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¿Bonita? ¡Qué va a ser bonita esa vieja si es de las Farc! La frase lo resume todo: el enemigo es despojado de cualquier virtud por el hecho de serlo. Y por supuesto que el principal don es el de la vida: debe ser eliminarlo y si no se puede físicamente, siempre existirá el chance de realizarlo simbólicamente; para el caso de la holandesa Tanja Nijmeijer, decir que carece de belleza, que es un monstruo, que no merece ser apreciada en dimensión alguna.
El abordaje parece baladí, pero no lo es: considerar nuestra impresión del conflicto a partir de las narrativas producidas en torno a una guerrillera europea que hoy es miembro del panel de negociaciones, puede llegar a ser significativo. Da para tesis doctoral, por lo que examinar algunos tópicos es un mero ejercicio especulativo.     
Lo primero que uno se pregunta es ¿qué carajos hace una holandesa en las Farc? El interrogante toma la forma de cuchillo al hundirse en las tripas mismas del «ethos nacional»: el problema aquí es de hombres contra hombres. Según cifras de la Policía ocho de cada diez muertes violentas son producidas por varones. Más bien son las mujeres las que en alto porcentaje aparecen victimizadas. Aquí las representaciones y asunciones de género juegan un papel definitivo. Quizá en el machismo y en la perversa encarnación de lo que significa «ser macho» encontremos el ADN de tanta sangre derramada.   
Así mismo existen pocos pueblos de América Latina más endógenos que el nuestro (según Fenalco el 82% de la población nacional no ha salido ni desea salir del país); de igual manera -por la mala imagen- tampoco entran extranjeros. Por esa razón, existe un culto, una admiración gratuita, para lo venido de afuera y el principal deporte es «mirarnos el ombligo» ¿Cuál es el punto de esto? Sencillo: la pelea de los hombres colombianos es ¿adivinen contra quien? ¡Contra los hombres colombianos!
Esto no es de israelíes versus palestinos, ni de sunitas contra chiítas o de chechenos atacados por rusos. No. Esta es una guerra interna, intestina, de casa; por lo que resulta raro, rarísimo, exótico que haya un extranjero y lo más extraño: que sea europea, mujer y no me resisto a agregar que bonita. No nos extrañamos del ‘Che’ porque al fin y al cabo era latinoamericano, ni tampoco de los curas españoles -del ELN- Domingo Laín y Manuel Pérez por el talante de su oficio, porque eran hombres y ¡hablaban la lengua! 
En cambio «Eillen» o «Alexandra Nariño», el nombre de combatiente que adoptó, no parecía tener razones para enrolarse en un ejército tan distante, tan cuestionado y tan peligroso. 
El camino fácil es suponer que influyó de manera definitiva el imaginario romántico que persiste en Europa (y en buena parte del mundo) de este grupo alzado en armas. Hasta ahí normal: supimos que en el bombardeo al campamento de Raúl Reyes había estudiantes mexicanos. Colegas de Argentina y de aquí (Brasil) tienen simpatía por las causas fundamentales de esa guerrilla así no concuerden con algunos de sus procederes. Me sorprendió que uno de ellos me dijera: «estoy de acuerdo con un candidato presidencial que tuvieron allá (se refería a Carlos Gaviria) que afirmaba que no todos los grupos que cometen actos llamados por la prensa como terroristas, en efecto lo sean». Definitivamente por estos lares no sintonizan prensa colombiana, para bien y para mal.  
¿Cómo explicar esos esporádicos brotes de simpatía juvenil externa? Difícil hacerlo… un intento de respuesta es que una parte de asumirse como joven es procurarse una hipersensibilidad social en la que cualquier lucha es legítima por más ajena que sea. Lo otro es turismo intelectual: como hacer un safari en el Congo, pagar excursión a una favela en Brasil, visitar el barrio Pablo Escobar en Medellín o jugar a ser por un día «guerrillero en Colombia».
       
Pero lo de esa chica es diferente. Ella estudió su decisión: no ingresó a las filas de Manuel Marulanda Vélez en su primera estadía en el país, sino que volvió a Holanda para escribir su tesis de grado sobre este grupo insurgente. Luego, según relata en la entrevista concedida a Dick Emanuelsson, regresó a Colombia, hizo una pasantía como miliciana en Bogotá y al ser interrogada por mandos medios de si quería «irse para el monte», asintió. Y lo hizo en el peor momento: cuando la guerra se recrudecía por el Plan Patriota (mediados del 2003).
Lo habitual en las ciudades es que jóvenes -como ella- pero colombianos hagan ese recorrido, algunos cuentan con estudios universitarios (como el sacerdote Camilo Torres: intelectual estigmatizado y mitificado por su decisión) y optan por ese camino de manera voluntaria: en serio piensan que el país tiene arreglo y que la solución es su lucha.  En el campo la cosa es a otro precio: unos son forzados, otros lo son menos y unos más ingresan por gusto y tradición familiar. 
¿Pero Tanja? ¡Por amor a Dios! Que una burguesa del primer mundo decida abandonar a los suyos; renuncie al confort de una vida asegurada en Ámsterdam por los peligros naturales de la selva y los mortales de la guerra es de no creer. O es convicción pura (lo cual no deja de causar fascinación), o es locura (o una mixtura al 50% de las dos) o es estupidez. Juzgar eso con justicia es imposible, menos en este espacio.
La presencia de «Eillen» beneficia las conversaciones por lo que encarna; dada nuestra tara eugenésica todo lo europeo es genéticamente bueno. Ella proviene de un país rico, es blanca, de ojos claros y culta (mientras el canon imaginado del guerrillero es: pobre, mestizo y cuasi analfabeta). Añadamos que está en la liminaridad de la juventud- adultez y es poliglota: ese cariz ladino la convierte en buena negociadora
De igual manera, la presencia de «Alexandra» contribuye a la visibilidad de la mujer combatiente en el conflicto, así esta sea en el cuerpo vicario de una extranjera.  
Tanja ¿Robin Hood extraviada en pleno siglo XXI o un adefesio de Malinche y Agripina? 
Alexandra ¿Romántica, ingenua o perversa?      

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