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Por: Víctor Ogliastri Posso

Para esta primera entrada les quiero proponer un juego basado en la memoria y en el cual podamos implicar el recuerdo y el pasado. Miren esta foto:

 

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¿Bonita no? Vean los detalles en su escenario, la disposición de sus sillas, el balcón al fondo y la gradería del tercer piso con su cabina de proyección. Si, de proyección. Esta es una sala de cine en París. Se llama Le Grand Rex, una de las salas más icónicas de esa ciudad. En 1930 fue inaugurada por el actor Gary Cooper y de ahí en adelante, su alfombra roja ha sentido los pasos de grandes luminarias como Grace Kelly, Elizabeth Taylor, Brigitte Bardot y Richard Burton por nombrar algunos. Además, dentro de ese majestuoso y monumental edificio Art déco usted encuentra la pantalla de cine más grande que existe en Francia. Hoy, cuenta su dueño, el teatro sobrevive gracias a la diversificación de su oferta, pues además de películas, la sala acoge conciertos y otro tipo de espectáculos. El teatro no ha cerrado un solo día desde la fecha de su inauguración y como pueden ver, se mantiene en condiciones óptimas.

https://soundcloud.com/distritocultural/saludo-gira-de-carlos-gardel

Ahora, miren esta otro fotografía:

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¿Invita a sentarse y disfrutar de la película, no? Esta es otra sala de cine también de París. Se llama La Pagode y es una verdadera pagoda japonesa auténtica con historia incluída. Cuentan que hacia finales del siglo XIX, el dueño de los almacenes Bon Marché, François-Emile Molin, en uno de sus viajes a Japón se enamoró de esta joya, la compró, la hizo desmontar pieza por pieza y luego la llevó al corazón de París, donde la hizo armar para darla de regalo de cumpleaños a su esposa, con jardín exótico incluido. Los chismosos de oficio aseguran que la mujer del regalo al tiempo escapó con su amante a América, pero antes había organizado las mejores fiestas niponas que recuerdan en la ciudad luz. Moulin la vendió, como es de suponer, y en 1931 se convirtió en un cine que bien o mal funcionaba, hasta que en 1997 decidieron cerrarla, hecho que despertó la muy francesa conciencia colectiva y la asociación Salvemos La Pagode consiguió que se reabriera tres años después, en el 2000 y hoy ya es dueña de ese digno estado que toman las edificaciones cuando las protegen como monumento histórico.

Y qué tal esta:

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Esta es la fachada actual del Teatro San Jorge, ubicado en la carrera 15 con calle 13 en Bogotá y el cual se inauguró en el año de 1938, luego de dos años de obras llevadas a cabo por el ingeniero y arquitecto Alberto Manrique Marín. El proyecto del teatro nació del interés del empresario Jorge Enrique Pardo. El edificio cuenta con un vestíbulo que conduce a la platea dispuesta en forma de semicírculo y en el segundo piso contaba con un salón de té, un bar y un balcón. Fue una de las salas de cine más lujosas que existieron en la ciudad y a la que la gente asistía de manera masiva, cuando el teatro era digno de ser tenido en cuenta por una población pujante que vivía en los alrededores.

Seguramente después del Bogotazo de 1948 y ante el temor de que se volviesen a presentar situaciones semejantes a las que prácticamente acabaron con buena parte del centro y su historia, los residentes del sector empacaron sus pertenencias y comenzaron su desplazamiento a otras zonas de la ciudad. Entonces, el sector paulatinamente fue entrando en franco deterioro y el San Jorge también. De ser un teatro de primera, pasó a proyectar películas dobles en lo que se conoció como cine continuo y el público se fue apartando cada vez más, hasta que terminó ofreciendo programas dobles de películas porno y cerró sus puertas finalmente a finales de los 80 o mediados de los 90 del siglo pasado. Casi tumban esa joya arquitectónica, pues sus nuevos propietarios querían convertirlo en una bodega, pero a tiempo reaccionaron las autoridades de la ciudad e impidieron su desmantelamiento total. Se salvó el San Jorge y el año pasado a través del Idartes, el Instituto Distrital de las Artes, el inmueble fue adquirido y ya existen planes para su pronta restauración.

¿Y que pasó con el Teatro Real en Bogotá?  Compartiendo acera y separado por una pared del Teatro San Jorge, e inaugurado en 1920, el teatro también cerró sus puertas a mediados de la década de los años 90 del siglo anterior y su local se destinó a otros menesteres; pero ni una sola placa recuerda que ese sitio se convertiría en el último lugar en el mundo donde Carlos Gardel maravillaría con su voz el 23 de junio de 1935 (hace 80 años), pues al día siguiente cumpliría su cita trágica con el destino que lo haría inmortal, en la ciudad de Medellín. El Real no logró salvarse.

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Pero también es cierto que no hay que desconocer que existen teatros en Colombia que han rodado con buena suerte y se han salvado de morir por abandono físico y de memoria. Muchos de ellos recuperados a través de acciones llevadas a cabo por el Ministerio de Cultura, gobernaciones, municipios, o por instituciones de educación superior, como sucedió con el Teatro Faenza en Bogotá.

Y ahora el juego: ¿Cuántos de ustedes saben de la rica historia cinematográfica de la ciudad en la que viven? ¿Cuántos alcanzaron a conocer salas majestuosas en Bogotá, Barranquilla, Medellín, Cali, Manizales, Bucaramanga o Cartagena, por mencionar solo algunas ciudades? ¿Cuántos de ustedes transitan continuamente por alguna acera sin percatarse que el local que hoy sirve de institución bancaria, iglesia cristiana, asadero de pollos o simple bodega, era un teatro?

Esto tal vez sea inconcebible en grandes ciudades como Nueva York (inconcebible sin la luz de sus marquesinas), Londres, París, Los Ángeles (dónde alojar los miles de vestidos, joyas, sonrisas y glamour que en una amplia sala de cine para la entrega de los Oscar), Buenos Aires, Madrid, Toronto, Chicago, donde como hemos visto en las fotografías superiores, los teatros se preservan y los ojos de la comunidad están puestos en ellos para denunciar cualquier tipo de anomalía que vean.

Las nuevas generaciones, la de los nativos digitales, por lo menos en nuestro país, no conocieron de esa grandeza y esplendor. Hoy, dedican sus tardes de cine a chatear, contestar llamadas o consultar internet en los famosos multiplex, ubicados en su gran mayoría en centros comerciales con una variada oferta en cartelera tanto en lo cinematográfico como en horarios. Ya no es como antes, cuando al cine se iba con compostura y la disposición de asistir a un espectáculo que requería de toda la atención. Hoy para qué. Si se pierden de la proyección digital en esos centros cinematográficos, no hay problema. Para eso se inventaron los smartphones, las tabletas, los televisores con tecnología LED, o los DVD o BLU RAY (legales o piratas), que se pueden pausar, si llega a entrar alguna llamada. O sea…

@CulturaTotal

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