He sido profesora de Periodismo durante 15 o 20 años, en periodos intermitentes. Me encanta enseñar. Compartir con los estudiantes. Ver cómo avanzan. Sentir que he sembrado en muchos de ellos el gusto por la escritura, la pasión por la palabra escrita, la ilusión de convertirse en escritores genuinos desde las trincheras del periodismo.
Recuerdo que recién graduada, la facultad de Periodismo de la universidad de La Sabana -de la cual soy egresada- me propuso “dictar clase”. Mi sueño como estudiante de Periodismo siempre había sido trabajar en EL TIEMPO y apenas me gradué logré vincularme a este diario. Así que le dije a la universidad que quería adquirir experiencia en el oficio para poder enseñar mejor.
En mi primera clase en la sede de la facultad de Periodismo de La Sabana en Chía, lo recuerdo hoy muy bien, me temblaban las piernas. Tenía quizá 25 estudiantes que me miraban ansiosos e incrédulos de que una muchachita les enseñara a escribir Noticia: el summum de este hermoso oficio, el género por excelencia, la columna vertebral de esta profesión. Quien no sabe escribir o hacer noticia, no sabe ser periodista.
Luego vi que los libros de enseñanza del Periodismo eran a veces muy densos, a veces muy desconectados de la realidad, a veces muy “foráneos”. Así que la universidad de La Sabana me apoyó para escribir un Manual de Noticia que hoy es usado como texto de cátedra por muchos colegas que enseñan (Manual de Periodismo: La Noticia, publicaciones universidad de La Sabana, 2001).
En ese tiempo, en mis inicios como profesora, apenas ingresaba Internet a Colombia y el correo electrónico era una gran novedad. No había redes sociales. No había Facebook, Twitter, whatsapp, Instagram, Snapchat, YouTube. Los muchachos todavía leían el periódico físico y algunos lo hacían en Internet. Sin ese panorama, sin redes sociales, era un verdadero desafío hacer que los estudiantes se enamoraran del periodismo escrito, de la noticia, de la crónica, del reportaje. En 5 o 6 casos, entre 25 estudiantes, lo conseguíamos. Recuerdo nombres de algunos apasionados por la escritura: Claudia Morales, columnista de El Espectador y exsubdirectora de La Luciérnaga; Javier Silva, exredactor de El Tiempo; Germán Espinel, jefe de Mesa Editorial de Noticias Caracol; María Fernanda Rojas, exconcejal de Bogotá, y tantos otros que hoy me he encontrado en el camino.
Mi género predilecto siempre ha sido la crónica y, en realidad, estos muchachos, hoy reconocidos periodistas, escribían en ese entonces como grandes periodistas. Un lujo.
El asunto es que si entonces, sin redes sociales, era un verdadero desafío que se enamoraran del periodismo escrito, imagínense hoy cómo será.
Los de hoy son muchachos nacidos en la era digital que pasan la mayor parte de su tiempo al frente de su celular, su tablet o su computador. Son la generación de lo visual, de los 140 caracteres, del “me gusta”, del video, de las imágenes compartidas, los mensajes lacónicos y la comunicación impersonal. Hijos del vértigo que produce la tecnología. Centennials todos ellos y algunos millenials.
La gran mayoría lee poco porque prefieren que se lo cuenten con imágenes y saben que en la Red pueden encontrar lo que necesitan. No es culpa de ellos. Es el tiempo que les correspondió vivir.
No buscan los libros de los grandes escritores. Buscan youtubers de su generación que los hagan reír o soñar. No quieren ser escritores. Quieren ser youtubers y que la Red los convierta en famosos. No quieren escribir; quieren que los vean en televisión presentando o conduciendo un programa de debates.
Ese es el gran desafío que tenemos hoy los profesores de Periodismo escrito: enamorarlos de la palabra escrita, a pesar de que ya están perdidamente enamorados de las redes sociales. Es una lucha estilo David y Goliat.
Recuerdo que hace unos cuantos años un profesor renunció públicamente a seguir siendo profesor de Periodismo escrito y contó sus razones en una página entera de El Tiempo: estaba cansado de enseñar y que los estudiantes no quisieran aprender. Cansado de lo superficiales -sugería él en su escrito- que se habían vuelto los muchachos. Cansado de su falta de gusto por la palabra escrita, de su precario compromiso, de su poco interés.
Respeté su decisión. Pero me pareció derrotista. Un profesor está obligado a dar lo máximo para que el estudiante se enamore de su materia. Es difícil, sí. Y a veces uno termina clase y le queda un sinsabor, un desconsuelo, una sensación impresionante de derrota. Cuestiona uno su papel de profesor, se fustiga, se da látigo.
Mientras más grandes los desafíos en la docencia, como este de enseñar a escribir géneros periodísticos en la era digital y visual, más debemos recurrir a la “cajita de herramientas” para enfrentarlos. Tenemos que buscar un punto medio. Tenemos que lograr que se enamoren también de la palabra, aunque su amor por las redes y por la imagen sea inconmensurable.
Pero, además, este no es un asunto exclusivo de las facultades de Periodismo. Es un tema monumental. Es la educación toda la que está siendo desafiada y desplazada, en muchos casos, por las redes sociales. Y no son solo los centennials o los millennials los que está embebidos por el poder subyugante de aquellas. Somos todos. Pequeños, adolescentes, adultos.
La educación, en todos los escenarios, debe revaluarse, reinventarse. No es una simple transición de la pizarra y la tiza, al tablero acrílico con marcadores borrables. Es que si la educación no se pone a tono con la realidad virtual y sus infinitas posibilidades, seguirá perdiendo terreno.
Y en esta tarea de enseñar, hoy, es necesario tener el acompañamiento y el respaldo de las facultades de Periodismo. El Periodismo escrito no se va a acabar. Está migrando desde hace años hacia lo digital. Los géneros periodísticos no van a morir. Cambiaron de casa. Están alojados ahora en la red y debemos lograr que sobrevivan a la presencia avasallante de la imagen.
He enseñado géneros periodísticos en varias facultades y creo que mientras estas me sigan abriendo sus puertas lo seguiré haciendo. Desafortunadamente, aquella que me dio el título de Periodista, la facultad de Periodismo de La Sabana, por alguna razón me las cerró hace años. He intentado regresar allí, pero son otros los tiempos y otras las personas que la dirigen.
En cambio, he encontrado en facultades de Periodismo como la de la universidad Externado de Colombia enormes posibilidades de enseñar con gusto, con enorme respeto al disenso, con la tolerancia como bandera.
Así que, en el Día del Profesor, lo que me queda claro es que muchos debemos empezar a cambiar el “chip” e intentar hablar el mismo lenguaje que hoy hablan nuestros alumnos: el lenguaje de la red… que todo lo puede.
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