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Existen muchas listas de eventos que usted no puede perderse en la vida. Todos parecen redactados por agencias de viajes: son mercancía para turistas. Y entre ellos, el listado de clásicos futboleros tiene lugar propio ¿quién no quiere ir a un Real- Barça? ¿O a un Milán- Inter? ¿Quién rechazaría un River- Boca? Pues bien, a mí me tocó Fluminense- Flamengo. Aquí lo cuento.  
Empecemos por el final: Flamengo perdió. Y lo lamenté. Lo sufrí porque este club ha sabido posicionar una imagen de equipo del pueblo y consiguió que sus hinchas aprendieran a convivir con la derrota. ‘Fla’ tiene muchos trofeos en sus vitrinas, pero es más lo que pierde que lo que gana y esa condición ha forjado a fuego lento un «torcedor» único en el mundo: uno que sabe que si no va al estadio, que si no alienta, su cuadro no va a poder hilar tres jugadas seguidas. El ‘mengao’ es consentido. Es un «chimi» que precisa de pueblo. Que basa su coraje en las palmas y cánticos de su feligresía.  
Y ese hálito de huérfano conmueve. Por eso corearlo, animarlo y mimarlo es inevitable. Es un sentimiento que brota espontáneo; como el amor de mamá. Quizá por eso dos fanáticos «rubro-petros» que apenas conocía corrieron a regalarme camisetas del equipo. Ahora, sin pedirla, por falta de una, tengo dos casacas del coloso del Maracaná. Por eso no extraña que los de Gavea tengan la parroquia más numerosa del planeta (casi la población colombiana). Insisto: el de Fla es un caso sui generis; en una sociedad exitista que sólo admite el primer lugar y en la que hacerse fan de un ganador es el camino común, la institución del urubú (del buitre) hace seductora la derrota. Y lo mejor ¡la hace popular!             (A continuación un pequeño corto filmado desde gradería)

Para decirlo en clave colombiana, tiene una mixtura de los tres rojos del país: Santa Fe, América y Medellín. Escuadras cuyas mitologías están basadas en la desgracia; siendo a la vez plebeyos y populosos y por eso mismo rotulados con el mote de «grandes». 

Por esa razón no hallé fuera de lugar que mi nuevo amigo, el brasilero Leonardo José Couto Silva Lopes de Souza (¡uf! cansa de sólo leerlo ¿no?), llevase al «Engenhão» (casa del Botafogo que ante las refacciones del Maracaná, es sede del ‘futebol’ carioca) una estampita de «San Judas Tadeo» -el santo de las causas perdidas- y a la vez acompañara a toda la «arquibancada» en la realización de señas y gestos propios del candomblé
David 3.JPGCon ese ambiente no fue difícil terminar saltando y entonando el himno y  canciones memorando su historia 

«Eu sou Flamengo até morrer, sou campeão de terra e mar Flamengo/
sempre eu hei de ser, vermelho e preto sempre vou te amar…»
 
y ridiculizando a los de la acera de enfrente: los del ‘Tri’ que encabezan la tabla y que han cobrado los seis puntos en los últimos dos choques de estos cuadros de Rio de Janeiro. 
«Qué palhaçada/ Ese pó-de-arroz
Tricolor Viado/ Passa maquiagem
E da o cu depois»
Los del Flu en el que jugó Asprilla y que hoy tiene en sus filas al también colombiano Edwin Valencia. El Fluminense que es la némesis, el yang y el rival a vencer porque representa lo opuesto: lo exclusivo y de élite. Tan selecto que, inclusive, ha sido el único club en la historia del balompié ¡que ascendió de tercera a primera! No pregunten cómo: el arte de birlibirloque es privilegio de los dueños del balón aquí, allá y acuyá.
Aunque mi idea no es hacer una crónica del juego, permítanme decir que el duelo se hizo todo lo dramático que se esperaba: Fluminense llegó con 22 puntos de ventaja y Flamengo con la sombra del descenso sobre sus talones. Pero es un mandamiento del fútbol que los clásicos son otra cosa. Por eso allí la tabla de puntuación se esfumó y el Fla puso la gente, las llegadas y el Flu los dos palos y el gol del de siempre: Fred.
 ¿Y el drama? Lo resumiré así: hubo un penalti sancionado a cinco minutos del final. Con la sentencia del árbitro llegó el júbilo y de esa cima emocional se descendió a los infiernos de la angustia. El argentino ¡si, tenía que ser argentino!… marró el cobro. El disparo de Botinelli fue atajado por Cavalieri. Lágrimas, insultos y golpes a las sillas. Era el partido que no se podía perder. Pero los orishás reclamaban más macumba y por eso no tardó la segunda puñalada: el héroe de las trenzas con la bandera «do Mengo», el 99 (Vagner Love) la metió un minuto después… el estadio se estremeció… recuerdo que me fundí en un abrazo pletórico con mi amigo Leonardo, pero el rostro descompuesto de un vecino de grada me aterrizó: el juez había anulado la jugada. 
Minuto 95. Pitazo final. Salida por las rampas del João Havelange; más cánticos y bombas de estruendo. Sudamérica en su viva expresión. Cambio de camisetas (previniendo violencia) y abordaje de ómnibus escuchando por la radio a los -según Valdano- «profetas del pasado» que son los periodistas deportivos. También la rueda de prensa. Y en ella los técnicos glosando en portugués, pero con libreto universal: siempre enfrentaron dignos rivales y siempre hay cosas por mejorar. No obstante Dorival Junior, el DT perdedor soltó esta perla que sintetiza la cantinflesca demagogia del fútbol-espectáculo de hoy que se da inclusive aquí, en el país del fútbol: «Fluminense mereció ganar, pero Flamengo no mereció perder» ¿Entendieron? 
      

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