Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.

Había un país tan “de maletas”, pero tan “de maletas”, que terminó la oscura noche de más de 50 años de secuestros, asesinatos, extorsiones y desapariciones de unos que se declaraban ejército del pueblo -¡pero que “del pueblo” no tenían nada!- y entonces, alejados ya de esas tragedias, desde todos los escenarios gubernamentales, desde todas las toldas políticas, en todos los frentes clientelistas y burocráticos, los políticos se preguntaron: “Y ahora de qué hablamos? “Cuál será nuestra bandera política?”, “¿Con qué recogemos voticos”? “¡La lucha contra la corrupción!”, gritaron al unísono y se miraron, felices, como si hubieran encontrado una guaca.

Así que muchos políticos que querían coronarse rey de este país enormemente rico, de gente trabajadora y honesta, y millonario en recursos naturales, se montaron en esta carroza que, de pronto, los llevaría hasta el Palacio de Nariño, ubicado en el centro de la capital del reino.

En medio de ese ambiente político, auspiciado por políticos de los que todavía este país no conoce sus nombres, surgió un muchacho joven con excelentes “relaciones públicas” y abogado de distinguidos y conocidos políticos y prohombres. Esa “clase política” decidió coronar a este joven como adalid de la lucha anticorrupción, con poderes para torcer, desaparecer o mandar a los estantes del profundo sueño el destino de investigaciones a políticos por temas tan disimiles, pero a veces tan cercanos como corrupción, paramilitarismo o narcotráfico.

Uno de sus secuaces, gobernador de uno de los territorios ricos de este reino, quiso limpiar sus investigados delitos de corrupción tendiéndole una trampa a quien enarbolaba la bandera de la lucha anticorrupción: el muchacho joven y prometedor, respaldado por políticos de los cuales todavía este país no conoce sus nombres. “Ni los conocerá”, dijo una ciudadana de este reino, cansada de la política del “tapen tapen” y pesimista declarada frente a este tema.

Una mañana de sol, el reino tuvo que admitir una noticia que nadie podía creer, por lo absurda y paradójica: el adalid de la lucha anticorrupción había sido detenido, acusado de ¡corrupción!, en un operativo que contó con la ayuda de sabuesos de uno de los reinos del norte del continente, regentado por un hombre que despierta tantos odios como amores entre su gente, locuaz, de pelo amarillo y rostro anaranjado.

Todos en el reino comentaban: “Si por corrupto detienen en el país a quien lideraba la lucha anticorrupción, ¿qué vamos a hacer? ¿En quién vamos a confiar? ¿Cuál será nuestro futuro?”. Y repetían, en plazoletas, callecitas, balcones y senderos de este reino, que todas las desgracias de este país provenían de esa clase política acostumbrada a vivir del pueblo, a enriquecerse a costillas de él, a malversar fondos públicos y desviar hacia sus arcas personales los recursos del Estado. Y afirmaban que quizá no había de dónde escoger entre esa clase política.

Para rematar, dos días después, los ciudadanos de este reino se despertaron con los resultados de esas encuestas que se hacen todos los días, a toda hora, que los tienen ya saturados, y que a veces en lugar de orientarlos los confunden y direccionan sus opiniones frente a candidatos o situaciones de coyuntura. La dichosa encuesta afirmaba que para los ciudadanos encuestados era más popular la guerrilla de las Farc que los partidos políticos. “Es que, de verdad, los políticos son muy corruptos. No hay de dónde escoger”, dijo el dueño de una tiendita que luchaba por sobrevivir en medio de “D unos”, “Justos y Buenos”, “Exitos express” y “Tostaos”.

“Triste -dijo una matrona- que los que antes mataban, secuestraban, extorsionaban y golpeaban al pueblo ahora son más populares que los políticos”. “Apague y vámonos”, le replicó otra mujer que estaba a su lado. Las dos departían recostadas en el dintel de la puerta de entrada de una casona vieja del condado de La Candelaria, cruzadas de brazos y con gesto de “pa’ ónde cogemos”.

Pasaron los meses y en aquel reino los políticos se resistían a depurarse, a cambiar sus procederes, a pensar primero en la gente y después en ellos, a poner al país por encima de sus ambiciones particulares. Seguían con sus componendas, aliándose con sus peores enemigos para llegar al Palacio y polarizando más y más a los ciudadanos, que de la noche a la mañana se convertían en enemigos cuando antes eran los mejores amigos.

Entonces, los ciudadanos se sacudieron, señalaron a aquellos políticos de procederes non sanctos, fueron a las urnas y votaron, masiva y decididamente, en blanco. Y la votación en blanco fue tan contundente, gritos heridos de “No más políticos corruptos”, “No nos exploten más”, que las cosas empezaron a cambiar en este reino en el que reinaba el desconcierto, el agobio frente a su clase política, la desesperación, el cansancio, el hastío…

Y una luz de esperanza empezó a brillar por cuenta de la decisión de los ciudadanos de no votar por los políticos señalados…

Compartir post