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El temor al cambio está retrocediendo al mundo. La velocidad de las reformas culturales han asustado a una buena parte de la población, que siente que sus creencias están siendo puestas en tela de juicio, generando el entorno ideal para un posible oscurantismo, donde las ideas del pasado buscan sobrevivir.

Este debate surgió en una de las tantas tertulias informales de los investigadores de RADDAR, y sin duda abre una puerta, a uno de los posibles escenarios de lo que puede pasar, no en muchos años, sino en unos pocos ante los cambios que se anuncian en diversos escenarios.

Aceptar que las ideas que teníamos pueden estar equivocadas, y que las verdades que defendíamos son redefinidas, hacen que el temor por perder incluso nuestra propia identidad, esté llevando al mundo a la defensa a ultranza de las ideas del pasado, sobre los hechos del presente.

Una persona que siempre ha creído en Dios, no aceptará que le digan que no existe. Esta situación ha trazado la historia de nuestra sociedad por siglos, al punto que la religión se ha impuesto más con sangre que con sermones. Convencer a alguien de una creencia es muy difícil, pero cuando una persona cree en algo, es más difícil mostrarle que está equivocada, porque se vincula el proceso de la identidad personal y de la fragilidad de aceptar que estamos equivocados.

El mundo conoce ese miedo y se está apoyando en él, con el fin de sostener el status quo de muchos conceptos, más porque favorecen a unos pocos, que porque realmente deban ser defendidos. Un ejemplo de esto es el reciente comentario del presidente Trump, al decir que “hace mucho los Estados Unidos no ganan una guerra”, que al sumarlo a la idea de “Volver a Estados Unidos grande otra vez”, deja la oscura sensación de la búsqueda de un nuevo campo de batalla, para devolverle la hegemonía militar a los Estados Unidos, en un entorno donde las guerras entre naciones han casi desaparecido, y el enemigo no se configura en grandes ejércitos, sino en pequeñas células alimentadas en creencias mucho más fuertes y profundas que las que tiene un soldado al que mandan a un campo de batalla a defender las ideas de otros.

Nuestra civilización ha avanzado más en los últimos 50 años que en siglos, y mucho de esto se logró sin guerras, sino con la aceptación de preceptos sencillos pero enormemente revolucionarios: la igualdad, la diversidad y la libertad. Gracias a esto, las mujeres hoy deciden ser solteras, los homosexuales pueden casarse y las naciones pueden comerciar bienes y servicios, aumentando la productividad, masificar la producción y reducir los precios, logrando un efecto enorme en la desaparición de la pobreza en el mundo, porque la suma de los cambios demográficos, culturales y comerciales han llevado al mundo a un mejor lugar que el que teníamos hace solo unas décadas.

Hemos logrado poner puentes sobre las religiones, los conceptos de razas y de sexualidad, bajo el objetivo de mejorar la calidad de vida de millones de personas en el mundo, respetando las diferencias, pero partiendo del concepto de reconocerlas.

El oscurantismo de la edad media, surge entre otras cosas, por la necesidad de homogenizar Europa bajo el dogma católico, para darle soporte al esquema monárquico y feudal, donde Dios definía quien era el señor de la tierra y de sus súbditos. Para sostener esto, no solo se arrazaron miles de religiones, culturas y pensamientos, sino que se quemaron muchos libros, acabando con conocimiento ancestral que requirió miles de años en ser consolidado.

Hoy este oscurantismo llena en una forma nueva. Apela a las creencias del ayer, para defender los beneficios de unos pocos y seguir aplastando las creencias de las mayorías. El mundo no necesita que Estados Unidos sea una superpotencia militar, lo que necesita es que esa nación sea una superpotencia intelectual, industrial, innovadora y productiva, porque los beneficios de esa sociedad liberal que construyeron, se han irrigado a todo el mundo, al punto que un niño pobre en África puede acceder al conocimiento de las ciencias naturales desde un computador conectado a internet.

Los motivos son los mismos, pero las armas han cambiado. La idea es mantener la hegemonía de unos poderes económicos que se han venido a menos, debido a sus propios errores y terquedades, imponiendo con mano dura una serie de conceptos y premisas que los defienda, sin pensar en las inevitables consecuencias: en el mundo de hoy decir que las cosas tienen que ser como fueron en el pasado, es simplemente la semilla para una revolución más rápida y profunda, que se contagiara por las redes sociales y causará que las poblaciones estén en contra de los mandatos de los elegidos, y las fuerzas mismas de la democracia se enfrentarán al miedo de unos pocos de perder el poder, llevando al mundo a guerras sin sentido, por la necesidad de defender creencias y no ideas con hechos.

El oscurantismo está volviendo. Se está prohibiendo el pensar libremente, el actuar conforme a los hechos y no a las creencias. El mundo se comienza a encoger, a reducirse, a simplificarse, buscando una unanimidad en la forma de hacer las cosas, negando la virtud de la diversidad de hacerlas en miles de esquemas.

La terquedad de algunos, puede ser la condena de todos. Veremos como la justicia se confunde con venganza, la libertad con control, la democracia con autoritarismo, la voluntad popular con populismo, las ideas con creencias, y los hechos con dogmas.

Se siente un manto oscuro tendiéndose sobre nosotros, y su calidez y protección nos seducen, sin darnos cuenta que es para cubrir nuestros ojos y negarnos nuestra propia realidad y negarnos nuestros sueños.

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