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Empecemos por aquello de “el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Corintios deja esta frase abierta a ser interpretada y hemos errado creyendo que amar es doblegarse.

Es importante aclarar que al hablar de amor no me refiero únicamente al amor romántico, sino a todo tipo de relación que conlleve un vínculo.

Qué daño tan grande nos hemos hecho al rendirle tanta devoción al para siempre, perdiendo la consciencia de lo que tenemos aquí y ahora. Bajo su precepto hemos alimentado años de dependencias insanas, por miedo. Quién creería que tal promesa idílica es cimentada también en el terror.

Conocemos nuestros límites casi que sin esfuerzo, porque la naturaleza misma nos ha dotado de radares que sobresaltan la piel. Sentimos, nos duele, pensamos “no más” y, sin embargo, seguimos.

Avanzamos porque es lo que nos han instruido: no cuestionar, pasar por alto y seguir. Asumimos que, de no hacerlo, estaríamos cerca de rendirnos, y en nada tiene que ver; a veces solo necesitamos descansar.

Es ahí, en medio del ajetreo y alentados únicamente por pura necedad, en donde nos quedamos dando vueltas con personas que nos llevan a desaprender. Para mí no hay mayor regresión que esta, olvidarse de uno mismo.

Pero esperen, una cosa es verse dando vueltas y seguirlo haciendo mecánicamente; otra muy distinta, tomar distancia, ser consciente y retirarse justo antes de enfermar. Todos hemos pasado por esa sintomatología molesta: parejas que te desbordan, amigos que son obstáculos, familia que no es del alma.

El verdadero amor propio surge entonces cuando delimitamos. Al no hacernos los sordos, también estamos en capacidad de hablar.

Y les cuento, un día me escuché, a pesar de tanto ruido, enfoqué toda mi atención en priorizarme y como una revelación de mi yo autocompasivo, descubrí qué círculos debía transformar nuevamente en líneas rectas, estos eran caminos que se habían encorvado con el tiempo, pero que el tiempo mismo y la voluntad podían enderezar.

En cambio, con esos otros círculos que en realidad fueron agujeros negros, más tarde supe que no debía volver. Una parte de mí se quedó con ellos, claramente, es lo que ocurre con estos campos gravitatorios. Y agradecí entonces por lo que me habían dejado, no hubo prueba más real, aquello con lo que me quedé, era mi esencia.

Ahora soy esta versión con la que me siento más alineada. Fue una manera alterna de conocerme y de conocer también el para siempre que quiero conmigo y el que estoy dispuesta a aceptar de otros.

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