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Por: Fabio Fandiño y Roberto Vargas

El 7 de julio de 1991, tres días después de que se hubiera hecho el pomposo acto de proclamación de la Constitución Política de Colombia, el secretario general de la Constituyente, Jacobo Pérez, firmó los verdaderos artículos de la Carta Magna, en un acto íntimo desarrollado en la suite 1133 del Hotel Tequendama, lejos de los reflectores de los medios de comunicación.

La ceremonia del 4 de julio, la que vio todo el país y la que aún se muestra como el acto de promulgación, solo fue un acto social, en el que los constituyentes firmaron las hojas en blanco que les pasaron, sin que ninguno de ellos supiera realmente cuántos artículos habían quedado y mucho menos qué era lo que contenían con exactitud.

Ese día, el de la promulgación de los papeles en blanco en el Capitolio Nacional, no fue invitado Jacobo Pérez, el secretario general de la Constituyente y por ende quien debía certificar que los textos existían y que eran fieles. Pérez estaba más preocupado por otra cosa: por sacar el texto de la verdadera Constitución, que sólo podría estar avalada con su firma, que certificaría que cada uno de los artículos era fiel a lo aprobado.

La verdadera promulgación de la nueva Constitución sólo se dio a las 00:06 horas del domingo 7 de julio de 1991, cuando en medio del alborozo y el agotamiento, el Secretario General de la Asamblea, Jacobo Pérez Escobar, estampó finalmente su firma en el preámbulo de la nueva Carta.

De inmediato, una explosión de júbilo se apoderó de las 22 personas presentes en la suite 1133 del Hotel Tequendama, sumiendo en la emoción al Secretario de la Asamblea y a los fatigados funcionarios del organismo que tras más de 36 horas ininterrumpidas de trabajo no podían creer que por fin habían terminado.

Sentada a la mesa donde se rubricaron uno a uno los folios de la nueva Carta -impresa con letras clásicas en un brillante papel de seguridad- la delegataria de la AD M-19, María Teresa Garcés Lloreda, agobiada por la emoción, dijo: «Bajo el rigor jurídico que nos imponen las leyes, sólo ahora podemos decir que hay Constitución». Y a renglón seguido confesó haber sentido más orgullo en ese espontáneo y sencillo acto de esa madrugada del domingo, que en la solemne ceremonia efectuada el jueves 4 de julio en el Salón Elíptico.

Los periodistas Fabio Fandiño y Roberto Vargas y el reportero gráfico Gustavo Torres, que para la época trabajaban para la agencia de noticias Colprensa, fueron testigos exclusivos de ese histórico momento, en el que nació el verdadero texto de la Constitución. Ningún otro medio de comunicación registró el hecho al día siguiente.

Detrás de María Teresa Garcés, otras 22 personas -entre asesores de algunos pocos delegatarios, empleados de la Secretaría General de la Asamblea-, aplaudieron en señal de orgullo por haber presenciado un acto histórico, irrepetible en su grandeza e irrecuperable en su intimidad.

Tras la sanción del preámbulo, el Secretario General -impecablemente vestido- dio inicio con igual solemnidad a la difícil tarea de estampar su firma en cada una de las 180 hojas en las que fueron condensadas las 390 normas permanentes aprobadas por la Asamblea.

«Este sí es el texto oficial de la nueva Constitución. En un país de leyes como el nuestro, esta es una diligencia indispensable para que promulguemos hoy mismo la carta Política de los colombianos, con lo que su vigencia será entonces un hecho», dijo al término de los 40 minutos que le llevó cumplir su cometido de rubricar los folios.

La tarde del sábado

Horas antes, hacia las 3 de la tarde del sábado, cerca de una decena de personas iban y venían con papeles, mostraban triunfalmente un artículo como señal de que estaban adelantando rápidamente, lo llevaban al Centro de Cómputo de la Presidencia de la República, ubicado un piso más arriba en el hotel, y allí procedían a incluirlo en el computador.

Jacobo Pérez, el mismo que siendo gobernador compró la casa donde nació su paisano Gabriel García Márquez para guardarla como reserva de la Nación, se dedicaba a la tarea de revisar una y otra vez, artículo por artículo de la Constitución.

Cada tilde, cada coma, cada construcción de frase se revisaba una y otra vez. Y cuando surgían dudas sobre si una norma habría sido aprobada o negada, se recurría a todo tipo de documentos e incluso a escuchar la grabación de la sesión correspondiente.

Un artículo perdido tres horas

La firma de los artículos permanentes, el último de los cuales deroga la Constitución de 1886, no conllevó el fin de una agotadora labor iniciada en su última fase a las 10 de la mañana del viernes anterior. Faltaban los artículos transitorios. Y una norma, desconocida hasta entonces para todos los funcionarios de la Secretaría, sumió en la confusión el más apremiante momento de toda la noche.

El artículo que alude en 15 incisos a las inhabilidades electorales para aspirar a gobernador en los comicios del siguiente 27 de octubre, no pudo ser localizado sino al término de tres angustiosas horas, en las que el ánimo de la medianoche se tradujo paulatinamente en una desconcertante situación, matizada de incertidumbre.

Entre tanto, la somnolencia y el agotamiento represado de dos días erosionaban por momentos la férrea voluntad de poner término a como diera lugar al taxativo encargo gubernamental: entregar antes del domingo a mediodía el texto de la Constitución a la firma Roto-Offset a fin de facilitar su impresión en la Gaceta Constitucional.

El delegatario del Partido Social Conservador (PSC), Hernando Yepes, abandonó un compromiso social y regresó a la 1 a.m. al Hotel Tequendama para relevar a su colega de la AD M-19, quien presa del cansancio gastó más energías en buscar inútilmente un café negro para evitar el sueño.

Vestido de smoking y envuelto en una bufanda blanca, el delegatario Yepes debió dormir, mucho más tarde, en el hall del piso 11, prometiendo no trabajar en un mes, contados a partir del domingo.

La sesión ordinaria de esa minicomisión, dotada de atribuciones extraconstituyentes para codificar lo aprobado en segunda vuelta y corregir el estilo de la nueva Carta, concluyó con la firma de un acta corroborando la rúbrica del texto constitucional que será impresa en la gaceta.

El documento fue firmado por los delegatarios, por los funcionarios de la Secretaría y por los asistentes, así como por los dos periodistas de Colprensa e incluso un niño de 10 años, hijo menor del relator auxiliar de la Asamblea.

Cuando la delegataria María Teresa Garcés fue a firmar el acta, alguien le alcanzó un esfero común. Ella lo miró, fijó su vista al frente y dijo: «Este es un acto muy importante y yo, con uno de estos no firmo. ¿Quién tiene algo mejor por ahí?»… llovieron de inmediato esferos de todas las marcas, colores y prestigios. El acta se suscribió.

Una larga noche

Los delegatarios Hernando Yepes y María Teresa Garcés fueron los más resistentes. Aguantaron hasta las 6 de la mañana. El viceministro de Gobierno, Andrés González, quedó vencido en batalla contra el articulado, hacia la medianoche y partió.

Los demás quedaban allí, colaborando con todo, hasta con la búsqueda de toallas para que los grandes trabajadores de la noche se pudieran dar un baño caliente durante diez minutos.

El cansancio los iba venciendo a medida que avanzaba la noche. El domingo 7 de julio parecía estar peleándose el privilegio de ser recordado en adelante como el día que se dio a luz la nueva Constitución. Y le ganó la batalla al sábado. Por seis minutos. A las 00:06 del 7 de julio de 1991, Colombia tuvo una nueva Carta Política.

En ese preciso instante fue que Pérez estampó su firma en la página que mostraba el preámbulo de la nueva Carta, impreso en papel de seguridad. Unos aplaudieron, otros, con un nudo en la garganta, sentimos que estaba dando un vuelco la historia. Varios se abrazaron y se acrecentó la hermandad del pequeño grupo que a esa hora aguardaba ese alumbramiento.

Empezaron los recuerdos de la dura jornada, mientras Pérez seguía firmando una a una las 180 páginas. Sólo se detuvo en dos ocasiones; cuando se le acabó la tinta del esfero y cuando Mario Ramírez (subsecretario de la Constituyente) dijo: ‘Ese artículo tiene un error’. Todos quedaron estupefactos. El silencio cundió y sólo se rompió con la carcajada del subsecretario general. Era un chiste.

No llegó allí ninguna botella de champaña. Nadie se había preocupado por el momento de la gran celebración. Entonces alguien se metió ‘la mano al dril’ y mandó a comprar unas botellas de vino de manzana. El hotel puso las copas champañeras.

Cuando levantamos las copas para brindar por el nacimiento de la nueva Constitución Política de Colombia se nos hizo un nudo en la garganta. La piel se puso de gallina y las lágrimas casi no nos dejaron decir ‘salud’. No había mucho que decir. Porque la emoción estaba en los rostros, en las miradas, en esos ojos enlagunados y hasta en las risas del chiquillo de 10 años que ya entendía que su padre y las decenas de personas que lo acompañaban allí estábamos viviendo un hecho irrepetible por su grandeza. No sonaron trompetas, ni sinfónicas, pero todos nos unimos en un inmenso abrazo con el que se selló el nacimiento de la nueva Constitución Política de Colombia.

Nota: Este es casi el mismo texto de la noticia que Fabio Fandiño y yo publicamos en los periódicos de Colprensa en julio de 1991, dando a conocer el nacimiento de la Constitución. Le hicimos unas mínimas actualizaciones para publicarla en el diario La Opinión y a través de Colprensa, con motivo de los 20 años, y hoy la compartimos con ustedes a través de este blog. 

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