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La institución militar ha enmarcado confusión en el tema ovni, negando la verdad sobre eventos que definitivamente nos indican que no estamos solos.

En la actualidad, aparecen más y más casos ovni en el marco de escenas periodísticas a manera de divertimento. Cuando la realidad extraterrestre leída fuera de esa escena, alcanzada desde un guion muy cuidado, provoca una cantidad de contenidos vividos de una manera descarnada manteniendo una intención clara. Alejar el verdadero sentido de esta fascinante realidad extraterrestre de la esencia primordial.

Decía el astronauta Gordon Cooper: Al principio se mintió, luego se hizo tan grande la mentira que no la pudieron detener.

Es tan así que la mentira se presenta como verdad, y la verdad se muestra como mentira, provocando una confusión exacta. Hablando del ovnis, en los conceptos que largó en su momento el ‘Proyecto Signo’ es un buen ejemplo. Lo hemos expuesto en nuestro blog anteriormente, como así también el ‘Libro Azul’.

Quiero compartir las letras que expresan en detalle el caso Mantell, escritas por el italiano Renato Vesco, en su libro ‘Interceptados sin disparar’. Un ejemplo exacto de cómo se vive la realidad extraterrestre, expuesta desde el ámbito militar, invitándonos a quedarnos en el fenómeno  ovni. Nos niegan la verdad. Nos exponen ante situaciones interpretativas generando una idea colectiva lejana de los eventos más exactos. Por consecuencia la confusión, en nuestros días. Y como sucede en otros tantos temas, la opinión publica va naturalizando la mentira como verdad.

Nuestro pensamiento al respecto es consecuencia de la cantidad de casos y casos que se han registrado sin interpretaciones. Un ejemplo el caso Mantell.

El Caso Mantell
A finales del mes de julio de 1947 se manifestó, como ya se ha dicho, el primer caso en la secuela de experiencias visuales americanas de objetos voladores desconocidos, y en agosto uno que otro  ovnis aislado apareció también en Europa. Después, dichas experiencias cesaron en absoluto.

El periodismo quiso entonces sacar sus propias deducciones interpelando a los expertos que no se hallaran vinculados a las directivas de la Aviación militar. Unánimemente el frente de los astrónomos rechazó en bloque la idea de la existencia de una forma de vuelo nueva y todavía desconocida, alegando como causa exclusiva la caída de estrellas que precisamente en aquella época se había intensificado debido al comparecimiento habitual de cada año de los residuos meteóricos procedentes de las Acuáridas II.

El prudente mutismo o las inconclusas conclusiones de los expertos civiles en asuntos de aeronáutica eran sugeridas por el hecho de que la forma y velocidad señaladas por los testimonios más dignos de crédito podían muy bien pertenecer, después de todo, al ámbito de técnicas secretas conocidas de momento solo por el sector militar.

Otros expertos, versados en las más dispares disciplinas, quisieron o fueron inducidos a dar su propia opinión. Algunos habían aceptado, sin siquiera discutirlas, las explicaciones avanzadas por las autoridades. Otros se inclinaban por la aparición de espejismos de tipo alucinatorio. Había quien aducía como causa el lanzamiento intensificado de nuevos tipos de globos-sonda y quien pensaba, en cambio, en algún fenómeno atmosférico relacionado de alguna forma con la difusión de los aparatos de radar. Hubo incluso quien dijo que se trataba de una alucinación colectiva y colosal, originada por las máculas oculares, las llamadas muscae volitantes que afligen durante un breve espacio de tiempo a quien mantiene la vista fija largamente en un cielo terso o bien en un foco de luz.

Estas declaraciones, naturalmente, no satisficieron a América ni a los patriotas a ultranza (que deseaban considerar los platillos como emblema de la estrella federal), ni a los que esperaban a los marcianos.

Los primeros hicieron notar con cierta impaciencia que al enviar por el mundo tales ingenios, tal vez todavía experimentales, un incidente hubiera podido poner en peligro el tan bien custodiado secreto nacional. O bien, insinuaba el otro grupo de descontentos, los platillos eran realmente reconocedores fotográficos de gran autonomía, dotados de un dispositivo automático que los alejaba de cualquier obstáculo (tierra, aeroplano o misil antiaéreo), y que habían sido realizados basándose en los planos de ciertos proyectos alemanes de 1944. Pero, en tal caso, ¿qué interés tenía América en espiarse a sí misma? Solo Rusia, que también había adquiridos “armas secretas”, hubiera podido utilizar provechosamente tal invención para averiguar desde el aire el potencial industrial y familiar norteamericano.

La Usaf desmintió todo de nuevo con la mayor energía. ¿Platillos volantes rusos, yanquis, de Marte o quien sabe de dónde? ¡Todo necedades¡ Y los testigos de los ya innumerables vuelos se vieron calificados en masa con el podo halagador calificativo de visionarios alucinados.

Los mentís de las autoridades y las presiones periodísticas prosiguieron todavía durante algunos meses sin arrojar luz alguna substancial sobre el apasionante misterio. Para tranquilizar los ánimos y truncar la creciente guerrilla desencadenada por la prensa que continuaba alimentando la cuestión, si bien los platillos ya habían desaparecido desde hacía bastante tiempo, el 30 de diciembre de 1947, el ministro James Forestal firmó el decreto que instituía una comisión permanente investigadora de los platillos volantes. Puesta bajo la dependencia del Air Material Command (A:M:CJ de Wrigth Field y presidida por el profesor Joseph Allen Hynek, director del observatorio astrofísico Emerson McMillin de la Universidad de Ohio, la Comisión se puso inmediatamente a trabajar enviando cuestionarios adecuados a los testigos ocasionales, de fenómenos celestes insólitos, cuestionarios que deberían ser sometidos después a la evaluación analítica y estadística de un grupo de expertos civiles y militares.

Si bien ello no fue declarado abiertamente, el objeto fundamental de la Comisión no era otro que atribuir las señalizaciones a cualquier cosa irreal o preexistente: alucinaciones de psicópatas, mixtificaciones, aberraciones ópticas, globos-sonda, reflejos dobles del sol en las nubes, nubes lenticulares, meteoritos, aviones ordinarios volando a grandes alturas, bandadas de aves migratorias o cosa semejante.

A las 117 experiencias visuales de 1947, reseñadas en la prensa más digna de confianza, la Comisión añadió otros 436 cuestionarios individuales, que cubrían la totalidad de los dos años siguientes. La pieza principal de la encuesta era un testimonio sensacional procedente del estado de Kentucky y clasificada como el caso Mantell. El episodio es demasiado conocido para tener que reproducirlo aquí extensamente, pero hay un hecho particular que todavía es totalmente desconocido sobre la complicada cuestión.

Así pues, resumiendo: la trágica experiencia visual se produjo en el vecino estado de Indiana. A las 14:30 del  7 de enero de 1948, la ciudad de Madison se vio sobrevolada a gran altura por un cuerpo luminoso, plano y circular, lanzado a una velocidad de por lo menos 500 millas por hora. Una serie de llamadas telefónicas procedentes de Elisabethown, Lexington y Fort Knox (La célebre “caja fuerte “estatal norteamericana) pusieron poco después en estado de alarma el aeródromo militar de Godman Field. Un gigantesco objeto luminoso estaba moviéndose, en efecto, a gran velocidad por el cielo de la región y daba la impresión de estar efectuando una metódica misión exploratoria. A las 15 horas otro objeto volador del mismo tipo apareció sobre la misma vertical de la base.

El coronel G.H. Hix, observándolo a través de sus prismáticos, estableció que se trataba de un disco llameante de enormes proporciones. Enormes porque, con toda probabilidad, su diámetro era de cerca de 150 pies: casi unos 50 metros.

Tres cazas P.51 Mustang regresaban entonces a la base bajo el mando del capitán Mantell. La escuadrilla recibió por radio la orden de identificar el cuerpo volador que entre tanto empezaba a alejarse. Poco después, dos de los aparatos tuvieron que regresar por agotamiento del carburante. El capitán Mantell continuó la persecución y a las quince y cuarto refirió:

-Lo veo muy bien, Es una enorme masa de metal que gira vertiginosamente y está rodeada de un halo rojizo. Tiene forma de cono aplanado en cuya cima centellea una especie de mancha roja intermitente luminoso.

Según las fuentes oficiales su último mensaje radiado decía:

-El disco gira sobre sí mismo elevándose verticalmente a gran velocidad. Se me acaba la reserva de oxigeno pero continuaré siguiéndolo hasta los 20.000 pies de altura: unos 6500 metros.
En cambio, uno de los operadores de la torre de control de la base reveló después a un miembro de la British Flying Saucers Bureau, una asociación inglesa privada que se dedicaba a investigar acerca de los ovnis, que el relato había tenido continuación. Poco después, el capitán Mantell consiguió aproximarse al ovni que había efectuado una breve pausa en el espacio.

My God- exclamó entonces a través de la radio-. There are men in it (Dios mío¡ ¡Allá dentro hay hombres¡)

El resto de sus palabras, si las hubo, quedó ahogado por un indescriptible y creciente ruido. Después se oyó una terrible explosión y el contacto de a radio quedó interrumpido.

Se prohibió rigurosamente a la prensa el acceso al lugar del accidente. No se autorizó ninguna fotografía ni se formuló comentario alguno, como era de costumbre, a las agencias de periodismo del país. De hecho, no se trataba de ninguna desgracia aérea, una de las muchas que ennegrecen la actividad y la historia del vuelo mecánico. El caso Mantel era un episodio misterioso, convertido todavía en más desconcertante por la constatación de que una parte de los restos del aparato resultó “minuciosamente agujereada y convertida en casi porosa o bien rugosa…”, como si sobre ellos hubiera actuado combinadamente una oleada de intenso calor y un violento chorro abrasivo.

Otras fuentes:

Los proyectos secretos que llevaron a que el término OVNI se convirtiera en un fenómeno

Thomas Mantell, el primer piloto de combate derribado por un OVNI

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