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El inmenso efecto que ha tenido la huelga de pilotos de Avianca en la economía del país es resultado de que en 2001 la compañía se convirtió en un monopolio gracias a las presiones que ejerció su pretérito dueño (Julio Mario Santodomingo) sobre el Presidente Pastrana para que este desconociera las advertencias del Superintendente de Industria y Comercio de entonces (Emilio Archila), quien se oponía en dar la autorización a una fusión con la otra única empresa que podría hacerle contrapeso en el mercado: ACES (perteneciente al gremio cafetero). Por eso es que Colombia está paralizada por una huelga pilotos que se parece más a un motín de Piratas del Caribe (corsarios ansiosos de cobrar su parte del tesoro) que una protesta con bases legítimas, pues está motivada por reclamaciones absurdas para un grupo privilegiado de trabajadores que no representa el 1% de la empresa y cuyos ingresos son superiores al 99% de la población incluyendo a todos sus pares en Colombia.

Los 720 pilotos amotinados no le temen al rechazo social ni se van a mover ante los aspavientos del gobierno nacional, mucho menos les inquietan las amenazas de sanciones ante una justicia desprestigiada, porque ellos han sabido aprovechar la condición dominante (casi de monopolio) que tiene la compañía a la que le exigen su parte del botín: si hacemos una regla de tres, teniendo en cuenta que Avianca controla el 65% del mercado nacional y que estos pilotos han logrado paralizar más de la mitad de la compañía, el sindicato de ACDAC, tiene la llave de por lo menos el 35% del tráfico aéreo de Colombia. Así, en poco más de 10 días, la huelga ya nos ha afectado a más de 230.000 pasajeros y si este grupo de pilotos sigue por este camino, dejará sin trabajo a 22 mil familias que dependen de salarios y condiciones mucho menos atractivos de los que reciben quienes ahora buscan reivindicaciones desproporcionadas.

La resiliencia con la que los usuarios hemos enfrentado la huelga de pilotos de Avianca no está tan asociada a la solidaridad con la compañía, sino por la aversión que tenemos al abuso de la protesta laboral para garantizar privilegios, a costillas de una sociedad que no sólo requiere una mayor oferta de trabajos formales, sino equidad entre los existentes. Los colombianos estamos cansados de ver cómo una élite de trabajadores con grandes beneficios, trampean con huelgas para asegurarse prerrogativas no sólo en empresas privadas sino también en servicios públicos como los de la justicia, la educación y la salud. Los sindicatos se han desacreditado tanto, que los usuarios de Avianca hemos tomado el camino de asumir en silencio el peso que ha significado suspender negocios, encuentros, foros, vacaciones, matrimonios y cuanto objetivo tenga uno de nuestros viajes aéreos, porque, además, sabemos que de la forma que se maneje esta huelga, depende el futuro de muchas otras empresas y servicios públicos en jaque por la llamada protesta social.

Así las cosas, es por el efecto que tendría la negociación de la huelga para el resto de la base productiva del país y no otra cosa, que la mayoría de los colombianos rechacemos la huelga de pilotos, a pesar de que sepamos que el origen de lo que estamos viviendo, se encuentra hace dieciséis años cuando dos poderosos grupos (el de Santodomingo y el de los cafeteros) capturaron al Estado para para asegurarse el control del 70% del mercado, un tesoro del que ahora los pilotos, amotinados como corsarios, reclaman una parte.

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