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Qué el deporte distrae al pueblo, a la masa. Qué el fútbol aliena y obnubila a las clases obreras, a la plebe beneficiando, así, a los gobiernos de turno, a los oligarcas que lo fomentan. Qué las copas mundiales de selecciones y los campeonatos de clubes han sido (y son) manipulados por dictadores como Mussolini, sátrapas como Hitler y genocidas como Videla para beneficio propio. Qué los problemas más importantes de una nación pasan a un segundo plano en los titulares noticiosos que privilegian los resultados de la fecha… qué esto y que lo otro.

 

El fútbol, desde su cuna, ha sido receptáculo de apologistas o contradictores, cuando no, de falsos indiferentes que lo atacan o defienden con mayor encono que los de rótulo declarado. Por ello no hay que alarmarse en demasía cuando lo señalan como “una entretención de tontos frustrados” o como “la mejor expresión de la lucha espiritual por conseguir una meta actuando en equipo”. Ambas, a mi modo de ver, son exageraciones que pueden llevar a los excesos y extravíos violentos que con frecuencia vemos a la salida de los estadios o en cualquier lugar donde haya hinchas de diferente militancia.

 

El seguimiento a un equipo debe tener límites proporcionados por la razón, el sentimiento y el momento histórico. Una cosa es que hinchemos por un club en una final de la Libertadores y otra muy distinta es que la filiación a un escudo lleve al asesinato; tal como aconteció hace algún tiempo –por ejemplo- con los dos hinchas del América ejecutados sumariamente en carretera cuando su bus escarlata se topó con otro del Nacional. Así mismo, una cosa es que estemos al tanto de los resultados de nuestro equipo y lo acompañemos en el estadio cada vez que juegue de local o de sentimiento cuando viaje a otras plazas y cosa distinta es que demos prioridad al espectáculo deportivo por encima de nuestras responsabilidades personales, morales y ciudadanas.

 

Todo esto nos hace recordar que el campeonato de fútbol en Colombia se armó a las volandas, de prisa, ante el ímpetu de la violencia bipartidista exarcebada por “el bogotazo” de 1948 que debía ser contrarestada con entretención popular: y qué mejor que el balompié que ya había demostrado su efectividad en otras latitudes suramericanas y europeas. Así fue como Santafecito fue campeón en el torneo más corto de la historia. Otro hecho en el que el fútbol fue utilizado como cortina de humo fue hace 21 años cuando la adolescente Noemí Sanín –entonces ministra de comunicaciones- vetó la radio al impedirle que siguiera entrevistando a los retenidos en el Palacio de Justicia y a renglón seguido ordenó la transmisión, por la tele nacional, del partido de fútbol entre Millos y el Unión Magdalena.

 

Recordemos un tercer hecho: el ocurrido en la edición del año 2003 de la Copa Libertadores en la que el Medellín enfrentó como anfitrión al  Cerro Porteño del Paraguay (lance en el que la divina Providencia y David González instalaron al ‘Poderoso’ en la siguiente instancia de la Libertadores) el debate se ciñó a la inconveniencia de que el partido se disputase luego de que la tarde anterior las Farc ejecutaran a 10 secuestrados entre los que se encontraba el exgobernador de Antioquia Guillermo Gaviria y el exministro de defensa Gilberto Mejía Echeverri, cuando el gobierno de Uribe intentó un rescate a sangre y fuego.

 

La discusión fue matizada con varios actos simbólicos como la no publicación de la reseña del crucial partido en las páginas deportivas del diario “El Colombiano” y el contraste que se respiró esa noche en la capital antioqueña; de un lado los furibundos parciales del DIM que organizaron una ruidosa caravana por la ciudad sin importarles el duelo de tres días decretado por el alcalde y, del otro, los adoloridos familiares, conocidos y amigos (entre los que  ellos altas dignidades del gobierno regional y nacional) de los personajes inmolados. Dos caras de una misma moneda: lagrimas de dolor y de alegría en torno a dos actividades que distinguen la colombianidad; la guerra absurda interna y el fervor sin sosiego del fútbol ¿Remember, a propósito de ello, los 80 muertos en la celebración del 5 a 0 a Argentina?

 

¿Por qué esas manifestaciones tan opuestas la misma noche? ¿No les interesó, acaso, a los hinchas la suerte de sus gobernantes? ¿Es ello una clara demostración del divorcio entre la élite gobernante y el común de la gente? ¿Podría considerarse ello como indolencia?; así mismo: ¿qué le importa más a los ciudadanos de hoy día: la política o el fútbol? ¿Cuál de los dos es, en últimas, más necesario? ¿Es esto una crítica política para el establecimiento? Un caso más para reseñar en este listado de infamia es el adelanto que los jerarcas del fútbol y los políticos realizaron del partido que la Selección Colombia debía diputar en Bogotá ante Ecuador, justo cuando asesinaron a Luis Carlos Galán.

 

Eduardo Galeano ya se quejaba en uno de sus escritos de que el fútbol no hiciera parte de los tratados de historia y que a los infantes se les enseñara, por ejemplo, quien había ganado las elecciones tal año pero no quien había sido el campeón del torneo de ese mismo año. Igualmente, hay quienes sostienen que el fútbol debe seguir con el estatus que tiene porque de lo contrario pronto lo invadirá todo.

 

No creo que haya que acusar al hincha por asistir al estadio cuando la ciudad está de luto, quizás vaya, justamente, para evadirse de la cruda realidad de su cotidianidad. Pero no sobra advertir que muchos se entregan a este deporte sin restricción alguna y que ello los hace mejores hinchas pero no estoy seguro de que los haga mejores ciudadanos.

 

 

 

 

 

 

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