que comer menos, ni encerrase temprano en sus casas para que no les pase nada, ni dejar de ir al exterior, ni dejar de soñar. La solución es que su régimen se quite del camino y deje que la libre empresa, la inversión, la iniciativa y la libertad vuelvan a establecerse en una nación que alguna vez fue ejemplo de todo eso para América Latina. Una vez tengan un estado capaz de proveer un ambiente libre, seguro e institucionalmente estable para que esas condiciones existan,  los venezolanos se encargarán de que su país vuelva a florecer.

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