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María Gabriela Ramos Barrera 

PTC Asociado Programa de Negocios Internacionales

Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano

 

Venezuela, un país reconocido hace años por su actividad petrolera y por la explotación de recursos minerales, hoy en día se encuentra sumida en una crisis profunda: escasez de alimentos y medicinas, devaluación de su moneda, inflación con récords históricos, escasez de divisas, desempleo, cierre constante de empresas, nexos con el narcotráfico y alta migración de su población hacia países vecinos, por nombrar algunos factores.

La dimensión sobre la cual ha escalado el conflicto político y económico no se limita a una crisis interna para el pueblo venezolano, sino que se transformó en una crisis humanitaria que trascendió fronteras hasta el punto de dividir la opinión mundial respecto a la lucha de poder, eligiendo posiciones entre quienes apoyan la legitimidad de Nicolás Maduro y quienes reconocen al gobierno interino de Juan Guaidó.

Que existe una crisis en Venezuela es prácticamente innegable ante la mirada de cualquier ojo crítico. Sin embargo, la discusión ha dejado de ser acerca de las necesidades de la población venezolana, e incluso ha pasado a segundo plano el impacto de la recesión del país petrolero sobre la región, para centrarse en un tema nada extraño a la política internacional: el balance de poder entre potencias mundiales.

La repetición del conflicto

El triunfo de la revolución rusa en 1917 da inicio a una disputa entre el sistema capitalista estadounidense y los principios comunistas soviéticos, que continúo hasta después de la segunda guerra mundial cuando, en 1948, Estados Unidos utilizó el Plan Marshall para evitar la expansión del comunismo por parte de la Unión Soviética en Europa, definiendo así los dos extremos de poder.

Posteriormente, en 1949, fue el turno de Asia, cuando los soviéticos se aliaron con el nuevo estado socialista creado bajo el nombre de República Popular China mientras que, en 1950, Estados Unidos apoyó a Corea del Sur frente a la invasión comunista por parte de Corea del Norte.

En América la disputa fue protagonizada en Cuba, cuando Castro derroca a Batista en 1959, y tres años después facilita el posicionamiento de barcos militares rusos cargados de misiles para atacar a Estados Unidos. Disputa ideológica similar se vivió con la guerra de Vietnam y, ahora, la coyuntura venezolana es un nuevo capítulo de la histórica confrontación entre las potencias que se convirtieron en polos de poder mundial tras los conflictos bélicos del siglo XX.

Una agenda para nada oculta

Se quisiera pensar que el apoyo de los gobiernos externos hacia Venezuela va enfocado exclusivamente a mejorar la calidad de vida de la población. Sin embargo, cuando se incluye dentro del contexto que el país en conflicto tiene la mayor reserva petrolera del mundo, potencial hidroeléctrico, reservas significativas de gas, y yacimientos vírgenes de oro, diamantes, cobre, coltán (entre otros), no debe extrañar el interés de las potencias.

¿Tiene Estados Unidos intereses geopolíticos en Venezuela? Si. Pero ¿esto significa acaso que Rusia y China no lo tienen? Lo que se está viendo en este momento es un sistema de protección de intereses, ya que el volumen de préstamos e inversiones que los tres gigantes tienen dentro del país petrolero supera, incluso, los niveles de ingreso actuales de Venezuela. Se está negociando el ingreso futuro del país a través de sus activos.

La deuda ha definido las alianzas, la ideología se ha encargado de dar rumbo al conflicto y, ahora, el protagonismo de gobernantes ha creado la nueva dinámica diplomática que discute el próximo paso a seguir para recuperar la estabilidad en el país. Todo esto mientras la población continua en crisis humanitaria, con la actividad cómplice de un gobierno que se niega a aceptar que el Socialismo del Siglo XXI fracasó.

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