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Miss P, la administradora de los bloggers de eltiempo.com, me escribió a mi correo personal para convidarme a reactivar mis entradas en la red. Confieso que me debatía en la indecisión de si continuar o no con mi costumbre de compartir opiniones en la web más visitada del país; el combustible de ese sentimiento de inseguridad eran la impotencia y el fastidio experimentados ante la descomunal cantidad de noticias y acontecimientos que vive nuestro país de domingo a domingo. Definitivamente nuestra patria será cualquier cosa, menos aburrida; pero a veces opinar se convierte en algo inútil dado el vértigo que parece envolver a la otrora nación del sagrado corazón de Jesús.
Recuerdo el saludo que un columnista de El Espectador (cuyo nombre no viene al caso) le enviaba a sus “cuatro tías” que, según sus palabras, eran las únicas que lo leían. La ironía subyacente en ese acto retrata de cuerpo entero la labor del articulista virtual: su oficio entraña anonimato y soledad; así sea que algunos lleguen a ser portada de la revista Times al considerárseles personajes influyentes de sus respectivas sociedades. Todos escribimos para alguien, empezando por nosotros mismos, pero la sensación de hablar en un auditorio vacío quizá se explique en la nostalgia del papel, del impreso conque los de mi generación (que somos la del empalme entre el periódico físico y el digital) crecimos. Lo paradójico del caso, es que estar en el rotativo impreso tampoco garantiza nada: fíjense que es inusual ver a un joven con un periódico bajo el brazo (me refiero a los jóvenes que -por controvertible obviedad- deberían ser los futuros consumidores de prensa), en cambio es normal verlos frente a los ordenadores, así no sea ojeando portales informativos y de opinión.
Después de ese abrebocas ilustrativo de mi desazón, cuento porqué regresé a la pluma digital: por la apertura de los XXIX Juegos Olímpicos de la era moderna. El inicio de las justas escenificadas en la nación del dragón me hizo brincar de la silla y me forzó al momentáneo abandono del control remoto para escribir las siguientes líneas:
La colosal inauguración, descrestante y deslumbrante (y encandilante por su pirotecnia) tiene varias lecturas. Aquí relaciono cuatro:
Primera: la raza mandarina le anuncia al planeta (bueno, al 75% del mismo ya que uno de cada cuatro terrícolas vive dentro de la Muralla china) que se vienen “pisadas de animal grande”, más específicamente de dragón: los 27 pasos nocturnos que fueron dibujándose en el contaminado cielo pekinés, gracias a los fuegos artificiales, son el eco de gong que marcan el paso del predominio norteamericano- occidental al chino- oriental. Ya el veneciano Marco Polo lo había adelantado cuando en su visita a “Catay” y “Cipango” describió al imperio circundante del Gran Kan como el “del futuro”. En su época tildaron al navegante italiano de loco y fabulador. Hoy ni George Bush duda de esa inminente realidad.
Segunda: la aceitada, coordinada y ultra sincronizada ceremonia inaugural además de boquiabiertos, lelos, perplejos, atónitos, estupefactos, anonadados, pasmados, absortos, maravillados y demás sinónimos de admiración posibles, fue pensándolo bien, otro campanazo de alerta. Ya en películas como El Señor de los anillos, Troya y 10.000 AC asistíamos a montajes coreográficos con tal nivel de exultante armonía que sólo podían presentarse mediante la perfección de los efectos de computador, así sea que las escenas reprodujeran rituales sagrados o de guerra de nuestros antepasados. Desteñidas nos parecen las paradas militares del Tercer Reich y de la OTAN en comparación con lo pomposamente exhibido por el séptimo arte gringo al aludir los despliegues militares y ceremoniales de los aztecas, los zulúes, los persas, los egipcios, los romanos… y claro, de los chinos de ayer y de hoy. Lo clave de esa suprema obediencia que hace que 2008 tambores suenen como uno es la negación de la persona y la desaparición de la individualidad; es decir, el advenimiento y el entronizar de la igualdad pero no en términos de la pluralidad y la diferencia, sino de la igualdad como homogenización.
Tardomodernidad, posmodernidad, hipermodernidad… llámesele como quiera, el caso es que con las megalópolis y con el fenómeno del híper poblamiento demográfico del planeta, parece ser que la única opción política posible es la mesiánica que niega individualismo (es decir, libertades y derechos individuales), vindica los deberes y hegemoniza las verdades de Estado que “disponen y ejecutan con sabiduría y siempre a favor del pueblo”. China, que desde siempre ha contado con población contada en millones y miles de millones, nos señala con su brújula confuciana ese sendero iluminado con la pólvora de sus cañones enterrados con los guerreros de terracota. Piensen bien la cosa y verán que el estreno de los Juegos de Beijing no son otra cosa que el rito que evoca el fin de una era y el comienzo de otra (que es la verdadera acepción de la expresión “olimpiadas”).
Tercera: y si Aznar, Blair, Bush padre e hijo, Berlusconi y Uribe no son ejemplos suficientes del segundo ítem; permítanme hablar de un tercer punto, quizá menos controversial: la del mundo virtual, de la suplantación de la realidad (es decir, de la artificialidad), de la impostación y de la ilusión. Cuando a través de la voz de Julio Sánchez Cristo (el verdadero rey de lo light en Colombia) me enteré de que el gobierno heredero de Mao Tse Tung nos había engañado a mil millones de televidentes pegando encima de la emisión en directo un pregrabado con las pisadas de dragón de la inauguración, dije “eh, ahí la señal: ya ni lo que creemos ver como verdad, es cierto, y el ‘ver para creer’ de San Agustín quedó como los records olímpicos, pulverizado”. Lo otro es lo de la niña de cantó, pero ahora sabemos que la voz escuchada no era de ella y expertos consultados afirman que por el timbre y el trabajo de modulación ni siquiera puede ser la voz de una niña. De igual manera, es factible que la imagen de la niña cantora no sea más que un holograma como acontece con muchas mujeres y hombres que no aceptan sus bellos –y nuevos- cuerpos de quirófano y bisturí por sentirlos ajenos… a este paso, es posible que todo lo que vimos el pasado ocho de agosto no sea más que una ilusión óptica. No olvidemos que Steven Spielberg alcanzó a dar una mano y que el encargado de la inauguración fue otro director de cine.
Cuarta: “lástima: ya los nadadores de hoy no son tan guapos como los de antes, parecen deformados”. Esta frase de una colega profesora de universidad es un corolario del punto anterior y el remate de este post. La impostación, ya no como método de supervivencia, sino como sistema de hegemonía, es el pan de hoy. Es imposible ver a los nadadores, los atletas y los pesistas y no pensar en que están dopados. Todos los medallistas chinos parecen calcados ya que desde la barriga maternal los están preparando para vivir una vida distinta, entregada al Estado, envenenando sus cuerpos. La sociedad de la falacia hace su entrada y rompe todas las marcas existentes. El doping de mejoral y coca- cola, de anfetaminas y hormonal ya es cosa del pasado: hoy se impone la trampa genética y el artificio; no en vano las justas se celebran en una ciudad inexistente: en Pekín, mega- cuidadela, suplantada por la artificiosa Beijing construida sobre la ciudad imperial en sólo 10 años. La cábala oriental de la fecha: 08/08/2008 a las 8 y 8 que alude a buena fortuna, no precisa si la “fortuna”, la medalla de oro par hablar en el argot olímpico, se le augure únicamente al totalitarismo del “Gran Hermano”.
PD: Si James Bond tuvo como inspiración de sus aventuras a “Miss Moneypenny”, yo tuve como agradable instigadora de esta columna a “Miss P”.
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