‘Manacho’ es un muy buen tipo, es alegre, fiestero, siempre está sonriente y tiene un positivismo arrollador. Es una persona con carácter, que cuenta con una virtud gigante: tiene una paciencia ¡qué hágame el favor!
Alguna vez caminaba yo como “desprogramado”, cuando me lo encontré y nos pusimos a conversar. Hacía tiempo que no nos veíamos. Él estaba con ‘Robespierre’, otro amigo. Era una tarde soleada, me invitó a tomarnos algo para contrarrestar el calor y también, para continuar con nuestra conversación, sin afanes, así que entramos en una tienda cercana, donde en la radio sonaba música tropical.
Hablamos de nuestras vidas, de lo que estábamos haciendo, de nuestras familias. Y volvimos a platicar de nuestro pasado compartido, al acordarnos afloró la sonrisa, las carcajadas y también, un poco de nostalgia.
Cuando lo conocí era un muy buen bailarín, su especialidad: la música tropical, la salsa, el merengue. A las muchachas les encantaba bailar con él porque las ponía a danzar como un trompo, además, por toda su energía, su carisma y alegría. ¡Ah! Robespierre no se quedaba atrás, en su tiempo libre era el coreógrafo de un grupo de danza del barrio, y además, cantaba.
—Mi querido Manacho ahora sí, cuéntame por qué te dicen así: “Manacho” —le pregunté a quemarropa, insolente e indiscretamente.
Él me miró y sonrió.
—Ja,ja,ja, eso debe ser por la canción “Los zapatos de Manacho” —replicó ‘Robespierre’. Y tarareó:
“Y los zapatos de Manacho
Son de cartón, son de cartón, de cartón.
Son de cartón, de cartón.
Manacho tenía tremendos zapatos
Y cuando llovía, andaba descalzo
Oh, porque son de cartón
son de cartón, de cartón
y los zapatos de Manacho”1
—Debe ser por eso —contestó entre risas Manacho.
—Ome ‘Pinsky’, sabes, es simple. Bueno, viéndolo bien, es todo un rollo. Humm, con los zapatos he tenido como un karma, me han pasado unas, que ni les cuento —dijo Manacho terminando la frase con una sonrisa gigante.
—Dale, fresco, no hay ningún problema, tenemos toda la tarde —dije.
Empezó a contarnos que tenía dos hermanas mayores que él y dos hermanos menores, o sea, él era el del medio. En el barrio en que vivía se escuchaba de todo tipo de música: salsa, tropical, rock, pop, baladas, en fin. Los niños y jóvenes andaban por las calles tranquilamente, y jugaban junto a sus casas.
Cuando él contaba con unos 9 o 10 años una de sus tías, que por cierto poco los frecuentaba, llegó de sorpresa, se lo llevó a una tienda y le compró unos flamantes zapatos de color café, media bota, con cierres, tenían una suela gruesa y con tacón que lo hacían ver un poco más alto. Además, los botines contaban con una correa y una hebilla a un costado, eran muy diferentes a los que había tenido hasta el momento.
‘Manacho’ miraba sus zapatos y no se lo creía: —Eh, qué belleza de zapatos, relucientes, brillantes —se decía, mientras los giraba de un lado a otro. Más o menos a los tres días de recibir el regalo, le llegó la hora de estrenar: se puso su mejor pinta, la ropa más nueva, y claro, los zapatos súper novedosos. Se miró en el espejo, y se peinó.
—Oe, oe, quién le pompo. Uy, qué elegancia —le dijeron sus amigos al verlo pasar, le armaron un callejón el cual atravesó sonrojado y orgulloso de la mano de su madre, al dirigirse al cumpleaños de un familiar.
Así, su mayor tesoro en ese momento eran sus zapatos nuevos, los cuidaba al máximo, solo se los pondría para algún evento especial: para ir a misa, o para dar una vuelta al parque del barrio el sábado en la noche, o para visitar algún familiar.
Llevaba un poco más de un mes con sus zapatos, cuando pasando la calle para llegar al parque, por el afán de no caer en un charco, saltó y calculó mal, tropezó con el filo del andén, el golpe fue directo al borde del zapato, trastabilló pero no se cayó. Miró detenidamente sus zapatos y estaban bien, no los había rayado. Siguió caminando, pero empezó a notar algo raro, algo que le molestaba al andar, sentía como un vacío al alzar el pie.
Se detuvo a mirar con más detenimiento —Oh, no. No puede ser, no me puede pasar esto a mí —se dijo. Se le vino el mundo encima.
Con el golpe, la suela se le había zafado por todo el borde externo, desde la punta hasta el talón. Levantaba el pie y se abría el zapato, no había más que hacer si no arrastrar el pie, menos mal que estaba cerca de casa.
“Lo vi caminando, lo noté muy raro
Fue que en un zapato, se le enterró un clavo
Y fue que en un zapato, se le enterró un clavo
Oh porque son de cartón
Son de cartón, de cartón.”1
Triste llegó a su casa, arrastrando el pie, se puso otros zapatos, y los nuevos se los llevó a la tía, quien le dijo:
—Tranquilo mijo, los llevo a la tienda, reclamo la garantía y seguro que me los cambian por otros. Seguro que sí, no se preocupe.
Se tranquilizó un poco y se devolvió para su casa, quedando a la espera de sus zapatos.
‘Manacho’, en su relato, hizo silencio mirando al horizonte.
—Bueno ¿y…? —le preguntó ‘Robespierre’, abriendo sus ojos denotando ansiedad.
—Nada.
—¿Nada? ¿Cómo que nada? —le increpamos en coro, no entendíamos.
—Nada…Hasta el sol de hoy: sigo esperando la garantía. ¡Ni tía, ni zapatos!
—¡¿Qué?!
—Sí, como lo oyen: ¡Ni tía, ni zapatos! Mi tía no me entregó los zapatos, jamás me volvió a decir nada al respecto, ni yo le pregunté.
—Cuando ella estaba por ahí, yo la miraba a los ojos y luego le miraba sus zapatos, y ella como si nada. ¿Será que le gustaron tanto los zapatos, que se quedo con ellos… por las hebillitas?
Dijo entonadamente ‘Manacho’, soltando una carcajada, cosa que nosotros también hicimos; no parábamos de reírnos por la espontaneidad de nuestro amigo.
—Ah, y eso no es nada. Cuando tenía como 13 me pasaron dos “cacharros” con mi papá y mi mamá. Les cuento…—apuntó Manacho.
Continuará…
Episodio 1/3
Referencias.
1. Tomado de “Los zapatos de Manacho, El gran Combo de Puerto Rico”, https://www.youtube.com/watch?v=zW-DCzYx_0U
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