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Por A. Moñino

Pablo-Armero

Estamos cada vez más acostumbrados en este mundo a cumplir “resultados” por encima de lo que sea. Se ve todos los días en las empresas privadas, donde con frecuencia los jefes son unos cafres que maltratan a sus empleados o recurren a prácticas cuestionables, pero se mantienen intactos en sus puestos porque generan buenos resultados. Y en el sector público ni hablar, ganar es lo único que importa, a cambio del beneficio económico o de poder, o si no, pregúntenle a estos personajes.

Pues bien, parece que ahora en la selección Colombia el cuento es el mismo. José Pekerman, el “gerente” de esa empresa, el señor bonachón, de voz pausada y leve aire de reposada tía mayor, decidió llamar de nuevo al jugador Pablo Armero a integrar el equipo en esta fecha eliminatoria porque seguramente, para él también, el resultado está por encima de lo que sea. No fue suficiente que la calidad de Armero como persona quedara en entredicho, luego de maltratar físicamente a su esposa que se negó a tener sexo con él, después de que el futbolista se bailara varios Ras tas tas y se tomará aún más tragos de ron ron ron.

La familia “Miñía” está unida de nuevo tras el incidente, como es frecuente en estos casos, la señora feliz y de puertas para adentro no sabemos cómo siga esa -salsa- choque, ni estamos en capacidad de juzgar tampoco la forma en la que cada cual asuma su integridad y sus lazos familiares. Lo que sí resulta cierto es que, hasta el momento, no se conoce ninguna declaración de Armero lamentando el hecho o pidiendo disculpas. Por el contrario, en su momento publicó un lánguido mensaje donde afirma que es un hombre de Dios, que es una excelente persona y que patatín, patatán, patán.

Cuanto bien le haría no sólo al jugador, que gústele o no es una figura pública, así como a este país agobiado y doliente de maltrato a la mujer, que entre enero y septiembre del año pasado registró 58.674 casos de violencia intrafamiliar, según Medicina Legal, que “Miñía” se pronunciara públicamente sobre el tema, y dejara un mensaje constructivo contra el gran pecado, ese sí aborrecido por cualquier Dios, de ejercer violencia impunemente sobre la mujer. De pronto, con ese gesto necesario bajaría en algo el “sinsabor amargo”, como bien decía el también futbolista Totono Grisales, frente a la actitud irracional del gran coreógrafo de la selección y su posterior silencio. Ya a su anterior entrenador, El Bolillo Gómez, un hecho similar le costó el puesto en la misma Selección Colombia y muchos quedamos tranquilos con ese contundente precedente, y deseando que El Bolillo recomponga su vida, pero sobre todo que deje de tratar a las mujeres como a un balón de fútbol.

Por ahora, la presencia del escurridizo, en todo el sentido de la palabra, Armero, es consecuente con los índices de maltrato y la poca conciencia al respecto que aún hay en Colombia, tal vez él es el representante en la selección nacional de los muchos maltratadores con los que convivimos. Ahora bien, de fútbol, en el caso Armero, pues es mejor no hablar, porque de eso en los últimos años más bien poco, así que por ese lado tampoco es que tenga mayor aval su presencia en la convocatoria.

Independientemente del aporte que pueda dar el jugador al equipo, que dicen los que saben de fútbol está muy en entredicho por ahora, y más allá de lo que pueda ser el resultado de los partidos, no tiene presentación, en mi opinión, tenerlo en la selección Colombia, precisamente Colombia. Ojalá, por el bien del mismo jugador, nos haga saber a todos que lamenta su actuar del pasado, que se arrepiente, que irá a una terapia psicológica de pareja, que pide disculpas, que hará algo para revertir esa desgracia que es muy frecuente en este país, y que siga su camino lleno de cosas buenas y de baile, no sin antes enterarse que de alguna forma hay un castigo por su violencia, así como debería haberlo para todo aquel que lo haga, al menos una sanción social.

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