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Cuando pensamos en una actividad académica de dos mil millones de pesos nunca se nos ocurriría pensar, salvo que fuese en una historia delirante de García Márquez, que ese emprendimiento faraónico se llevara a cabo en una ciudad de calles polvorientas y barriadas abarrotadas de familias desplazadas por la violencia. Es un contraste difícil de asimilar pero que ha ocurrido en Valledupar donde el alcalde de la ciudad y la periodista Natalia Springer acordaron la realización de una “Escuela Vallenata de Gestores de Paz” por esa astronómica cifra.

Nada más loable que una iniciativa de estas características en la capital del departamento que fue cuna del paramilitarismo, donde convergen las principales formas delictivas posibles en Colombia y se enraizó un modelo productivo voraz y depredador, basado en la minería a cielo abierto y los monocultivos extensivos de palma africana. Todo ello en su conjunto hace del departamento del Cesar el lugar más idóneo para hablar del conflicto y sus ramificaciones; pero también para hablar de la paz, la reconciliación y las alternativas para la no repetición. En todo eso podemos estar de acuerdo, pero partimos de bases muy disímiles y de categorías morales y éticas diametralmente opuestas.

No existe justificación alguna para que una ciudad estructuralmente paupérrima, que no logró cumplir los indicadores mínimos de desarrollo humano fijados por Naciones Unidas, que ocupó junto con el departamento el último lugar en las pruebas del Saber, en un país que a su vez ocupó el penúltimo lugar en las pruebas PISA, es decir, que es el último entre los últimos, se gaste una fortuna en una escuela de paz anodina mientras la gente por malvivir no le queda otro camino que la violencia para conseguir lo que el Estado es incapaz de proveer.

Algunos dirán, justamente es allí donde toca hacer estos debates, allí donde hay familias desplazadas, viudas, huérfanos y mujeres violentadas y oprimidas. Sí, es allí donde toca actuar sin duda, pero resulta cuestionable que el alcalde haya decidido invertir tal cantidad de dinero para hacer un evento internacional donde los conferencistas cobran de 1 a 5 millones por cada hora de exposición. No es simplemente una desmesura, es sobre todo una extravagancia llevar a expertos a hablarles de paz a quienes han sufrido en carne propia la guerra y saben perfectamente lo que se necesita para acabar con ella. Ese tipo de iniciativas no ayuda a las víctimas de nuestra guerra, ese talante inconsciente y presuntuoso las revictimiza y las ofende, nos ofende a todos que a un alcalde de una ciudad con tantas necesidades de intervención institucional no se le ocurra mejor idea que darle ese dinero a un puñado de consultores, extranjeros o nacionales, que se lo gastarán resolviendo los problemas del país en cualquier lujoso restaurante de la capital.

De dónde sacará el alcalde Freddy Socarrás la idea de que en Valledupar la delincuencia común, el sicariato, los clanes familiares que inundaron de corrupción todas las instituciones del departamento, la precariedad de todos los servicios públicos (menos de la gasolina que aunque no es público es de primera necesidad y gracias al contrabando un servicio de calidad) se resuelven creando gestores de paz. Con la barriga vacía no hay paz que valga. Esa versión de paz y además de la función pública que tienen algunos políticos de provincia, derrochadora y farandulera, es la que les lleva a invertir dinero público en semejantes sandeces. Para aterrizar la paz en departamentos tan azotados por la guerra como es el Cesar se necesita sobre todo una gestión pulcra de los dineros públicos, dignificar a la gente con salud y educación de calidad, combatir la corrupción y planificar el futuro de la juventud de tal manera que no les quede el sórdido camino de la delincuencia para subsistir.

La ilusión de los incautos

Lo de Valledupar lo resolverán los vallenatos. Al alcalde le queda el comodín de una parranda que ahogue el escándalo en unas generosas dosis de Old Par.

Pero cómo podrá justificar la analista y periodistas Natalia Springer prestarse para tremendo despropósito. Esta actividad aúna la peligrosa tendencia de convertir el concepto de la “paz” en un término vacío y pueril que unos lo usan de arma arrojadiza para atacar al gobierno y otros como un burdo negocio.

Hacer un foro, escuela, coloquio o sucedáneo sobre la paz es válido y legítimo. Invertir todo ese dinero para hacer algo que se puede organizar con una ínfima parte de lo que se han gastado es inmoral y abusivo. En qué tipo de paz estarán pensando quienes con tanta suntuosidad van a hablar de ella cobrando del erario público un dineral, ¿no conciben acaso la ética como parte indispensable para alcanzarla?.

Un ejemplo de lo contrario, el Instituto Pensar de la Universidad Javeriana lanzó esta semana una Cátedra abierta que se impartirá a lo largo del semestre. Se trata de reflexionar entre la academia, instituciones del Estado y sociedad civil sobre el papel de las Diásporas en las transiciones de paz. El presupuesto para conferencistas de este ciclo académico es de cero pesos, con ello no se desvirtúa su nivel, todo lo contrario, se afianza el ejercicio de la paz como un valor moral del que es un derecho y un deber reflexionar.

La austeridad hablaría por si sola como una intención desde la institucionalidad de transitar a un país en paz, pero sobre todo como señal de respeto a la ciudadanía, no se le pide mucho más a quienes asumen la responsabilidad de gobernar.

@jc_villamizar

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