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En política exterior, los actos deben ser medidos, no impulsivos. Las relaciones entre países no son escenarios para desahogos ideológicos, sino tableros de estrategia de largo plazo. Y, sin embargo, el Gobierno de Gustavo Petro ha decidido romper relaciones con Israel y abrazar una narrativa ideológica que pone en riesgo décadas de cooperación clave para Colombia en defensa, agricultura, ciencia y desarrollo.

Lo que comenzó como una postura crítica frente al conflicto en Gaza ha derivado en un aislamiento geopolítico autoinfligido. No se trata de defender todas las acciones de Israel ni de negar el sufrimiento del pueblo palestino, sino de comprender que una nación con tantos desafíos internos como Colombia no puede permitirse perder aliados funcionales a cambio de aplausos ideológicos.

Fuente: Creada con IA

1. Un socio estratégico ignorado: Israel en la seguridad nacional colombiana

Israel no es solo un actor en el Medio Oriente; para Colombia ha sido, durante más de tres décadas, un socio estratégico en seguridad. El país suramericano ha adquirido aviones de combate Kfir, sistemas de inteligencia, drones Hermes, fusiles Galil y asesoría táctica gracias a acuerdos bilaterales.

El monto total de adquisiciones militares a Israel entre 2008 y 2023 supera los US$400 millones. Muchos de estos equipos no solo fueron comprados, sino que se encuentran en operación activa, requieren mantenimiento constante y tienen tecnología de difícil reemplazo.

Al romper relaciones, el gobierno no solo corta la comunicación diplomática: rompe también los puentes logísticos que permiten actualizar sistemas, entrenar personal y garantizar que esos equipos no queden obsoletos o inoperables.

En un país donde el Ejército y la Policía enfrentan a estructuras criminales poderosas, este no es un detalle menor: es una torpeza.

2. El viraje simbólico hacia Gaza y el “embajador activista”

Mientras Petro cerraba las puertas a Israel, abría otras —con ruido— a la causa palestina. La expresión máxima de esto fue el nombramiento de Jorge Iván Ospina como embajador ante Palestina. No es diplomático, no tiene experiencia en relaciones internacionales, pero sí un historial de declaraciones polémicas y populismo local como exalcalde de Cali.

En su primera intervención como embajador, Ospina no habló de cooperación, desarrollo ni soluciones de paz. Habló de “denunciar el genocidio”, “traer heridos de Gaza” y “convertir la embajada en un símbolo de resistencia”.

Esto no es política exterior. Es militancia con pasaporte diplomático. Convertir la embajada en Ramallah en una plataforma ideológica puede parecer heroico, pero no aporta nada tangible al proceso de paz en Medio Oriente. Y, peor aún, compromete la neutralidad que debe tener Colombia como país no beligerante.

3. La desconexión económica: Irán no es un socio viable

El giro en la política exterior colombiana no solo implica condenar a Israel, sino acercarse tácitamente a regímenes como el iraní, que financian a Hamas y han sido denunciados sistemáticamente por su falta de libertades civiles, persecución a mujeres y represión a la disidencia.

La relación económica de Colombia con Irán es simbólica: en 2023, el comercio bilateral no superó los US$537.000. En cambio, con Israel, Colombia exportó cerca de US$499 millones ese mismo año. La diferencia es abismal, pero no solo en cifras: también en cooperación real.

Israel ha invertido en proyectos agrícolas en Colombia, ha traído tecnologías de riego por goteo, reutilización de aguas grises y monitoreo de cultivos con sensores, que ya se usan en zonas rurales de Antioquia y el Eje Cafetero.

Nada de esto existe con Irán.

4. Agricultura y tecnología: un futuro comprometido

Israel no solo es un aliado militar. Es uno de los países más innovadores del mundo. Invierte 4.8 % de su PIB en investigación y desarrollo (I+D), el porcentaje más alto del planeta. De sus universidades y centros de innovación han salido avances en energía solar, tratamiento de aguas, ciberseguridad y agricultura inteligente.

Colombia, un país con zonas desérticas como La Guajira y regiones con crisis hídrica, ha sido receptor de tecnología agrícola israelí. Sistemas de riego que multiplican por tres la productividad, proyectos de agricultura sostenible en zonas de posconflicto y asesoría técnica directa se verán interrumpidos por una decisión política que corta el canal de comunicación institucional.

Esta pérdida no es simbólica. Es práctica. Y costará.

5. Visados, relaciones migratorias y aislamiento diplomático

Un efecto silencioso, pero crítico, de la ruptura con Israel es el deterioro en las condiciones de movilidad internacional. Desde hace años, los colombianos pueden ingresar a Israel sin necesidad de visa gracias a convenios bilaterales. Con la suspensión de relaciones, este beneficio queda suspendido o en revisión.

Esto representa una pérdida significativa no solo para turistas, sino para emprendedores, estudiantes e investigadores colombianos que participaban en programas conjuntos de intercambio académico, tecnológico y empresarial.

Peor aún: este giro hostil podría ser interpretado por otros países aliados de Israel —incluidos miembros de la OCDE y la Unión Europea— como una señal de desconfianza hacia Colombia. Y en diplomacia, el aislamiento comienza por pequeños gestos que se acumulan.

6. El precio del aislamiento: ¿qué gana Colombia con este viraje?

La política exterior del gobierno Petro ha deteriorado las relaciones con Estados Unidos, ha cuestionado a la Unión Europea y ahora rompe con Israel. Mientras tanto, estrecha vínculos con regímenes como Irán, Cuba, Nicaragua o Venezuela.

Este cambio de alianzas no tiene retorno fácil. Y genera efectos tangibles: menor inversión extranjera, menos cooperación técnica y más obstáculos para el comercio.

6. El precio del aislamiento: ¿qué gana Colombia con este viraje?

Colombia ha tomado una postura cada vez más distante de sus tradicionales aliados democráticos. Ha deteriorado relaciones con Estados Unidos, ha cuestionado a la Unión Europea y ahora rompe con Israel, mientras mantiene cercanía con regímenes como Cuba, Venezuela, Nicaragua e Irán.

Esto tiene consecuencias. Inversores internacionales observan con preocupación el desalineamiento del país con el bloque occidental, y eso se traduce en mayor riesgo país, menor inversión extranjera y menor cooperación internacional.

Gaza no es el enemigo. El sufrimiento palestino es real y merece atención. Pero alinearse con él no debería implicar romper con Israel, especialmente cuando Colombia no tiene la capacidad —ni la necesidad— de elegir entre ambos extremos. Una diplomacia madura sabe ejercer el equilibrio. Una diplomacia militante, como la de Petro, termina aislando al país.

Una brújula ideológica no sustituye el interés nacional

La diplomacia, bien ejercida, no se basa en consignas, sino en prioridades. El Gobierno Petro ha decidido poner su política exterior al servicio de un relato ideológico, y lo ha hecho a costa de relaciones valiosas para el país.

Colombia no tiene margen para perder aliados estratégicos. Menos aún por decisiones impulsivas que, en lugar de construir puentes, los dinamitan.

El pueblo palestino necesita apoyo. Pero el pueblo colombiano necesita seguridad, tecnología, desarrollo rural, inversión y aliados confiables. Petro parece haberlo olvidado.

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