Atentos, sentados en sus pupitres estaban los alumnos de octavo grado, poniendo atención a la explicación que hacia el profesor. La puerta de entrada al salón era grande, de dos alas, generalmente permanecía abierta, de repente, una parte del grupo vio pasar a “Celeste”, quien caminaba por la vereda con su cabeza gacha, luciendo el uniforme del colegio: camisa blanca, falda azul oscura de tablas con tirantes, medias blancas y zapatos negros. En su hombro llevaba un bolso con sus cuadernos, en una de sus manos un libro, era de tez blanca y cabello oscuro. Ella los miró de reojo y siguió su camino —“Muchachos, ya son como las 5:30 de la tarde” —dijo uno de ellos.
Le decían Celeste porque no sabían su nombre y como siempre la veían vestida de azul así la “bautizaron”, normalmente pasaba a esa hora de regreso a casa, de esta forma ellos sabían que estaba próxima su salida. Los salones de octavo quedaban uno seguido del otro, eran de una sola planta, en la pared principal estaba un inmenso pizarrón de color verde y a su lado había una pequeña puerta que comunicaba las aulas entre sí. Al fondo de esta construcción, quedaban los talleres y unas casitas para las familias de los empleados del plantel, como los vigilantes y los conductores. En una de ellas habitaba Celeste.
El grupo
El grupo de alumnos era muy variado: estaban los hermanos Carmona, que eran altos delgados, relajados, conversadores, les llamaban “Tuco” y “Tico” como las “Urracas parlanchinas”, siempre se hacían en la última fila; Acevedo era de mediana estatura, fornido, alegre, dicharachero, hablaba con todo el mundo. Botero, era delgado y muy educadito; el “Michi” Álvarez, alto, buena gente, pausado al hablar. Rodríguez el Bueno, afable y risueño, Rodríguez el Malo, otro de los altos, temperamental y muy activo, era el capitán del equipo de fútbol, lo de Malo no era por su carácter, sino porque el otro Rodríguez tenía como segundo apellido Bueno, entonces este era el “Malo”. Benítez compartía pupitre con Botero, era uno de los pilosos del salón, le decían “Taxi” porque una vez sacó sin permiso el taxi de un tío y lo estrelló contra un árbol cerca de la casa. Y así por el estilo eran los jóvenes de este curso, inquietos, alegres, divertidos, casi todos tenían sobrenombres y los llamaban por sus apellidos.
Estudiaban en un colegio masculino, en la jornada de la tarde, en un horario de 12:30 a 6:30 p.m. La mayoría venían juntos desde sexto, la rotación año tras año era más bien poca, la convivencia era muy agradable.
En clases de geografía y de español
Un día, Botero salió apresurado del salón para traer un mapamundi que la maestra de geografía había dejado olvidado en la sala de profesores, al salir se encontró de frente con Celeste quien lo miró y le sonrió. Botero se frenó y quedó congelado al verla, abrió sus ojos, ella se detuvo sonriente, él entonces la miró y descubrió que tenía unos preciosos ojos de color verde. Celeste le dijo “Hola”, él en tono bajo y tímidamente contestó también con un “Hola” y se bajó del andén para que ella pasará. “Gracias” escuchó que le respondió y cada uno siguió por su camino.
En cierta ocasión, estaban en clase de español, Botero advirtió los pasos de Celeste y puso mucha atención hacia la puerta, efectivamente ella apareció como siempre con la cabeza gacha y él la siguió con la mirada. En ese instante el salón estaba en un profundo silencio, todos, incluida la profesora, miraban detenidamente a Botero, quien al segundo o tercer codazo de Benítez apartó la vista de la puerta y volvió a poner atención a la clase. El silencio seguía, la profe lo miraba intrigada, esperaba una respuesta: ella le había formulado una pregunta, pero él por estar embelesado con Celeste no le había escuchado.
—¡Profe, Profe! Oh, la, la ¡El amour, l’amour, toca el cogazon de Boterituu! —dijo entonadamente “Tuco” Carmona con “acento” francés.
Todos se rieron incluyendo la profesora, quien volvió a repetirle la pregunta.
El profe no llegaba
Una tarde, poco antes de salir a vacaciones de mitad de año, sonó la “chicharra” que indicaba el cambio de clase, ya empezaba a anochecer. El viento comenzó a soplar con fuerza, apresurados cerraron los ventanales, luego lloviznó, la lluvia arreció, entonces, también les tocó cerrar la puerta del salón para que el agua no se entrara. Los muchachos se pusieron a conversar mientras llegaba el profesor, y así fueron pasando los minutos y el “teacher” no aparecía.
—¡Ay juemadre! ¡Mírenla, mírenla! —Gritó Guzmán mientas corría hacia un rincón.
Todos fijaron la vista hacia donde Guzmán señalaba, no se veía nada, estaban desconcertados. —¿Qué pasó? —preguntó Acevedo.
—Por ahí está —habló Guzmán mientras indicaba temeroso una de las esquinas.
Valentonado Rodríguez el Malo se acercó con una regla en la mano, los alumnos estaban expectantes, cuando de repente una gran sombra se movió y ascendió al techo, Rodríguez pegó un berrido y luego maldijo a “Raimundo y todo el mundo” mientras iba saltando sobre los pupitres para protegerse. Los otros, asustados, también se hicieron a un lado, la sombra se movió, empezó a revolotear por el salón, todos corrían y gritaban, era un completa algarabía, aquello parecía el acabose, no se sabía qué bicho era.
—¡Uy, pendejo! Eso es un vampiro —dijo nervioso Monsalve.
—Mucho lo bruto, ¿no? ¿Cómo se te ocurre? Los vampiros no existen, más bien debe ser un murciélago —apuntó Campillo.
—¡No! Eso debe ser una mariposa nocturna ¡seguro que sí! —anotó el “sabelotodo” de Vargas.
—Lo verraco, como dice una tía mía, es que en muchas partes del mundo las ven como un mal agüero y también las asocian con los difuntos.
—Además, los murciélagos se cuelgan boca abajo, no se posan como los insectos. Mírenle los dos “ojos” en las alas, ¡es una mariposa negra! —terminó diciendo Vargas santiguándose.
La mariposa volvió a sobrevolar por el salón y de nuevo se armó el despelote, le tiraban bolas de papel a la loca y hacían bulla para espantarla. De repente desapareció, no sabían dónde estaba, todos la buscaban afanosamente.
Entonces se escuchó una voz fuerte y vigorosa que dijo:
—¡Jóvenes, por favor silencio!
—¡Sileencioo!
Todos reconocieron la voz de inmediato, era el coordinador de disciplina que apareció por la pequeña puerta que estaba junto al tablero, tenía sus manos sobre los laterales del marco de aquella puerta, a la altura de sus hombros. Llevaba el delantal blanco de profesor de matemáticas.
—¿Alguien me puede explicar qué es esta guachafita? —preguntó.
El silencio era total. Todos se miraban entre sí, como queriendo decir “¿Quién le explicará que este zafarrancho fue por culpa de una mariposa?”. No aparecía voluntario alguno, el profe los miraba altivamente, como retándolos.
De repente pasó lo más inusitado: la mariposa voló, todos quedaron paralizados, entonces dio un giro y se posó sobre el pecho del profesor ¡sí sobre el pecho del profesor! Nadie decía nada, estaban atónitos, el profesor seguía mirándolos con firmeza como si nada hubiese pasado con su “dije” pegado en el torso. Entonces, el coordinador sin decir una sola palabra giró y salió por donde había entrado, inmediatamente ingresó el profesor de la clase, el cual se había retrasado porque regresó a buscar un paraguas en su puesto.
Retorno a clases
Pasaron las vacaciones de mitad de año y regresaron a clases, siguieron con las rutinas del colegio y de las materias. Botero parecía ansioso, siempre pendiente de la puerta, los días transcurrían y Celeste no había vuelto a pasar. Los muchachos empezaron a preguntarse: será que se cambió de colegio, o será que trasladaron a su papá, o acaso estaría enferma. Consultaron con Botero, entonces él arqueaba las cejas y alzaba los hombros como queriendo decir “¿Y yo por qué voy a saber?”, aunque en realidad sí le importaba mucho la ausencia de Celeste, quería volverla a ver, disfrutar de su sonrisa, de sus bellos ojos.
Un par de días después, Acevedo llegó atribulado a clase, le preguntaron que le pasaba y él les dijo que más tarde les contaba. Vino la clase de español y Acevedo se acercó a la profesora, hablaron un segundo, ella asintió y él salió del salón. Un momento después regresó con la Directora. Todos miraron con extrañeza aquella visita, ella tomó la palabra.
—Hola muchachos, como están — “Bien Directora” respondieron todos en coro al saludo.
—La profe me ha dado un par de minutos para darles una noticia —dijo ceremoniosamente, mientras la profe de español se hacía al pie de la puerta.
—En la institución los empleados son parte importante para la comunidad educativa, hacen parte integral de ella, siempre buscamos su bienestar —expresó pausadamente, ninguno de los chicos comprendía lo que quería decir hasta el momento.
—El señor Aldemar ha sido transferido con su familia a otro sector de la ciudad… —“Ah, debe ser el papá de Celeste, por eso es que no la hemos vuelto a ver” —pensó Botero.
—… Porque ellos ya no se sentían bien aquí, cada rincón estaba lleno de recuerdos —hizo una pausa. Ahora los muchachos miraban con intriga.
—Entiendo que ustedes no conocen una infortunada noticia que ocurrió en vacaciones: la hija de Aldemar, Rebeca, caminaba de regreso a casa, cuando un auto perdió el control, se subió a la acera y la atropelló. Lamentablemente falleció.
Se los dijo así, directamente, el silencio y la desazón fue total, nadie lo podía creer, a muchos se les hizo un nudo en la garganta, ella era parte de sus vidas, habían aprendido a quererla solo con verla. Todas las miradas se centraron en Botero, en Boterito, quien miró hacia la puerta y enterró el rostro entre sus manos. A muchos se les escaparon las lágrimas, no salían del desconcierto, los llenaba la tristeza, las profesoras estaban conmovidas con aquella escena. La Directora hizo una solemne oración que todos los presentes acompañaron sentidamente. Extrañaban a Celeste por su dulzura y frescura, aun hoy algunos todavía la extrañan.
Relato anterior
Comentarios