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Una inusual oleada de gente invade Madrid desde hace pocos días. Con caras beatíficas y banderas amarillas y blancas, se pasean por la ciudad en grupos, muchos liderados por algún sacerdote o varias monjas: son los peregrinos que vienen a ver al Papa.

Hay más de 400 mil personas que llegaron para a ver al Sumo Pontífice en Madrid, quien aparece en la capital española como una de esas polémicas estrellas del rock. La gira de conciertos del Santo Padre durará 79 horas, en las cuales tendrá eventos de todo tipo para sus fans, y multitud de quejas de sus detractores.

La llegada de Ratzinger está alborotando una ciudad que suele ser muy tranquila en esta época del año, pero que está teniendo un verano tormentoso. Primero, con las manifestaciones de la Puerta del Sol, que acapararon la atención de los madrileños durante toda una semana con protestas pacíficas por la actitud de los gobernantes y violencia absurda por parte de la policía. Y ahora con la visita del Papa que viene a añadir más leña al fuego de las críticas al gobierno y a los estamentos religiosos.

Puede que Madrid hay sido uno de los más fieles baluartes del cristianismo vaticano, pero ese apoyo se está perdiendo cada vez más entre los españoles. Aunque un 70 por ciento se declara católico, sólo un 13 por ciento va a misa regularmente. Entre los jóvenes es peor: más de un 40 por ciento se define como ateo o no creyente. Poco a poco, España se está volviendo un país que es católico «de mentiritas», porque sus creyentes apenas asisten a los servicios religiosos, siguen los preceptos papales a su antojo y no se casan por la Iglesia.

No es de extrañar, después de los múltiples escándalos que han sacudido a la Iglesia Católica por los constantes casos de pedofilia, con demandas civiles y penales en Estados Unidos, Irlanda, Alemania, Bélgica y otros países. Se volvió tan común que ya casi no es noticia.

En España aún se encubren bastante estas prácticas del pasado, pero cualquier español que haya estudiado con los curas en colegios de la época franquista, y peor aún, en internados, sabe que cosas así eran el pan de cada noche. Como me contó alguna vez un gallego de cierta edad: «cuando no te llevaban aparte para tocarte, es porque eras uno de los feos». Algo que ratificó hace poco Benedicto XVI cuando dijo que en esa época «la pedofilia se entendía como algo completamente en conformidad con el hombre e incluso con los niños». Mejor dicho, que era lo más normal del mundo.

La otra queja por la llegada del Papa es la pompa y boato con la que se engalana la presencia de un líder religioso en un estado que es aconfesional. O eso dice la constitución, porque en la práctica sigue siendo bastante mimado con el Vaticano. Se calcula que el paseo de Ratzinger por Madrid costará unos 50 millones de euros. Una cifra que en otras épocas sería poca cosa, pero que en medio de la crisis, y con cinco millones de desempleados en el país, parece un despilfarro.

A esto hay que añadirle las ventajas que gobierno ha puesto a disposición para la visita del Papa. Los peregrinos dormirán en los colegios públicos de la capital, que están vacíos por las vacaciones, junto con los polideportivos y albergues juveniles. Algo que les sale gratis a los organizadores, pero que a los peregrinos se les cobra dentro del paquete que pagan para venir a ver al Papa. Un negociazo. También se vendieron 600.000 abonos de transporte a los visitantes católicos con un 80 por ciento de descuento, lo cual les ha sentado muy mal a los madrileños, porque apenas hace unos días subieron el billete de metro un 50 por ciento.

Con estas y otras prebendas, quienes critican la forma como se está
subvencionando con dinero público la visita del Sumo Pontífice se
preguntan de dónde saldrán los supuestos beneficios para la ciudad que
alegan quienes defienden el evento. Al fin y al cabo, los peregrinos
traen todo pagado, y para lo poco que gastarán en Madrid tienen
bastantes descuentos.

Aunque al Papa en teoría lo debería proteger dios, o al menos su fe, eso no parece ser suficiente. Unos diez mil agentes vigilarán la seguridad del Santo Padre y de su séquito, para lo cual se ha destinado una parte del presupuesto por valor de 1.700.000 euros con el fin de pagarles las horas extras a los agentes que no van a poder irse de vacaciones. Un dinero que habrá que recortar de otros gastos de seguridad.

Otras medidas de seguridad que rodean al Papa son motivo de incomodidad. Dos de las principales avenidas de Madrid se cerrarán durante siete días por la presencia de Ratzinger, algo que jamás se ha hecho en España. El eje Prado – Recoletos, y la Gran Vía hasta Cibeles quedarán cortados al tráfico de vehículos por obra y gracia del Espíritu Santo y del Ayuntamiento. A esto se le añadirán otros cortes de circulación provocados por la llegada del Pontífice y por el recorrido de su vehículo estrella, el Papamóvil.

A nivel político el malestar es otro. Ratzinger viene a intentar poner en cintura un gobierno que, pese a mantener todas las ventajas a nivel económico que tiene la Iglesia Católica, aprobó leyes que no le gustan ni un poquito como el matrimonio homosexual, la ley del aborto o la ley de muerte digna. Se esperan regaños en sus sermones a este respecto, en lo que un gran sector de la población ve como una inadmisible intromisión de los asuntos religiosos en las leyes nacionales y la vida privada de la gente. Al César lo que es del César.

Y aunque a nivel oficial hay mucho apoyo para esta visita del Papa, lo cierto es que debajo de todo ese tinglado institucional que se ha montado hay una sociedad que cada vez es más crítica con sus dirigentes católicos, quienes desde hace tiempo parecen haber perdido el contacto con la realidad. Y no ayuda que el actual Pontífice, aparte de poco carismático, ha resultado ser bastante retrogrado, conservador y poco capaz de recuperar una fe que se está perdiendo en todo el mundo. Y se parece demasiado al Emperador malvado de la Guerra de las Galaxias.

En cualquier caso, ¡que disfrute Madrid, señor Ratzinger!

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