Acudí -como debe ser- a un chequeo de rutina para asegurarme de que todo lo que en mí da vida, siguiera sosteniéndome.
Al hacerme la mamografía y ecografías de rutina, me encontraron un tumor en el seno izquierdo y calcificaciones en ambos senos, a estas últimas mi oncólogo calificó de sospechosas y pidió ver resultados de exámenes anteriores. Gracias a la generosidad de mis amigas, conseguí que me enviaran los reportes y copias de mamografías anteriores desde Abu Dhabi, donde residí los últimos 4 años.
Al cabo de cuatro largos días, los doctores comparaban los resultados y confirmaban que había que hacerme tres biopsias, ojalá “mañana”. Al día siguiente llegué en ropa cómoda y muy tranquila a radiología. En la sala aguardábamos varias mujeres nuestro turno, al repasar sus caras no pude evitar preguntarme, ¿a cuál de nosotras nos tocará? Una de cada 8 mujeres se enfrenta al cáncer de mama. Llegó mi turno, me despedí de mi marido y luego de 4 horas en que mi médica, una mujer inmensamente generosa y humana, hurgó por sacar las muestras de mis pequeñas pero sustanciosas mamas, me fui para mi casa sinceramente exhausta… a esperar.
El paso lento de los días siguientes constataron que la incertidumbre es el estado más angustiante. Apelé a todos los recursos que me ayudan a mantenerme presente: yoga, meditación, mis amigos, libros y el silencio –le envié a mi mamá copia de este escrito antes de publicarlo fue entonces cuando se enteró, el resto de mi familia se está enterando con ustedes. Si algo me han enseñado estos años lejos, es a no hacer sufrir a los míos sin certezas.
Todo iba bien, estaba tranquila hasta que una de esas mañanas de espera, de la nada, mi hijo me preguntó “mami, ¿me vas a recordar toda tu vida?” y ahí, en esos ojos tan amados y llenos de vida me vi tan finita, tan frágil, tan mortal. ¿Y si tengo cáncer? ¿Y si me muero? ¿Mis hijos? Todo el pánico disfrazado de entereza se me desveló y como una acuarela mojada la vida en que confiaba se desdibujaba.
Presa del pánico, salí corriendo a la computadora y escribí:
“Que no se me olvide, que la sonrisa de mis hijos siempre será el horizonte de mi felicidad, que aunque pueden ser agotadores, están aquí y yo con ellos acompañándolos en esta extraordinaria jornada de hacerse a una vida; que no se me olvide que el hombre a mi lado, a pesar de sus imperfecciones y las mías, opta todos los días por compartir y honrar mi camino; que no se me olvide el privilegio que tengo de poder elegir; que no se me olvide que la cantaleta de mi mamá cuando no la he llamado antes de las 9 de la mañana nace del amor más profundo y sincero que existirá siempre; que no se me olviden mis hermanos, mi abuela, mis primos, mis tíos, mis amigos, y todos los que me quieren, que no me gane la pereza de llamarlos, de mantenerlos cerca, que no me fíe únicamente de la flexibilidad de nuestros vínculos; que no se me olvide mi libertad; que no se me olviden mi conciencia y mi voz y como con ellas puedo ayudar a tantos; que no se me olvide que mientras tenga salud, tengo poder; que no se me olvide que existir y vivir no serán nunca lo mismo… que no se me olvide agradecer”.
Me prometí leerlo al levantarme y eso he hecho desde entonces.
Tres días después de las biopsias, recibí la llamada de mi médica “Anita, llegaron los resultados…”, se me aceleró el corazón, “… todo está perfecto, y es un diagnóstico completamente confiable porque sí logramos sacar las muestras”. ¡Ay el alivio, y sí, en un suspiro: la vida!
Dejé atrás dos semanas angustiantes, volví a lo que escribí arriba, lo imprimí y lo llevo conmigo a donde voy. Y aunque me tomó unos días darle forma a este escrito, no quería dejar de compartir con ustedes mi suerte. Yo he perdido a mujeres amadas y he visto padecer y recuperarse de cáncer de mama a otras también amadas… una de las mujeres que esperaba conmigo en radiología hace dos semanas, hoy lucha contra el cáncer de mama. Todas somos vulnerables, por favor, que no se nos olvide hacernos el chequeo recomendado para nuestra edad. Un diagnóstico temprano incrementa considerablemente las posibilidades de curarnos.
¡Que no se nos olvide!
Agradecimientos:
No puedo dejar de agradecerle a María Michelsen, a Bernardo Sánchez y a su equipo –Jenny, Sandra y Andrea– por la calidez y humanidad con que me han atendido todos estos días. A José Fernando Robledo por su disponibilidad y a mi prima Diana Cáceres Ferro –un regalo de Dios-, que sufrió en silencio y buen humor estos días de incertidumbre conmigo.
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