Ya estaba entrando en la adolescencia y el papá tenía unos zapatos elegantes, de suela, que a Manacho le parecían muy bonitos.
—’Apá’, por qué no me prestas tus zapatos para ir donde el tío Arcadio.
—’Mijo’, esos zapatos no te quedan, son dos o tres números más grandes, pero si te sirven, úsalos —le contestó su padre.
—Ah, eso se tapa un poquito con las botas del pantalón, le amarro bien los cordones, seguro no se salen y ni se nota —dijo para sí Manacho.
Dicho y hecho, se puso los zapatos y un pantalón de paño. Su tío vivía en otro barrio, tendría que coger un par de buses; salió orondo con su pinta, sin creer en nadie.
Llegó al barrio. Primero saludo a una tía y luego pasó donde el tío Arcadio que vivía unas cuantas casas más adelante; su tío era zapatero y tenía su taller allí mismo. Conversó con sus primos, tomaron ‘el algo’: un chocolate ‘parviado’ o sea con panes y tostadas. Y se sentó plácidamente en un sillón.
—Ve, ‘Arca’, mírale bien los zapatos a Manacho, como que se le salen un poquito —dijo Azucena, la esposa de Arcadio.
—¿De verdad ‘Azu’? —preguntó Arcadio, mirando de reojo al chico.
—Así como está, el niño se parece a Chalupin —habló Azucena soltando una risita.
—¿A quién? —inquirió Manacho.
—No digas eso ‘Azu’ —expresó Arcadio. A continuación, miró a Manacho diciendo —Mijo, a Chalupin, que era un payaso reconocido, entre otras cosas, por sus grandes zapatos, como Tuerquita o Bebé los de Animalandia.
—Claro que a ese no lo conocen los muchachos Azu, es de nuestra generación —anotó Arcadio.
—Párate por favor. Sí, se ven un poco grandes esos “pisos”. Le puedo poner unas plantillas, y ‘listo el pollo’, mijo —continuó.
Efectivamente, Arcadio hizo el arreglo indicado y los zapatos le calzaron un poco mejor, le quedaban más ajustados. Manacho le agradeció a su tío, y luego regresó a su casa.
—Muchachos, de vez en cuando usaba los zapatos y le ponía las plantillas. Pero en realidad, al fijarme bien, me quedaban ¡inmensos! Jajaja Es que dos o tres tallas de más es mucho, a veces se me salían. Parecía montado en unas chalupas —se burlaba Manacho de sí mismo.
—No jodas, entonces podías dormir parado —le replicó socarronamente Robespierre.
—Jajaja, sí así es.
El otro rollo fue con la mamá, este si es un poco “más vergonzoso” como diría Manacho, y empezó a contarlo: para el uniforme del colegio de diario usaban zapatos negros, y tenis blancos cuando había educación física. En una ocasión, salió de la casa con el uniforme del cole y se fue a jugar con los amigos por los lados de un riachuelo, mojó y embarró pantalones, zapatos y medias. Al llegar a la casa se acordó que al día siguiente debía ir con el uniforme de diario, y no tenía sino esos zapatos. Ya estaban mojados y enlodados, los tenía que lavar o lavar, no se alcanzarían a secar para el día siguiente.
—¿Qué hago? yo tengo que ir al colegio mañana sin falta —se dijo.
Se acordó que la mamá tenía unos zapatos negros de charol, estilo mocasín, la diferencia era que tenían un tacón un poquito más alto que un zapato normal masculino. Los buscó, se los probó y le quedaron bien.
La ventaja que tenía en el colegio, es que los salones de su grado quedaban en una construcción más bien nueva, separada por una vía de la edificación central, allí estaban cuatro aulas seguidas.
—En el salón, debajo del pupitre, no se notan mucho los zapatos. Salgo al descanso y me quedo por ahí, cerca. Allí me camuflo, y me voy haciendo el loco —se dijo.
Le preguntó a la mamá: qué haría ella al día siguiente, también sobre las tareas hogareñas, si iba a salir; en resumen, la estuvo tanteando, quería cerciorarse que su madre no saliera con esos zapatos, que por cierto usaba muy poco.
Él estudiaba en un colegio público, en un Liceo masculino, en la jornada de la tarde, estaba en octavo. Llegó tempranito, pasó al salón de clases, se acomodó en el pupitre. Fueron llegando sus compañeros, hubo saludos entre ellos, entró el profesor respectivo, se pusieron de pie, lo saludaron, todo marchaba sin inconvenientes; hubo un momento en que se olvidó de sus zapatos, hasta presentó un trabajo en equipo. Pasó la primera clase y todo salió muy bien.
El profesor de la segunda clase estaba como retrasado, no llegaba; los alumnos empezaron a murmurar, unos se recostaron en el pupitre, otros se pusieron a jugar. De pronto, apareció el profesor y les avisó:
—Muchachos, como sabrán, nuestro colegio es público y estamos haciendo reuniones relámpago para coordinar una protesta por el ajuste salarial que el gobierno nos ha venido incumpliendo —dijo el profesor.
—Así que en algunas clases los profesores no asistirán pero ustedes no se podrán ir, se les dejará un trabajo que deberán entregar al finalizar la hora —terminó diciendo.
Posteriormente, llegó el profesor de la tercera hora y les habló:
—Por favor salgamos a la cancha, que les vamos a explicar las actividades de hoy, allí estarán todos los alumnos del Liceo.
—No puede ser, para acabar de ajustar, me tocó salir a la luz pública. Desfilaré delante de todos los alumnos del Liceo, con mis zapatos de charol —pensó Manacho.
Los alumnos se pararon y fueron saliendo lentamente. Manacho, presagiaba la burla de todos, así que se quedo prácticamente de último.
—Si la voy a embarrar que sea con estilo ¡Ah! que todos me vean. Estoy al mejor estilo de Michael con los Jackson Five, por ti Michael —reflexionó, y se dio ánimos.
Todos los grupos estaban ya en el lugar indicado, los estudiantes se veían ansiosos, muy atentos a lo que ocurría en la tarima donde se hallaban los profesores. Oh sorpresa: los cursos se formaron en orden de llegada, su grupo era el último de los octavos, así que les tocaba formarse en la parte posterior y como él se había quedado al final, prácticamente ni lo vieron.
—Increíble, no lo puedo creer. Bueno, ya pasamos la primera prueba. Sigue el regreso al salón, y al final de la jornada, la salida para la casa —se dijo emocionado.
El vocero de los profesores, el coordinador de disciplina, habló e indicó entre otras cosas:
—En estos días habrá intermitencias en las clases, tendrán que estar preparados para un posible paro.
Adicionalmente, comentó la situación nacional del profesorado y otras circunstancias que los afectaba. Para finalizar, les dijo:
—Ahora, irán a sus salones en calma y ordenadamente, nosotros entraremos a una reunión del gremio, a una asamblea.
—Así, que damos por terminadas las clases del día de hoy, pueden ir a sus casas. Reitero: por favor, vayan a sus salones por sus cosas, en calma y ordenadamente.
Qué fue lo que dijo, se alcanzó a escuchar un “Oh” generalizado. Los estudiantes con cara de asombro y de alegría no lo asimilaban, estaban emocionados: “no tendrían clases”. Salieron apurados a recoger sus cosas, entre murmullos y sonrisas, felices porque saldrían en ese momento para sus casas.
¿Y Manacho? feliz, nadie notó nada, se había salvado de la “burla”, bueno eso era lo que él pensaba, porque nadie le hizo ningún comentario, se quitó una tonelada de culpa de encima. Esa vez contó con buena suerte.
Al terminar de contarnos, le vimos una leve sonrisa de satisfacción, de tranquilidad.
Evidentemente un escrito serio, retrotraído de vivencias pasadas excelentes y elocuentes. Me agradó, lo elogio y seguiré sus escritos. Felicidades, HerMoy.
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Hola Hermes, muchas gracias por tus gentiles comentarios y por tu voto de confianza. Espero que los siguientes relatos sean de tu agrado.
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