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Campo Alegre. Sí Futuro.

De una entrevista de más de cuatro horas con la comunidad; transcrita, pensada, escrita y reescrita, se concluyó que la mejor forma de comenzar la historia era a partir de la respuesta que dio la señora Delfina Martínez cuando se le preguntó: – ¿Por qué el Comité de Gestión Comunitaria de Campo Alegre priorizó para su PACE Confianza la adquisición de instrumentos para la Banda Marcial y para el PACE Apropiación la construcción del Laboratorio de Física y Química? – Porque cuando nos sentamos a socializar con la comunidad, vimos que a través de esos proyectos nuestros hijos podían tener futuro – puntualizó Delfina, con algo de nostalgia en su mirada por los recuerdos de la situación que vivían los jóvenes cuando sus únicas alternativas era la calle y el rebusque, pero así mismo, llena de esperanza y orgullo, ahora que están organizados y tienen una pasión colectiva materializada en la Banda Marcial y la Banda de Viento, que no sólo suena en la comunidad, sino en la región e incluso a nivel nacional; y en la posibilidad que tienen los jóvenes de acceder a educación superior.

Campo Alegre es una comunidad perteneciente al Municipio de La Apartada en el Departamento de Córdoba, sin embargo, geográficamente está más cerca de Caucasia, Municipio del Departamento de Antioquia. Es un lugar fronterizo para la cultura, para las costumbres, para las personas, y para la toma de decisiones; por lo que quizá, por estar en medio de dos espacios de influencia, ha tenido dificultades de apropiación del territorio y de identidad. Ha sido el hijo de padres separados, que de una u otra forma, vive abandonado. Sin embargo desde la llegada del Programa ANDA en el año 2013 también ha demostrado ser un espacio en el que existen líderes y lideresas dispuestos a generar cambios sostenibles, y lo más importante, que ya comenzaron con pequeñas acciones a demostrarlo.

La Banda

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Más que un grupo musical significa un sueño lleno de oportunidades. Cuando Carlos Acosta, Integrante del Comité de Gestión Comunitaria y Coordinador de la Institución Educativa de Campo Alegre era niño, estudiaba en un colegio de monjas en Nechí, Antioquia. Allí había banda marcial y uno de sus anhelos era vincularse para tocar la trompeta, pero lastimosamente, para pertenecer había que tener dinero para comprar los instrumentos y el uniforme; algo que ni su familia ni él estaba en capacidad de solventar. Años más tarde, estando en su cargo en Campo Bello como Coordinador, se topó en Caucasia con la presentación de la banda de un colegio, sus recuerdos afloraron, y no pudo contener las ganas de buscar la forma para que lo que no pudo lograr en su infancia, se hiciera realidad para otros, incluso, teniendo como meta que además de generar un espacio en la formación, se revelara como un elemento de dinamizador de cambio para la comunidad.

La primera vez que mencionó el tema a los padres de familia, según lo cuentan ellos mismos, hubo risas, incredulidad, y negación; pues no entendían cómo sus hijos, aquellos para los que su máxima motivación era que llegara el atardecer para salir a la esquina a perder el tiempo, se interesaran por algo como una banda marcial. De momento el asunto quedó en veremos pero Carlos no desistió de su idea y comenzó a ver cosas que tal vez antes no eran significativas para su percepción, pero que le daban luces para insistir en la causa emprendida, como por ejemplo, que cuando los chicos escuchaban una canción, con los lápices, palitos de madera, o simplemente con sus manos, simulaban los golpes de la percusión en los pupitres. Por lo que un día sin haberlo vuelto a consultar con los padres de familia, y por supuesto, sin instrumentos para iniciar el proceso, se lanzó al ruedo con la propuesta a los jóvenes.

Para los chicos, según lo cuenta Leyda que estuvo en ese momento, fue una noticia de matices, en parte porque los motivó a hacer algo diferente, pero al mismo tiempo, porque era algo que se podía convertir en una decepción si se quedaba en palabras. La gestión por los insumos se convirtió en una cruzada, se tocaron puertas institucionales y particulares pero por ningún lado se hacía el milagro. Una tarde recibieron una llamada en la que les contaban que una persona que tenía acceso a unos instrumentos atiborrados en una bodega estaría en La Apartada y de inmediato el Profesor se desplazó. Un tanto inoportuno como él mismo lo dice, interrumpió la reunión en la que se encontraba la persona y le hizo la solicitud de donación. Fue un momento tenso pero por fortuna lograron el objetivo y días más tarde los llamaron para que los fueran a recoger: dos trompetas y dos clarinetes. Desafortunadamente al llegar al lugar se encontraron con instrumentos en pésimo estado.

Lo cierto es que la situación no sería un impedimento para continuar, incluso había tomado otra tónica, pues ya no se trataba simplemente de un propósito cultural para entretener a los jóvenes, sino una oportunidad para reconstruir el tejido social, pues a medida que pasaban cosas a favor, así fuera a paso de tortuga, los puntos de vista que en determinado momento fueron adversos y rotundos como los de los padres de familia de la comunidad, estaban en movimiento.

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Hicieron todo lo que estuvo a su alcance y lograron restaurar la donación, y el día que se los presentaron al grupo que accedió a participar, la motivación creció, pues así no les sonara ni una nota musical por no estar formados, nació un espacio diferente para compartir en el pueblo, y lo que comenzó como el juego de imitar canciones, se convirtió en jornadas extenuantes de disciplina, por lo que cuando el instructor Jesús David de la Apartada aceptó el llamado para ver en qué iba el proceso, se sorprendió al ver el talento aflorando y decidió acompañarlos.

Una banda marcial está compuesta aproximadamente por 60 integrantes distribuidos por el protocolo entre redoblantes, bombos, timbas, cornetas, liras y batutas. Una vez comenzaron los ensayos con el instructor ocurrieron tres hitos significativos para la comunidad. Por un lado, muchos más jóvenes, incluso los que a ojos del pueblo generaban más conflictos, se interesaron por participar, por lo que la exigencia para estar allí fue que tuvieran un excelente rendimiento académico, por otra parte, los padres de familia que se negaron en principio comenzaron a ver con ojos positivos y realistas la opción de la música para el fortalecimiento comunitario, y por otra parte, se dio la llegada del Programa ANDA con su metodología PACE, que los llevó a conformar un Comité de Gestión Comunitaria, y por consiguiente, a estructurar un Plan de Desarrollo Comunitario en el que identificaron que apoyado a las nuevas generaciones a través de la priorización de las iniciativas: Sus Hijos Podían Tener Futuro.

Continuaron los ensayos con el instructor y el trabajo dio frutos, lo que meses atrás no sonaba comenzó a sonar, y no pasó mucho tiempo para que se atrevieran a postular a su primer concurso. Fue en San José de Uré, Municipio de la región en donde se presentaron con el uniforme de la escuela, con los pocos instrumentos que tenían, y los que no tenían, los improvisaron con palos de escoba. – Esa vez fue como tocar el cielo con las manos, nos enfrentamos a otras bandas veteranas, formadas, que tenían reconocimientos. En la general quedamos en el tercer puesto y nos dieron un reconocimiento a la mejor Lira – aseguró Andrea Suárez, integrante del Comité de Gestión Comunitaria que tiene uno de sus hijos en la banda.

Se llenaron de confianza y siguieron con sus dinámicas. Mientras todo eso ocurría, la implementación del Programa ANDA seguía en curso y estaban por priorizar la iniciativa para el PACE Confianza. Un día recibieron la invitación desde lo que antiguamente se conocía como Rusia, actualmente Villa Fátima en el Municipio de Buenavista para una nueva presentación. Salieron confiados y dieron su mayor esfuerzo, sin embargo muchos de los asistentes, y de otras bandas, miraron en menos su vestimenta y sus instrumentos, incluso les tiraron bolsas de agua, por lo que regresaron a la comunidad como héroes abatidos por un destino que no pudieron sortear. Se cuestionaron si en realidad en esas condiciones valía la pena seguir con la banda, sintieron que la vulnerabilidad no iba a parar de gritar en sus vidas, y fue allí cuando el Comité de Gestión Comunitaria decidió priorizar la compra de los instrumentos y de los uniformes para fortalecer la banda; además, ocurrió otro aspecto importante y fue la vinculación de la Administración Municipal al Proyecto, pues la alcaldesa de turno Katia Paz, asumió la contratación del instructor para que tuvieran una mayor continuidad y mejores resultados.

Cariñito, canción de reconocimiento latinoamericano, compuesta por el cantautor peruano Ángel Aníbal Rosado fue la pieza que más ensayaron y la más solicitada en sus presentaciones. Además, la que les trajo mayores reconocimientos, pues apropiados del proceso y el apoyo de la comunidad, de la administración Municipal y del Programa ANDA, siguieron invitándolos a diferentes concursos (Planeta Rica – Puerto Valdivia – Caucasia) en los que nuevamente reconocieron su talento, además, en los que ya no eran los mismos del primer día en el que tocaban con palitos en los pupitres. Uno de los recuerdos más significativos, a pesar de haber quedado en el primer lugar en Caucasia y en Planeta Rica, fue cuando participaron en el Concurso Nacional e Internacional de Bandas en La Ceja Antioquia.

Inicialmente no habían sido invitados y faltando tres días para el certamen una de las bandas convocadas desistió y les ofreció su cupo. No fue una decisión fácil de tomar pues en primer lugar no había una preparación específica y mucho menos, recursos para los gastos logísticos (transporte, alimentación, hospedaje) Sin embargo todas las familias de la comunidad realizaron aportes, lideradas por el Comité de Gestión, con lo que lograron conseguir el dinero para el alquiler de un bus, que también serviría como hospedaje y partieron esperanzados. Durante el recorrido pusieron a punto sus instrumentos y lograron llegar. La primera impresión fue contundente pues no sólo había bandas de todo el país sino de todo el mundo. Recuerdan que los primeros en mostrar su repertorio fueron unos chicos que habían llegado desde Indianápolis, Estados Unidos. Cada nota, cada repertorio, significó el mayor de los aprendizajes y aunque entre los 45 grupos participantes ocuparon el sexto lugar, no fue lo más importante, lo más significativo fue haber asumido que sí había un futuro, y que si de su gestión, su liderazgo y de su convicción dependía; como comunidad, podían lograrlo.

Por último, y no porque sea menos importante sino porque la historia tiene muchas aristas para ser abordada, tiene que ver con la Banda de Viento. Frente a las capacidades desarrolladas por los jóvenes de la comunidad, el instructor proyectó enseñarles más de lo que esperaban, y en paralelo, organizó la Banda Juvenil 16 de Julio de Campo Alegre. Hoy día, amenizan eventos culturales, eventos sociales, reuniones comunitarias, los llaman de otras bandas para que las acompañen cuando hacen falta integrantes… Además, sueñan con ser instructores para replicar su proceso con las generaciones venideras.

El Laboratorio

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Llenos de confianza pasaron por dos iniciativas más: el PACE Todos Ponen en el que priorizaron el Centro de Encuentros Comunitarios y el PACE Independiente, con el diseño del laboratorio de física y química para la institución educativa. ¿Por qué lo priorizaron? Porque históricamente los jóvenes del corregimiento sólo podían cursar hasta grado noveno pues no contaban con los espacios físicos para las asignaturas, y por ende, el Ministerio de Educación no les permitía tener el ciclo educativo completo con los grados décimo y once.

A menos que se desplazaran a otros lugares a estudiar con todo o que implica (transportes, alimentación, y el riesgo del camino por estar en un punto medio de la carretera que comunica a Córdoba con Antioquia), las oportunidades de llegar a la educación superior eran prácticamente nulas.

Terminados los diseños llegó el reto mayor de la implementación del Programa ANDA en la comunidad: el PACE Apropiación. ¿Por qué apropiación? Porque es el momento en que la comunidad demuestra el empoderamiento, la capacidad de liderazgo, y el dominio de la implementación del ciclo de gestión de proyectos; en el que identifican, gestionan recursos, implementan y rinden cuentas una vez el proyecto ha terminado.

¿Qué sucedió? Nuevamente la comunidad de Campo Alegre demostró su talante y en su institución educativa se acondicionó el lugar que acorde a los diseños paso a paso se convirtió en producto y que para 2017 significa la posibilidad de contar con la resolución para las matrículas de los grados que tanto tiempo esperaron, y que muy seguramente, para las nuevas generaciones, será una puerta hacia mejores futuros, en los que no se desplazarán forzados por la violencia o por la falta de capacidad institucional para buscar alternativas, sino para sentarse en las aulas de una universidad que les permita seguir soñando, seguir creciendo, y seguir demostrando que con pequeñas acciones, alcanzarán inmensos cambios.

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