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El tratamiento y la gestión de los mensajes en medio de la crisis por el coronavirus nos ha dejado ver que los gobiernos y los medios de comunicación (sin distinción ideológica) se están guiando más por el ‘Arte de la Guerra’ de Sun Tzu, que por la evidencia científica de una sociedad tecnológica y moderna. 

‘El Arte de la Guerra’ de Sun Tzu se escribió en el siglo V A.C, y sé que no faltará aquel que diga que este libro es un manual de gestión sobre una guerra que también es una crisis, que puede ser todo extrapolado al liderazgo. Y vale, cada quien puede interpretar lo que desee. 

Sin embargo, fue pensado como un manual de guerra. Y como una guerra es que están definiendo nuestros líderes a este momento de crisis sanitaria y de pandemia.

Una guerra de eufemismos

Si seguimos tirando de ese hilo encontraremos que el discurso guerrerista nos ha enseñado a deshumanizar lo invaluable, que es la vida humana. Así aprendimos que el daño colateral (concepto creado durante la guerra del Golfo Pérsico) es perfectamente asumible en medio de un conflicto, aunque se cuenten los muertos por cientos o miles. 

Y ese daño colateral también se ceba contra nuestra visión del mundo, que al final es la realidad que construimos. El odio y la polarización está siendo gestada desde el centro de los núcleos políticos y no está resultando, como en un par de décadas pasadas, de los outsiders. 

La sistematización de los discursos de odio está dejando una estela de víctimas colaterales, que no son más que aquellas que no se decantan entre el odio y el repudio, sino que quedan atrapadas en la maraña del miedo. Y el miedo es muy voluble, se moldea de forma muy impredecible. 

Y así, inevitablemente vamos cediendo el control (el que nos quede), de nuestra libertad. El otro día en dos cadenas de radio diferentes, Cadena Ser de España y Caracol Radio de Colombia escuché dos segmentos, en los que preguntaban a los oyente qué cosas buenas sacaban de la etapa de confinamiento. Las respuestas eran más o menos: “pasas más tiempo con la familia”, “hay menos tráfico en las calles”, “hay menos robos en las calles”, “tienes más tiempo para ti”, “aprendes cosas nuevas”.

¿Y dónde está el bienestar?

Si diseccionamos estas respuestas, resulta que son necesidades básicas que deberían estar en la mira de la generación de bienestar, como: concertar la vida y el trabajo, movilidad adecuada, seguridad, realización personal.

¿Estamos descubriendo esas necesidades en medio a la prohibición de nuestra movilidad, en la reducción de nuestras libertades? Esto por lo menos resulta sorprendente.

En su ensayo, La libertad de ser libres, Hannah Arendt escribe que solo los que están libres de la necesidad, pueden apreciar plenamente lo que es estar libres del miedo y solo esos encuentran condiciones de concebir la pasión por la libertad pública, que es una característica de la igualdad. 

Hasta qué punto los discursos de odio influyen en las decisiones sobre el estado de nuestra libertad. Qué daño colateral estaremos dispuestos a aceptar sobre lo que creemos como sociedad. 

Creo que al final de esta crisis sanitaria, cuando veamos que no hay un enemigo derrotado, pero sí millones de víctimas, empezaremos a recoger por pedazos la confianza que estamos perdiendo en las instituciones. 

Mientras tanto, esta crisis es otra oportunidad para el miedo y, si no somos conscientes de ello, es probable que nos enfermemos de odio, de egoísmo y de oscurantismo, y eso no se cura aplaudiendo por las tardes.

Un apéndice 

En Estados Unidos, Fox News está promoviendo que se ponga en marcha la iniciativa Pro-Choice para enfrentar la crisis. Es decir, que cada quien elija lo que quiere hacer y asuma su riesgo. A todas luces una irresponsabilidad que no distingue ideología. A ver si ponemos atención sobre los próximos discursos en otras latitudes. 

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