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Son esos días que no deberían existir. Aquellos en los que los corazones se arrugan por un amigo que se fue. Por su maestro que partió.

Se llama Orlando Cadavid Correa, un hombre que encarnaba aquella inmortal frase de Kapuscinski: “Para ser buen periodista hay que ser buena persona”.

Pero ni siquiera esa frase lo define bien. Don Orlando, como siempre le dije, se pasó con lo de ser buena persona. Maestro de maestros, luchador sin descanso, amante del buen periodismo y de los buenos amigos, brilló siempre entre los grandes.

Lo conocí al comienzo de la década de los ochenta, cuando llegó a la diagonal 34 # 5-63 de Bogotá, muy cerca del Parque Nacional, como director de información de la agencia de noticias Colprensa, literalmente ‘importado’ de España, hasta donde viajó Jorge Yarce, fundador de la agencia, a ofrecerle el cargo, antes de que esta siquiera enviara su primer despacho al país.

Cadavid llegó con un equipo de periodistas de lujo para aquella época, con lo que nació Colprensa como Agencia Colombiana de Noticias. Y en los primeros días hizo su primer golazo: dio la gran chiva mundial de que un réferi español estaba diciendo que en Colombia los árbitros pitaban armados.

Todos los medios reprodujeron la nota y ya supondrán el escándalo que se armó. Los que no sabían, se enteraron ese día de que había nacido una agencia de noticias para reforzar la prensa regional colombiana.

Al comienzo lo veía y me daba hasta susto hablarle. Era grandotote (como casi dos metros), fornido, y tenía tal recorrido en el periodismo que contrastaba con mis escasos cuatro semestres de estudiante de periodismo.

Y como si fuera poco, yo hasta ahora cubría espectáculos y él había escrito por un buen tiempo la columna de farándula de El Espacio llamada ‘Juan sin Miedo’, por lo que me chiviaba todos los días con la cantidad de contactos que tenía y que lo mantenían muy bien informado.

Nunca pude entender cómo era que hacía para tomar notas en una cajetilla de Marlboro y posteriormente teclear con ganas la máquina de escribir, convirtiendo aquellos apuntes en cuartillas o alertando a uno de los periodistas sobre lo que habría de pasar.

Pero lo que sí pude entender, día a día, fueron esas lecciones de periodismo que nos daba con cada cuartilla que le pasábamos para revisar. Podía uno quedar boquiabierto cuando en un santiamén le hacía a uno trizas el papel en el que, con mucho esfuerzo, había escrito la noticia.

No nos dejaba pasar un verbo mal puesto, mucho menos un error de ortografía y tampoco una chiviada: ‘esa noticia tiene barba’, decía.

Amaba la música, a su Bello, a su Manizales, a su Antioquia, a su tierra colombiana, conversaba como lo hacen los grandes: con ese verbo que lo deja a uno embobado; y enseñaba con su ejemplo, con su pasión, con sus regaños, con sus palmadas en la espalda, con su propia manera de ser.

Lideró la época de oro de RCN Radio, dio cátedra en Caracol Medellín, en La Patria, a través de sus columnas, y trabajó hasta sus últimos días como un verdadero guerrero del periodismo y de la vida.

Con su partida, deja unas inmensas páginas de oro escritas en el periodismo colombiano y en nuestras propias almas.

¡¡¡Un abrazo inmenso don Orlando, tan grande, que llegue hasta el cielo!!!!!!!!!!

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