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A veces defendemos las tradiciones y las costumbres tan ciegamente, que nos olvidamos que no han existido por siempre, y que en algún punto fueron una cosa completamente novedosa que, en la mayoría de los casos, desplazo a la tradición existente.

Muchas tradiciones han quedado atrás, y muchas formas de hacer las cosas han cambiado. Esto es consecuencia de la innegable capacidad del ser humano de buscar mejores soluciones sistemáticamente, y no ser mediocres y quedarnos como estamos.

La religión es un buen ejemplo de esto y sin duda la Semana Santa también. Recuerdo que de niño, el Viernes Santo se visitaban los monumentos de 10 iglesias para cumplir con la tradición, y andábamos por la ciudad viendo 10 altares de iglesias, con su custodia erguida, en homenaje a la muerte de Jesús. Y cuando le preguntaba a mi madre por que hacíamos esto, nunca llegaba una respuesta firme, sino explicaciones sobre la tradición y la costumbre.

Hoy la gente se va de vacaciones y olvida completamente esta tradición, no porque no sea católico o porque irrespete la Semana de Pasión, sino porque la iglesia no tuvo la habilidad de defender sus tradiciones con argumentos, sino como costumbres. (Por cierto, para los curiosos e interesados en el buen arte, el Museo del Banco de la República en el centro de Bogotá, tiene expuesta “La Lechuga”, la custodia más bella y costosa de nuestro país, llena de esmeraldas, que dan origen a su nombre).

Es tradicional ir a almorzar a la casa de la abuela, la cena de navidad, bailar el vals en el matrimonio, comer ponqué en el cumpleaños y un sin número de cosas, que si las pensamos un poco no son defendibles ni como costumbres ni tradiciones, porque no fundamentan el bagaje cultural de nuestra sociedad. Hoy es impensable dar un regalo a alguien sin envolverlo, a sabiendas que ese papel será basura en segundos y que esa costumbre es fatal para el medio ambiente, pero nadie habla de esto, o de las sombrillas en los cocteles, ni de el musgo en el pesebre. Muchas de las cosas que hoy llamamos tradiciones son muy malas, pero las mantenemos porque siempre han estado y por eso no deberían desaparecer. Es un error.

Dejemos que se redefinan las tradiciones, las costumbres, que cada familia abrace sus propios ritos, que se relacionen de una manera diferente con los demás, y esto hará que seamos más felices y honestos, y no sigamos haciendo las cosas como alguien algún dijo que se debían hacer, quizá porque en ese momento tenía sentido, como ponerle el nombre al bebe según el día del Santo en que nació.

El truco para comenzar una tradición es sencillo: haga algo nuevo, y repítalo cada año, o cada mes, o cada semana, y lentamente se convertirá en una tradición para usted y una costumbre para los demás, pese a que solamente es un hábito, pero de alguna manera este tipo de cosas nos trascienden de alguna manera. Así comienzan las cenas de familia, los cafés de amigas, las cervezas de amigotes y los juegos de pocker de los miércoles: siempre con la primera vez, y las ganas de volverlo a hacer.

Debemos repensar muchas de nuestras costumbres, y más aún en un momento donde el país está en un punto de inflexión tan grande como el fin del conflicto, y un buen comienzo puede ser poner la direccional para cambiar de carril, así el de al lado no le dé el paso, porque una buena costumbre no se hace porque los demás la acepten, sino porque es una buena costumbre.

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