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Reflexiones acerca de la parafernalia clasista en torno a la pompa de decir "yo sí soy culto", en coyuntura con el II Festival Internacional de Música de Cartagena.

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¡Feliz año! En el 2008, este blogcito espera traerles todo lo mejor posible en cuanto a música sea posible. Habrá de todo un poco: reseñas de grupos fuera del margen regular de la escena musical, un poco más de jazz, regalos de discos. De todos modos, les pido que si tienen alguna sugerencia especial, la consignen hoy en la cajita o a través del grupo en Facebook, en el enlace que encontrarán a la derecha de esta caja de texto.

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Me encuentro en la cálida y acogedora Cartagena, lejos de mis tareas convencionales pero además, de mi colección de música.

Vine a hacer un cubrimiento del II Festival Internacional de Música, que es una muestra de reconocidos músicos clásicos de todo el mundo: Vienen violinistas, violonchelistas, clarinetistas, arpistas y demás, destacados mundialmente, a dar conciertos en diferentes lugares de la ciudad. Seguramente algo habrán visto, pues aquí están todos los medios, incluso presentadoras de las secciones de farándula de los noticieros de los canales privados (esas que pronuncian "Chopin" tal como está escrito, ni que fuera "choripan").

Debo decir que he presenciado conciertos geniales: desde las tradicionales sinfonías de Mozart, pero interpretadas por artistas que no cucarronean, hasta obras contemporáneas que son tan solladas como el montaje sinfónico de una composición de Golijov, estilo klezmer (música de los balcanes y toda europa oriental, recuerden las películas de Kusturica) que definitivamente le termina gustando incluso al que sólo le gusta el jazz o al que sólo le gusta el rock.

Esa apertura mental es genial… pero por demás, debo decir que hay cierta cosa chabacana en torno a los públicos (que no está compuesto por cartageneros sino por gente de todo el país, incluyendo ex presidentes, embajadores, etc.)

Quedé estupefacto durante un concierto del cuarteto de cuerdas St Lawrence, en la iglesia de Santo Toribio, cuando a mitad del acto prendieron las máquinas de aire acondicionado. Imaginen un taladro de dentista que destroza sorpresivamente la delicada mantequilla de la concentración musical. Los artistas, indispuestos, tuvieron que seguir tocando durante unos 40 minutos más, compitiendo con el ruidoso soplido de esa máquina infernal.

Cuando no soplaba el aparato, la gente encontraba cómo echarse airecito. Una prestigiosa dama de la sociedad cartagenera que se sentó en la banca de atrás, llevaba consigo un extraño -y seguramente muy costoso- abanico vertebrado cuyas hojas rechinaban incesantemente: ¡Era como si se abanicara con una bolsa de Carulla! ¿No pudo encontrar algo más ruidoso para ir a un concierto de música clásica?

Para finalizar con broche de oro, una de sus amigas de banca, tan acartonada como la anterior, soltó un comentario justo al terminar el concierto para clarinete y cuerdas de Mozart, para demostrar cómo la había permeado semejante interpretación: "¡Toca maravillosamente ese flautista!"

Lo que hay detrás de todo este tipo de cosas, entre las que cuento las innumerables interrupciones que han hecho los timbres de los teléfonos celulares en todos los conciertos, parece ser una clara razón: No se puede generalizar, pero mucha gente va a estos conciertos sólo para que los vean.

No sé si la melomanía de la cual me declaro víctima me convierte en un viejo chocho, pero ese tipo de cosas me conducen a aborrecer a las élites de la cultura, que con una actitud un tanto pedorra, destilan la presunción de conocimiento como si eso los convirtiera en seres superiores.

La música es pa’ gozarla. Así de sencillo: sea clásica o porno-merengue "cachete con cachete, pechito con pechito". Por eso, los elitismos en torno a ella son estúpidos.

Este festival tiene algo grandioso, y es que lleva los mismos espectáculos de música clásica que muestra en el lujoso Teatro Heredia, a los barrios marginales de la ciudad (esos que no mencionan ni por las curvas cuando hay reinado de belleza). Allí los músicos tocan con los pelaos. Eso es algo maravilloso.

Y los rostros de estos pelaos demuestran cuánto les gusta el asunto. Son honestos con su gusto y con la oportunidad que tienen de disfrutar semejante show.

Esta es mi reflexión de hoy, para iniciar el 2008: Acabemos con los elitismos pedorros, disfrutemos la música honestamente.

Un abrazo y suerte y pulso para todos.

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