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A Jorge y a Santiago les cogió la noche en casa de Sergio, allí compartían animadamente, recordaban sus experiencias como profesores de práctica en el colegio y sus anécdotas como estudiantes de la Universidad.  Nunca habían visto a Santi tan conversador y expresivo, un par de traguitos le soltaron la lengua; la verdad no acostumbraba a tomar, normalmente era un tipo callado y reflexivo, más bien tímido, especialmente con las mujeres.  Ya estaban entonados, Jorge volvió a insistir en retirarse, a esa hora los buses públicos ya no prestaban servicio. Santi se sentía muy cómodo, sus amigos le brindaban confianza y seguridad, así que hablaba con desparpajo; sin embargo, haciéndole caso a Jorge decidió irse con él, le agradecieron a Sergio y a su familia, y se marcharon.

—Santi, ¿Qué tal si nos vamos para mi casa? Y así terminamos de conversar. Sabes, desde aquí en carro estamos a unos 15 o 20 minutos —dijo Jorge.

—Listo, de una ¡ya que afán!  Busquemos un taxi —contestó Santi.

—Espera, qué te parece si más bien caminamos hasta los colectivos y el dinero del taxi lo usamos para comprar mediecita de ron y el pasante, cerca de mi casa hay una tienda que suele estar abierta hasta tarde.

—¡Hágale! Caminemos.  ¡No problem!

Imagen 1. Calle nocturna. Tomado de PublicDomainPictures en PixabayImagen 1.  Calle nocturna.  Tomado de PublicDomainPictures en Pixabay

 

La llegada

El colectivo los dejó sobre una gran avenida, caminaron unas cuadras, encontraron la tienda abierta, compraron lo que necesitaban y avanzaron hasta la residencia de Jorge.  Las luces estaban encendidas, doña Estela, la mamá, les abrió y los invitó a pasar; Jorge le presentó a su amigo, ella se alegró de conocerlo y le puso a la orden su casa. Les señaló que hacía un momento Marcela había llegado de una fiesta con su amiga Diana, en ese momento ellas aparecieron sonrientes y se presentaron. Santi quedó inmediatamente cautivado con la belleza y delicadeza de Diana, solo atinaba a mirarla y a sonreírle, se sentaron cómodamente, sirvieron bebidas y pasabocas. La conversación se tornó amena, hicieron clic rápidamente, Santi hacía graciosos apuntes, todos le celebraban.

Las chicas se alistaron a dormir, pero antes debían llevar una mesita al cuarto de Marce, presurosos los muchachos se ofrecieron a transportarla hasta la habitación y allí siguieron charlando; ellas se sentaron encima de la cama en la cabecera mientras comentaban diversos sucesos de la fiesta. Santi contemplaba extasiado a Diana, admiraba su sonrisa, su cabello, su tono de voz, su forma de decir las cosas; hizo un apunte y se sentó en la esquina de la cama, en el borde, mirándolas, Jorge estaba detrás de él recostado en la pared.

—¿Sabes? Pareces una reina de belleza—dijo Santi poniendo voz de galán.

Ella llevó sus dedos a la boca y empezó a lanzar besos graciosamente como si estuviera desfilando. Santi levantó sus brazos tratando de atraparlos y perdió el equilibrio yéndose de espaldas en cámara lenta, mientras intentaba agarrarse del aire decía lastimeramente —Aaahhh —ellas lo miraban atónitas sin poder reaccionar, solo esperaban el porrazo, ágilmente Jorge se abalanzó y lo atrapó en el aire —Sigue así con tus payasadas ja, ja —exclamó.  Todos reían con aquella curiosa situación, Santi seguía muy happy por culpa del ron o quizás embriagado por la belleza de Diana.

—Es que ustedes son muy “egoísticas”, solo me dejaron esta esquinita —les reclamó.

—Tranquilo, hágase aquí junto a nosotras —dijo Diana coquetamente —se queda aquí y me cuida.

—¡Ah, por supuesto! Por ti me quedo de pie en un rincón todo el tiempo que sea necesario, velaré tu sueño.

—¡Ojo, que el novio de ella es muy bravo! —manifestó Marce.

—Dianita, tus deseos son órdenes, allá voy mi bella dama—exclamó haciendo caso omiso a la recomendación y avanzó hacia ella.

—¡Eh, dejen pues la bobada! Y más bien vámonos a dormir —lo regañó Jorge, tomándolo del brazo y lo jaló hacia la puerta.

—Princesa mía, que duermas plácidamente. Que sueñes con los angelitos y con este vuestro caballero —le dijo mientras Jorge lo sujetaba, ella lo miró y le guiñó un ojo, él se fue con una inmensa sonrisa y con el pecho colmado de felicidad.

A desayunar

A la mañana siguiente lo llamaron a desayunar, rápidamente tomó una ducha, por unos minutos metió su cabeza en el chorro de agua fría, estaba desolado, achantado, quería que se lo tragara la tierra —“Qué cantidad de tonterías dije anoche.  !Ay, juepucha! ¡Qué embarrada!  Ya ni modo… creo que me tocará volarme por esta ventanita” —pensó mientras veía la celosía del baño. Llegó a la mesa, todos estaban allí, lo saludaron, él no se atrevía a mirarlos a los ojos, Doña Estela le habló efusivamente mientras le servía el desayuno, él quería desaparecer detrás de la humeante taza de chocolate. Jorge lo observó y con una sonrisa maliciosa le dijo:

—¡Caballerito de la mesa redonda, buenos días!  Mejor, ¡Príncipe!  Porque ayer estabas como un príncipe detrás de tu princesa, vuestra merced ¿qué tiene que decir? —lo tiró al ruedo a sangre fría.  Santi se puso pálido, luego, enrojeció como un tomate.

—Cof, cof —tosió, respiró profundamente y dijo — Qué pena con ustedes si dije algo bochornoso o si los hice sentir mal, me disculpan. Yo no soy así.  ¡Qué vergüenza! Si mi mamá me viera —agachó la cabeza e hizo una pausa.

—¡Ay!  Perdónenme si los defraudé, pero hice mi mejor esfuerzo —continuó, entonces lo miraron desorientados — lo intenté, se los juro, lo intenté, para mi desdicha ¡no pude atrapar ninguno de sus besos! —todos estallaron en una sonora carcajada suavizando el ambiente.

Imagen 2. Tazas humeantes. Tomado de Jill Wellington en PixabayImagen 2.  Tazas humeantes.  Tomado de Jill Wellington en Pixabay

 

De regreso

Diana y Santi salieron de aquella casa, caminaban despacio redescubriendo el vecindario a la luz del día, en busca de los buses que los llevarían a sus respectivas viviendas.  Diana cargaba su mochila y sus libros, Santi se ofreció a llevárselos, él traía también su bolso de estudiante. Realmente, los dos eran callados y discretos, cruzaron un par de palabras.  —Viéndolo bien este Santi es hasta atractivo y gentil, se ve como buena gente —pensó Diana.  —¡Eh! Qué linda es Dianita, qué sonrisa, como habla de rico, es un encanto. ¡Me enamoré! Qué afortunado es su novio —se dijo Santi. Llegaron hasta la avenida, Diana tomaría un bus hacia el centro, o sea, con dirección al sur; él solo tendría que atravesar esa avenida y tomar uno hacia el norte.

—¿Cuál bus te sirve?

—Ese que viene allá —contestó Diana.

—¡Qué casualidad!  A mí también me sirve ese.  Vámonos juntos, yo invito —repuso sin pensarlo dos veces, aunque el bus fuera en sentido contrario.

El vehículo se detuvo, él subió detrás de ella.  No había asientos disponibles, se fueron de pie hablando.  Diana le indicó que se bajaba en la próxima parada donde tomaría otro bus que la llevaría a su casa, Santi presuroso avanzó y le abrió camino entre la gente, se bajó y le tendió la mano para que descendiera.

En la acera, junto al paradero, se miraron de frente, entonces vio sus alegres ojos cafés, su esplendorosa sonrisa, su delicada figura —¡Qué belleza!  Esta es la mujer de mis sueños —se dijo mientras sonreía embelesado.  Ella lo miraba sonriente, le alzó las cejas un par de veces, él no entendía, con la mirada y sus manos le señaló los libros, inmediatamente se los entregó sonrojándose.

—¡Muchas gracias! La pasamos bien, cuídate.  ¡Chao! —se despidió Diana.

—¡Igualmente, gracias!  ¡Chao!

Diana giró y avanzó por la acera, unos pasos más adelante volvió su cabeza y lo observó, Santi la contemplaba paralizado —¡Rayos me miró! ¿Qué hago? Ay, ni su teléfono tengo —Ella continuó su camino, antes de doblar en la esquina nuevamente volvió a mirarlo y desapareció. Él le gritó —¡Hey Dianita! —y agitando sus manos salió corriendo desesperadamente. Ella se devolvió al escucharlo, casi se chocan en la esquina al encontrarse de frente.

—¡Hola! ¿Puedo acompañarte al bus? —le preguntó jadeando.

—¡Por supuesto!  Casi que no lo dices.

—¡Oh! ¿En serio? Oye ¿No tienes mucho calor? Tomemos algo antes de que te vayas y conversamos un ratico ¿Te parece?

—¿Es una invitación?  Recuerda que tengo novio.

—¡Claro! Yo lo entiendo.  ¿Qué tal si nos conocemos un poquito?  Solo quiero ser tu amigo… por ahora —sonrieron y avanzaron juntos conversando placenteramente.

En el balcón

Algunos años después, Santi recordaba aquellos gratos momentos mientras veía el atardecer desde el balcón de su casa acompañado precisamente de un mojito, bebida a base de ron.  De repente, frunció el ceño, se sintió nostálgico y melancólico al revivir aquel último instante…

…Diana giró y avanzó por la acera, unos pasos más adelante volvió su cabeza y lo observó, Santi la contemplaba paralizado —¡Rayos me miró! ¿Qué hago? Ay, ni su teléfono tengo —Ella continuó su camino, antes de doblar en la esquina nuevamente volvió a mirarlo, él no supo que hacer, su cerebro se congeló, solo la admiraba, entonces ella desapareció.  Santi seguía inmóvil, cuando reaccionó cruzó la calle desorientado.  Jamás los dos se volvieron a encontrar…

Se le hizo un nudo en la garganta, levantó la cabeza y miró con desilusión el atardecer, con voz temblorosa dijo:

—Ah, ¡ya sé que decirle! —y le gritó al viento —¡Hey Dianita!

Imagen 3. El atardecer. Tomado de dakzxz en PixabayImagen 3.  El atardecer.  Tomado de dakzxz en Pixabay

Relato anterior

Se embolató la nochebuena

 

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