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Les confieso que esperaba la reacción de muchos que gritaron, como si les hubieran quitado a un hijo amado, cuando se enteraron que la viuda y los hijos de Gabriel García Márquez vendieron los archivos del escritor cataqueño a la Universidad de Texas, sin haberlos ofrecido a una institución encargada de resguardar e investigar archivos en Colombia. Ante eso, quiero replicar una pregunta que se hicieron, hace unos días, medios como Arcadia, La Luciérnaga y RCN Radio: si la Biblioteca Nacional, la Luis Ángel Arango o el Archivo General de la Nación hubieran conservado el archivo de García Márquez, ¿cuántos de los que se rasgan las vestiduras porque las cartas y borradores del hijo del telegrafista que no están en su país han pisado las salas de consulta de alguna de esas tres magníficas instituciones?

Tener el archivo porque sí no sólo es un acto de absurdo chauvinismo, sino un acto de irrespeto con la memoria de García Márquez y su carácter de escritor universal. Como literato e investigador, creo que el archivo de la Universidad de Texas, donde la familia García Barcha vendió los documentos del cataqueño, es el mejor lugar donde podrían reposar. No sólo por la calidad del Harry Ransom Center, que alberga manuscritos y archivos de escritores como Lewis Carroll, William Faulkner (a quien Gabo llamaba «maestro» en su célebre discurso de Estocolmo), James Joyce, Jorge Luis Borges, Arthur Miller, John Steinbeck y Julio Cortázar, sino porque la Universidad de Texas en Austin se ha convertido, durante muchos años, en un imán para aquellos que estamos interesados en los estudios latinoamericanos.

Otros se rasgaban las vestiduras porque la familia de García Márquez le dejó a Colombia piezas de museo, como la máquina de escribir en la que escribió Cien años de soledad (los computadores Apple que Gabo, reconocido fanático de Mac, utilizó para escribir sus novelas posteriores, también viajaron a Austin), la medalla del premio Nobel y parte de su biblioteca personal. Creo que allí hay un guiño a nuestra relación con García Márquez: es, para gran parte de los colombianos que no lo ha leído más allá de la desganada lectura de Cien años de soledad en el colegio, la pieza más importante del museo de nuestra memoria. Invocamos, cada vez que podemos, a Remedios la bella, la idea del «mejor vividero del mundo», y dos o tres clichés que recordamos de la enorme y profundamente crítica obra de Gabo, a quien llamamos así sin ningún tipo de recato, como si fuéramos miembros de esa comitiva que viajó a Estocolmo. Pero, como sucede con nuestra memoria desde hace más de quinientos años, no hemos cruzado esos pasillos de ese museo para reflexionar sobre él. Y la obra de Gabriel García Márquez tiene esa reflexión, que han apreciado mucho más fuera del país que en Colombia, donde nos quedamos con las mariposas amarillas disecadas y convertidas en un símbolo de la nación.

Voyeur: En una de las pocas intervenciones que le aplaudo, la canciller dijo que «la televisión es un negocio, pero la gente afuera no entiende esas novelas como se entienden en Colombia, y eso hace un daño inmensamente grande. Es increíble que los propios colombianos hagamos cosas que nos generan una mala imagen». ¿Qué dirá el mercachifle de la tragedia e indignado profesional, Gustavo Bolívar, al respecto?

En los oídos: In my life (The Beatles)

@tropicalia115

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