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Mientras ciudadanos de todo el mundo comparten fotografías que simbolizan la conexión entre lo natural y las personas, utilizando el lema ‘estoy con la naturaleza’, aquellos a quienes nos preocupa el bienestar de las próximas generaciones aún tambaleamos fruto del sismo provocado por la decisión de Trump frente al acuerdo de Paris.

Que invertir en tecnologías limpias es costoso, y que esto tiene un impacto en la competitividad en el corto plazo, como argumentan los que están en contra de los acuerdos ambientales, es más que cierto.

Los márgenes de ganancia estrechos, fruto de las fuerzas del mercado o del límite de la demanda -sea que la estructura de mercado del bien esté más cerca de la competencia o del monopolio-, pueden hacer poco atractivas las inversiones asociadas a la responsabilidad social corporativa, o lo que es lo mismo, a la internalización de las externalidades (costos o ingresos trasladados por la empresa a la sociedad).

Sin embargo, ¿resulta tan necesaria la acumulación de ganancias para sentirnos realizados y felices en esta sociedad moderna, como para que estemos dispuestos a sacrificar -y lo que es peor, con plena conciencia- las buenas prácticas para la supervivencia del planeta y que requieren sólo de buena voluntad?

Algo debió averiarse seriamente en la racionalidad humana en algún momento no identificado de la historia. Construir una ‘sociedad de las cosas’, en la que quien más tiene más realizado se siente, nos está saliendo muy caro.

El año 2016 fue, según las mediciones de la NASA, el año más cálido desde que se hacen las mediciones, y antes de este había sido el 2015. En paralelo, las emisiones de CO2 y de metano, aún con compromisos multilaterales, siguen aumentando, con los impactos en los ecosistemas, los  cultivos y la salud.

Y esto es porque con el pretexto de la competitividad, las metas autoimpuestas en acuerdos ambientales implican un mínimo esfuerzo, y aún así no se cumplen.

Si esta “lógica” cortoplacista que gira en torno a don dinero sigue remontando vuelo, no se nos haga extraño que se empiecen a denunciar los acuerdos que prohíben el trabajo de niños, la explotación laboral, el trabajo forzado, la esclavitud….

Trump ha llegado para mostrarnos los alcances de los modelos sociales, políticos y económicos que hemos construido colectivamente. Le tenemos que agradecer que, con su estilo directo y visceral, nos está mostrando todos los aspectos negativos que como humanidad debemos cambiar de raíz. ¿Tendremos la capacidad de comprenderlo a tiempo y el coraje para reinventarnos?

Epílogo: La competitividad se ha convertido en el 11 mandamiento de la sociedad de hoy. Evolucionar, no para ser mejores sino para superar a los demás, es lo que se impone. Los resultados oscuros de este modelo egoísta, poco a poco se están materializando. Los problemas ambientales, son de esta situación un botón. ¿Y si ensayamos a ser cooperativos, en vez de ser competitivos, para sobrevivir?

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