La semana pasada se confirmó que el papa Francisco vendrá a Colombia desde el 6 hasta el 10 de septiembre. Existen muchos motivos de peso para oponerse a esta visita — el primero y más importante, por supuesto, es que Colombia es un Estado laico, y si un líder religioso quiere venir al país, que se pague él mismo su visita (o la paguen sus borregos), pero no con dinero de los contribuyentes.

Este es el argumento de mayor peso: el Estado debe tratar a todos sus ciudadanos por igual, y darle un tratamiento privilegiado a una religión particular (o a varias religiones, o a todas) atenta contra todos los que no adhieren a esas creencias, por tanto el Estado debe ser absoluta y totalmente laico, para no violentar el derecho humano a la libertad de culto de nadie — ninguna religión se verá beneficiada por dineros públicos.

Esto, que es la piedra angular de cualquier sociedad que aspire a ser civilizada, no debería tener vuelta de hoja, así que, por supuesto, en Colombia casi todos ignoran olímpicamente este mandato constitucional —incluso la Corte Constitucional—.

Y hay gente que cree que el laicismo es negociable, que, bajo ciertas circunstancias (‘culturales’, extraordinarias o la excusa del momento), se puede —y, peor, sería deseable— destinar recursos públicos a la promoción religiosa. Entre esos, nunca falta el argumento utilitarista, que es el colmo de lo absurdo. Para la muestra, en el caso que nos ocupa, un tal Diego Perdomo salió a decir que no jodamos tanto, que nos callemos con nuestra libertad de culto, y nuestros molestos derechos humanos pues, al fin y al cabo, la visita del Papa traería réditos económicos al país, y que el dinero está por encima de nuestras libertades individuales, así que olvidémonos del asunto, dejemos de preocuparnos por lo que es legítimamente nuestro, y sigamos pagando impuestos para que se despilfarren en la superstición ajena, porque eso ayudará a la economía.

La esclavitud también era económicamente muy rentable, y eso no la hace menos equivocada. Permítanme rectificar: a diferencia de la visita papal, la esclavitud sí era económicamente rentable… porque tenemos razones para pensar que la visita del papa Francisco no lo será — su visita al Encuentro Mundial de las Familias 2015 en Filadelfia dejó completamente endeudada a la ciudad, aún cuando los organizadores se habían comprometido a pagar todo (y no lo hicieron).

Así que voy a ser meridianamente claro: no podría importar menos si la visita del Papa diera tanto dinero como para pagar la deuda externa y que ningún colombiano tuviera que trabajar ni un día más por el resto de su vida, ni siquiera eso justificaría que se despilfarre dinero de los contribuyentes en la promoción religiosa; sea católica, musulmana, judía, hindú o budista. Cero, nada, zip. El respeto a los derechos humanos no está condicionado a que resulten rentables: y a quien no le parezca, que se vaya a Arabia Saudita, donde prevalece la economía nacional sobre los derechos de la ciudadanía.

Y nunca faltan los que dicen que la plata igual se la van a robar, así que este es un mejor destino, como si dos errores hicieran un acierto, o un error justificara el otro. No se puede ser tan hipócrita de justificar la malversación de fondos quejándose por la malversación de fondos.

Y no me vengan con la excusa de la visita de jefe de Estado. Vamos, ¿acaso no había un Mandamiento que prohibía mentir? Toda la pompa de la noticia es porque el Papa es una celebridad católica, no más. Las palabras del presidente Juan Manuel Santos al recibir la noticia fueron la bienvenida a un líder religioso, no a un jefe de Estado — el propio Santos dijo que es una «visita apostólica» para que Bergoglio venga a repartir las «enseñanzas de Jesús» a los «hijos de dios».

Si todavía no se han muerto de pena ajena, aún hay más razones para desfallecer.

Por ejemplo, la Conferencia Episcopal se puso a soltar spoilers y resulta que el Papa viene a decirle a los colombianos que hay que dar el primer paso hacia la reconciliación. No shit, Sherlock!! O sea: vamos a gastar miles de millones de pesos en la visita de un líder religioso para que escupa una obviedad como un castillo que, para completar, podría haber dicho en teleconferencia, o subido a YouTube.

O eso de las enseñanzas de Jesús, que es un cliché tanto ridículo como peligroso, porque el protagonista principal del mito judeocristiano ciertamente tiene enseñanzas moralmente cuestionables y repugnantes.

Como si el tema no fuera ya una cadena sistemática de absurdos, aquí está la guinda del pastel: en enero de 2015, tras la masacre de Charlie Hebdo, el papa Francisco justificó el terrorismo diciendo que, con sus provocadoras blasfemias, los caricaturistas se habían buscado que los hermanos Kouachi segaran sus vidas esa fatídica mañana de enero. Wow! ¿Es eso lo que Francisco entiende por «dar el paso hacia la reconciliación»? En mi humilde opinión, ningún apologista del terrorismo es idóneo para promover el proceso de ‘paz’, mucho menos la reconciliación.

En todas sus giras, Francisco repite su monserga contra el laicismo, los derechos sexuales y reproductivos, la población LGBTI, los métodos anticonceptivos, la adopción homoparental, la tecnología y —ohh, la ironía— las «noticias falsas» de las que tanto se ha servido la Iglesia que él dirige. No hay motivos para pensar que esta vez será la excepción.

Después de esto, si alguien vuelve a decir que Juan Manuel Santos es un gran jugador de póker, entonces yo soy Messi, porque sólo a alguien tremendamente ingenuo se le ocurre hacerle propaganda estatal a un tipo que promueve todas las fantochadas antiderechos de la oposición (el uribismo y Ordóñez) a escasos meses de las elecciones.

Esta semana supimos que el pastor evangélico Miguel Arrázola amenazó de muerte al periodista Édison Lucio Torres por publicar cifras del lucrativo negocio del pastor. Arrázola es síntoma de un fenómeno mucho más grave, que es la intromisión de líderes religiosos en la política — por ser un negocio tanto lucrativo para los que lo ejercen como peligroso para la sociedad, este tipo de actividad está restringida en los países civilizados: no se pueden contaminar las reglas de todos con las creencias de unos cuantos (ni siquiera si son mayoría).

Si, como a mí, les aterra el matoneo en el que incurrió Arrázola, y que se ha vuelto un sello distintivo de él y sus colegas (Oswaldo Ortiz, Marco Fidel Ramírez, Ángela Hernández, Alejandro Ordóñez, el padre Chucho, Ricardo Arias, los pastores Castellanos, los Piraquive, Eduardo Cañas, Jorge Enrique Gómez, Ricardo Rodríguez, etc.), existen algunas formas de hacerle frente esto. La primera es exigir el más absoluto e irrestricto respeto por el Estado laico (sin excepciones de ningún tipo, ni crucifijos en las paredes, ni misas, ni villancicos en entidades públicas). Eso incluye cuestionar la visita del Papa Francisco y que se estén destinando recursos públicos para la promoción de una “visita apostólica”.

Si no están por la labor de cuestionar la visita de Bergoglio, luego no se sorprendan con los exabruptos de matoncitos religiosos envalentonados. En sus manos tienen la oportunidad de hacer algo para prevenirlo.