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Muchos fueron los buenos títulos que nos dejó la reciente feria, pero es imposible reseñarlos todos. Para evitar que se noten las omisiones (si se extienden las menciones), he seleccionado diez títulos, entre Novela, poesía y ensayo, que a mi falible juicio, vale la pena destacar:

V.S. NAIPAUL

Momentos literarios

Editorial Mondadori

Este es el libro perfecto para acompañar y entender mejor la obra del autor (en especial, Una casa para el señor Biswas). De todos los textos que trae, el más entrañable es, sin duda, el discurso de recepción del Nobel. Es básicamente su autobiografía, desde su infancia en Chaguanas, en la casa de su abuela materna, hasta sus inicios como escritor en Londres. Originalmente su apellido debió ser Nepal, que devino Naipal, hasta su actual ortografía.

Naipaul confiesa que lloró escuchando una lectura de “Biswas” por la BBC de Londres. Tardó tres años escribiéndola, y es en esencia, la vida de su padre junto a la extensa familia de la abuela de Naipaul, y la vida de los inmigrantes indios en Trinidad.

El libro explaya todo el credo y la concepción literaria de Naipaul, quien, más que en el talento (en lo que casi ni cree), la literatura es asunto de intuición y trabajo. Increíblemente, su gran influencia, no fue ningún novelista universal, sino su padre, que le leía en voz alta libros de Dickens y Conrad.

William Ospina

Poesía reunida

Editorial Lumen

Leer los poemas de La luna del Dragón, de El país del viento y de Hilo de arena, es entrar en contacto con el misterio; es salir cargado de imágenes y sonoridades, que en la proliferación actual de párrafos cortados y amontonados a guisa de versos, son más bien escasas. Junto con Giovanni Quessep, Ospina es quien más penetra en la esencia de lo poético. A través de sus versos largos, libres o asonantados, recupera el pasado, la memoria, la historia y sus mitos; lo mismo celebra la singladura de los Vikingos que la ira de Lope de Aguirre (un inmensurable poema narrativo); lo mismo le canta a Roma que al Vaupés; a Walt Whitman que a su gato “que ni sabe que son dos sus ojos,/ dos sus colores y sus patas cuatro”. Esta es la tercera edición de su poesía.

Daniel Ferreira

Viaje al interior de una gota de sangre

Editorial Alfaguara

La novela de este santandereano  de “Bogotá 39” ofrece rima de imágenes porque termina con lo mismo que empieza. Pero esa imagen es terrorífica, no poética: Un conboy de paramilitares se acerca a un pueblo (se presume de Santander, como el autor) con la orden explícita, inflexible, implacable, de no dejar a nadie vivo. Nunca eros y tánatos habían estado tan cerca, pues antes de la masacre, se celebraba una verbena, y, sobre la tarima tocaban los músicos y desfilaban las reinas. Siempre queda un testigo y es el que narra, no sólo el cruento acontecimiento que, por metonimia, refleja el “lindo” país que nos tocó en suerte, sino su vida, más bien triste. El aporte de la novela de Ferreira, no está en lo que cuenta, sino en cómo lo cuenta. Lo hace de manera laudable, narrando varias veces lo que ocurre una vez (¿técnica de guión cinematográfico?); utilizando un lenguaje certero, preciso y hasta aderezándolo a veces con ramalazos de poesía. Tan inquietante como la violencia ejercida con total impunidad y sin que ningún dios intervenga, es la predestinación de las mujeres jóvenes. Ante ninguna perspectiva más allá del bachillerato, solo les queda hacer parte de la colección del mafioso del pueblo, para que sus familias no se mueran de hambre.

Fernando Gómez

La soledad del cuarto oscuro

Editorial Random House

La importancia de esta novela, radica en mostrar los avatares del oficio de fotógrafo periodista; todo lo que es capaz de hacer quien quiera acreditarse una primicia. Muestra también, que en este oficio hay que tener suerte, estar en el momento oportuno en el sitio que toca, como cuando el fotógrafo está en el hospital, al pie de la cama de la niña sobreviviente de un accidente aéreo, y esta extiende la mano para agarrar un crucifijo.

Con Robert Capa como modelo, el protagonista nos pasea por una ciudad de Cali noventera, que sería el perfecto complemento de la que Andrés Caicedo no alcanzó a conocer. Gómez, de paso nos cuenta las anécdotas más desconocidas de la vida (y la muerte) del icónico Capa (por ejemplo, su esposa murió arrollada por un tanque durante la guerra).

Esperando a mister Bojangles

Oliver Bourdeaut

Editorial Salamandra

En casi ninguna otra novela han estado tan entrelazados eros y tánatos y el humor y la tragedia. Al ritmo de “Esperando a Mister Bojangles” (pero no en la maravillosa versión de Neil Diamond) una pareja de burgueses disfruta de la vida a más no poder, mientras la mirada atenta de su hijo único registra todo. Bailan a toda hora, arman paseos, comidas y reuniones. ¿Qué más se puede hacer cuando el dinero entra a espuertas y ni siquiera hay en qué gastarlo? Pero, como venden los dioses lo que dan y, a mayor altura alcanzada, más duro es el golpe si se cae…

Tanta risa había de terminar en llanto, pues la vida, toda vida humana está signada por la tragedia… ¡Nada qué hacer!

La novela termina explorando el tema de la locura y nos hace pensar en lo pasajero e ilusorio que es el tan anhelado éxito o la ansiada felicidad.

Mañana en la batalla piensa en mí

Javier Marías

Editorial Alfaguara

Recreemos esta novela, a propósito de esta bella re edición: Martha, una mujer adúltera (los adúlteros son personajes recurrentes del autor) en ausencia de Deán, su marido, trae a su apartamento y mete en su cama a Víctor, su amante y después de expresar casi intrancendentemente “No me siento bien, no sé qué e pasa” y un poco más extrañamente “Ay dios, y el niño”, Martha se muere y Víctor tarda bastante rato en darse cuenta. Después vendrá el lío de qué hacer con la muerta, qué hacer con las llamadas de su marido al contestador, qué va a pasar con el niño cuando se despierte y qué va a ser de la suerte del narrador. Pero no será la única muerte absurda en la novela (como tampoco será la única novela de Marías en que ocurran muertes absurdas). Dado que es una novela de engaños mutuos y encadenados y, de muertes. “La batalla” es el diario vivir que le espera a cada personaje después de sus duras experiencias. Ninguno podrá vivir sin batallar contra la sordidez de sus recuerdos.

“Mañana en la batalla piensa en mí”, puede ser lo que el recuerdo o la voz de cada muerta dejen en la memoria y en la conciencia de Víctor y Deán. Esta expresión es lo que golpea la conciencia de Ricardo III, la víspera de su batalla decisiva con Richmond en Bosworth, por la corona de Inglaterra. Uno a uno, los espectros de las víctimas de Ricardo (11 en total), se le aparecen en su sueño y le intimidan: “¡Medita en mí mañana, durante el combate… ¡desespérate y muere!”  “¡Tomorrow in the battle think on me”… despair, and die!”

Varias veces aparece intercalada en soliloquios y monólogos del narrador la frase tomada de Shakespeare; pero hay un episodio en que la alusión a Ricardo III es muy clara y con ella también clara la intención de Marías de jugar con los textos del “cisne del Avon”. Una noche, tras llegar tarde a su casa, Víctor, como quien no quiere la cosa, prende el televisor. y lo primero que ve en el canal, es a un caballero con armadura que encomendaba su alma a Dios de rodillas ante una tienda de campaña y en contrapunto, otro hombre acostado y vestido como un rey, que padecía insomnio, en otra tienda de campaña. En ningún momento el narrador da nombres; pero es evidente que son Richmond (futuro Enrique VII) y Ricardo York (en el momento, usurpador de la corona).

“Y entonces se le fueron apareciendo uno tras otro, fantasmas sobreimpresionados en un paisaje, tal vez el campo de una futura o inminente batalla: Un hombre, dos niños, otro hombre, una mujer y otro hombre por último que agitaba los puños en alto y solo gritaba como quien clama venganza […] le decían cosas horribles con las voces tristes de quienes han sido traicionados o muertos por aquel que amaban: “Mañana en la batalla piensa en mi”, le decían los hombres y la mujer y los niños, una tras otro, “y caiga tu espada sin filo: desespera y muere” […] y ese rey se incorporaba o despertaba aterrado chillando tras estas visiones de la noche horrenda y yo también me espanté al verlas y al oír su aullido desde la pantalla; sentí un escalofrío – es la fuerza de la representación, supongo

Y el narrador cambia de canal porque ni sabe ni entiende lo que está viendo, pero Marías nos ha puesto frente a la pantalla para que entremos en el jueguito que nos propone, como lo habría de hacer en su primera novela Los dominios del lobo, en la que varios episodios, son la reproducción de lo que el narrador ve en el cine.

Umberto Eco

El nombre de la rosa

Editorial Lumen

Este semiólogo, medievalista, teórico de la cultura y profesor de estética de muchos años en la Universidad de Bolonia,  irrumpió con pasos de animal grande y sorprendió al mundo académico con la publicación de El nombre de la rosa en 1982. Fue una toda una sensación y un Best Seller, que además fue llevada al cine con estruendoso éxito. Había barajado y descartado dos títulos para la novela: La abadía del crimen (que descartó porque fijaba la atención del lector exclusivamente en la intriga policial “y podía engañar al infortunado comprador ávido de historias de acción, induciéndolo a arrojarse sobre un libro que lo hubiera decepcionado.”) Y Adso de Melk, porque, según él, “nuestros editores aborrecen los nombres propios”. De modo que escogió el título más polisémico y ambiguo que se le ocurrió, para desafiar a los lectores a que le encontraran significado.

La novela que Eco comenzó a escribir en 1978, obedece a las ganas que él tenía ganas de envenenar a un monje, de modo que se dio gusto envenenado a varios, y a los que quedaban vivos los condenó al final a morir en un incendio. Igual iban a morir quemados a manos del Santo Oficio. Todo ocurrió en apenas siete días, que se dividían en Maitines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas. El espacio novelesco, de mucho enclaustramiento, y apenas un esporádico vistazo por fuera de él, es una abadía medieval, en la que se programó un encuentro entre los representantes de dos fuerzas religiosas: los seguidores de un Papa corrupto, defensores de la riqueza y el boato en el seno de la iglesia católica, y los monjes que estaban a favor de la austeridad franciscana. A este tema, que es el que más discurso filosófico – teológico promueve, se le suma el de los crímenes en serie que comportan el asunto policíaco de la novela. Más ocupado en resolver las escandalosas muertes, que en participar en la contienda verbal, se erige como personaje central y héroe detectivesco Fray Guillermo de Baskerville (obsérvese el guiño a Conan Doyle). Este se acompaña de un novicio ayudante, de nombre Adso (elemental mi querido Watson), quien es el que al final de la historia, como sobreviviente de la tragedia, narra los acontecimientos. El antagonista es un viejo bibliotecario ciego, Jorge de Burgos (alusión a Borges?) empeñado en no dejar que los monjes del monasterio lean un libro de Aristóteles, guardado con celo en la biblioteca, por cierto, laberíntica y llena de trampas y espejos estratégicamente ubicados para asustar a los curiosos y desobedientes frailes. La novela es a todas luces intensa e interesante, aunque pasada de erudición; es no sólo un completo retablo de la Edad Media (rituales, imaginarios, fanatismos, miedos, medicina, culinaria, arquitectura, economía, conceptos, etc.) sino una ingeniosa aplicación de la teoría de los signos propuesta por el mismo Eco. Esta nueva y bella edición incluye las “Apostillas”.

Cine y pensamiento

Porfirio Cardona Restrepo, Freddy Santamaría Velasco, Juan Osorio Villegas (Directores)

Editorial UPB; Uniclaretiana y USTA

Nueve sesudos ensayos sobre cine y estética comportan el presente volumen, que constituye invaluable aporte al estudio de la manifestación artística que en un poco más de un siglo de existencia, tiene tanta o más influencia en nuestra cultura, que las artes más antiguas: el cine, ese arte que en el siglo XX convocó a todos los talentos, le aportó sus técnicas a la literatura contemporánea; el arte al cual escritores como Carlos Fuentes, Javier Marías y Alberto Fuguet, le dedicaron libros enteros, sedujo en su momento a García Márquez y a Juan Rulfo y, lo más importante, nos ha ayudado tanto a sobrellevar la vida.

La primera parte del presente volumen, Cine y pensamiento, incluye una “entrevista” a Julio Cabrera. Esta forma de exponer lo que normalmente se hace en ponencias y “papers” tiene un feliz antecedente en la “entrevista”, El crítico artista, de Oscar Wilde, que pone en diálogo a dos personajes, Gilberto y Ernesto, ambos trasuntos suyos, para desarrollar de forma creativa y amena, lo que bien hubiera podido presentar como un ensayo tal como tradicionalmente se ha concebido. Este formato al que acude Cabrera, también es utilizado por Savater en su libro Ética de urgencia. Cabrera expone y sustenta con laudable argumentación que el cine no le va en zaga a la filosofía a la hora de ahondar sobre la condición y tragedia humanas.

En los otros dos ensayos del tema Cine y pensamiento, Alejandro Tomasini Bassols, da pautas para distinguir el cine que trasciende, del que es mero producto comercial y de entretenimiento. Es decir, lo que va del llamado cine club al de pasar el rato comiendo crispetas. Cierra el primer capítulo, el ensayo a cuatro manos, entre Nino Angelo Rosanía y Karen Cárdenas Almanza, sobre la posibilidad del cine como filosofía, a partir de su análisis de la llamada Bold Thesis. ¿Cómo es que el cine puede hacer efectivas contribuciones a la filosofía? ¿Hasta qué punto es plausible la idea del cine como filosofía?

La segunda parte del libro, Análisis de contenido, trae, en primer lugar el ensayo Suite Habana y la paradoja del silencio, a cuatro manos, las de Carlomán Molina Echeverri y Porfirio Cardona Restrepo.

En dicho ensayo se aborda la forma como Cuba es retratada en doce facetas; doce personajes, doce miradas, más la mirada de su mismo director, Fernando Pérez, que no dista mucho de la del novelista cubano Leonardo Padura en sus narraciones llenas de personajes sumergidos en la cotidianeidad habanera.

A continuación, Freddy Santamaría Velasco nos acerca a la reciente El abrazo de la serpiente. Santamaría sostiene que el ingente esfuerzo de Ciro Guerra, no se vio recompensado con la masiva recepción (digamos asistencia) del público colombiano, que tan creativo esfuerzo se merecía. El ensayo no deja dudas sobre la dimensión artística, innovadora y ética de la película. Y cierra Germán Andrés Molina con Alteridades internas. Ética pública e imágenes de no ficción en Colombia, sobre documentales de Ana María Salas y Ángela Lara.

El último capítulo, Más allá de las imágenes, comienza con el vistazo de Edgar Javier Garzón a uno de los íconos del cine, Frankenstein. Lo que hay de angustia, dolor y locura en ese famoso palimpsesto, cuyo origen se le atribuyó con admiración a Mary Shelley, hasta que Emmanuel Carrère en Bravura, nos sembró dudas, casi demostrando que la adolescente hija de Wollstonecraft, plagió y pirateó (con apoyo de Byron) lo que era en realidad creación de Polidori.

Vladimir Sánchez Riaño se apunta con un acercamiento a la película Amores perros, en una interesante forma de explicar la narratología fílmica y todas sus implicaciones pragmáticas. Y el libro nos regala su último plano secuencia con el ensayo de César Fredy Pongutá, a propósito de la película Siempreviva, otro palimpsesto cuyo texto original es de Miguel Torres, acaso uno de los escritores colombianos que mejor abordan y preservan para la memoria los hechos quizá más determinantes de nuestra Historia relativamente reciente, a saber, el Bogotazo y el Palacio de Justicia. Y Pongutá resalta la gran cicatriz o más bien, herida sin cerrar del todo, que es este cruento hecho, en la mirada estética de Torres.

Ningún arte ha experimentado la vertiginosa evolución que ha tenido el cine desde que los hermanos Lumiére filmaron la salida de los obreros de su fábrica en 1895. Ningún arte ha producido más mitos en serie, ni ha suscitado más comentarios y conversaciones de café que el cine. Pero quizá las reflexiones desde el universo académico no se den al ritmo de las películas que se filman. Por eso la presente compilación de ensayos, escritos para que se entiendan, amerita que por unas horas nos desprendamos de la pantalla y nos dediquemos a la lectura.

Enrique Patiño

Cuando Clara desapareció

Editorial Alfaguara

Otra buena novela entre las tantas merecedoras de atención, que nos ha entregado la narrativa colombiana más reciente. La realidad nacional que se cuela en sus páginas y, sobre todo, esa que está asociada a los crímenes de los hampones de cuello blanco, nos recuerda la novela, Un mal asunto, de Silvia Galvis. Pero esta novela se conecta con otra, también reciente, pero salida de la pluma de un autor de talla mundial. Me refiero a El regreso, de Hisham Matar (aunque por el título la sinergia parecería más evidente con Historia de una desaparición, también de Hisham). Veinte veces, en igual número de capítulos, la frase, a guisa de anáfora y aliteración, nos martilla en la cabeza: “cuando Clara desapareció”. tiene que ser así, para que el lector no caiga en el mismo marasmo e indiferencia, en las que la sociedad colombiana, con sus triunfalismos, sus majaderos discursos de actitud positiva y sus falacias tipo “el país más feliz del mundo”, cayó, sobre todo, para vivir con comodidad a espaldas de la realidad. Clara desapareció, porque su ética nunca sucumbió ante el sentido práctico. Descubrió el entuerto con los dineros públicos (nada nuevo, nada raro) y lo quiso denunciar (muy nuevo, muy raro). En su apuesta por la decencia y la honestidad, no cayó en cuenta de que en este país, a casi todo el que no se avenga con la corrupción, algo le pasa.

Enrique Vila – Matas

Mac y su contratiempo

Editorial Seix Barral

El más reciente libro del creador del doctor Pasavento, es muy de él, es decir, lleno de juegos literarios y gajes de erudito. Por eso una de sus alusiones más significativas es a la obra de Macedonio Fernández. En muchos aspectos, Mac se parece a su demiurgo. Sostiene que es muy difícil librarse de lo que él llama “el oscuro parásito de la repetición”, por lo cual hay que andar con cuidado a la hora de pretender ser absolutamente original. Da pautas sobre la creación de personajes, y en general, para criticar con acierto una novela: “¿de dónde sale esa creencia tan arraigada en algunos escritores muy autocríticos de que, si comienzan a repetirse, estarán empezando a marchar indefectiblemente hacia su perdición?”.

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PERFIL
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Exprofesor del Gimnasio Moderno y de la Universidad Santo Tomás; profesor de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Asesor pedagógico, conferencista e investigador académico; articulista y columnista de El Tiempo y comentarista de libros en Lecturas dominicales desde 2003. Autor de Cien remedios para la soledad y Crónica contra el olvido. Correo: parrapower2001@gmail.com

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Reconocimiento a un melómano que acaba de fallecer y que cultivó la melomanía en miles de clientes. Además. reflexiones en torno a un concierto bastante raro, el de Carlos Santana y la Fania. 

 

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En la noche de ayer, domingo, falleció de un infarto Saúl Álvarez, el fundador de la tienda La Musiteca, ubicada en el paseo comercial de la calle 19 con carrera 8, en Bogotá. Ese local fue el precursor de toda la ola de vendedores de música de la zona. Su negocio estuvo ubicado primero en una de las casetas metálicas que quedaban sobre la calle 19.

 

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Recuerdo que cuando yo era niño, iba casi todos los domingos al mercado de las pulgas que en ese entonces era por la carrera tercera. Y si estaban abiertas las casetas de discos, era el momento de bajar y mirar esas rarezas que a uno de niño lo dejan marcado para siempre.

 

La última vez que estuve, hace no más de dos meses, le compré el disco de Hercules & Love Affair, y el Dig Lazarus Dig!!! de Nick Cave. De paso le eché ojo a la hermosa caja que tenía de los Talking Heads, prometiéndome que un día de estos volvía a la tienda a comprarla... Qué impresión tan tenaz saber que si vuelvo, Saúl ya no va a estar ahí.

 

Hoy me enteré del deceso a través de José Plata, locutor de Radiónica, y luego lo confirmó por Facebook otro coleccionista, Mario Jursich. En su proyecto Musicpimp, Alejandro Marín también recuerda los últimos discos que le compró... ¿Cuáles le compraron ustedes?

 

Vive.in publicó en alguna ocasión una corta reseña de Musiteca, dentro de su guía de lugares interesantes de Bogotá. Allí aparece la imagen de Saúl, sosteniendo una de sus joyas de colección.

 

La pérdida de Saúl Álvarez es un golpe certero en la cultura del melómano que creció haciéndole encargos a este rebuscador consumado. Era demasiado raro que no pudiera conseguir algún encargo caprichoso de esos que a uno se le venían repentimanente a la cabeza.

 

Para quienes estén interesados en acompañarlo en la velación, supe que será a partir de esta tarde en la Funeraria Gaviria de la 13 con 42.

 

Paz en su tumba. Sea momento para despedirlo con una buena canción: 'Phoenix', de Wishbone Ash.

 

 

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¿Qué pasó con la Fania?

 

El pasado concierto conjunto de la Fania All Stars y Carlos Santana estuvo lleno de matices que harán de la noche del jueves 12 de marzo de 2009 una experiencia inolvidable. Sobre todo porque, pese a que fue un gran concierto con más de cinco horas de música, fue también, extrañamente, una gala de confusos errores que dejaron deslucida a una de las agrupaciones más interesantes de la historia de la música popular latina.

 

Empecemos por el final. Empecemos por Carlos Santana... ¡Qué concierto! El tipo le dio gusto a todo el mundo. Para quienes disfrutamos de sus grandes clásicos, no se midió en gastos y tocó 'Oye cómo va', 'Samba pa ti', 'Evil Ways', 'Jingo' y una que me encanta y que no me imaginaba en el repertorio: 'No One To Depend On', que me la canté a grito herido... y en uno de sus "potpurríes", metió 'A Love Supreme', un fragmento de la pieza de jazz de John Coltrane que Santana tocó con John McLaughlin en el disco 'Love Devotion Surrender', en su etapa más experimental y espiritual al 100%... cosa rara, definitivamente. Supongo, específicamente por ese fragmento, que es un concierto diseñado para gustarle también a los fanáticos que extrañan a ese Santana salvaje.

 

 

Yo sentía que me había desconectado de la música del guitarrista mexicano desde hace mucho tiempo, porque no me he sentido nunca identificado con la onda que se produjo del álbum 'Supernatural' para acá. De hecho, su música de los noventa también me parecía muy aburrida. Yo soy seguidor del Santana que comenzó en el 'Live At Fillmore' en 1968 (antes de Woodstock) y que llega al 'Inner Secrets' de 1978; luego le reconozco su importancia por 'Blues for Salvador' (1987) y me encantó el 'Santana Brothers' (1994). Pero de resto, no me gustó nada mas.

 

Y coincido con algunas teorías que dicen que Santana tenía un talento que se desarrolló hasta un punto máximo y ahí comenzó a repetir la fórmula, años tras año. Cuando ya parecía no tener más ideas nuevas, y ya invadido por una espiritualidad acaramelada que alteró su visión musical con una mística de la paz y el amor al extremo, salió con los duetos al estilo 'Supernatural', a promocionar nuevos talentos como la carrera en solitario de Rob Thomas, etc etc etc.

 

Pues bien, quienes nos creemos tan críticos con Santana desfallecimos en el concierto del pasado jueves. Si bien, el guitarrista tiene una sola fórmula para hacer todo lo que hace, lo hace de manera genial. Vale que se repita, vale que se desvíe, vale que no tenga ideas muy novedosas... las que ya tuvo hacen historia.

 

Y ahora trajo consigo a una banda interesante, con dos cantantes de perfiles interesantes, con los que grabó recientemente el álbum 'Multidimensional Warrior', reinterpretando todos sus éxitos. Un espectáculo muy sólido.

 

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Tan sólido, que aún hasta hoy me pregunto por qué los organizadores pensaron que podían integrar los dos espectáculos, el de Santana con el de la Fania... ¡Son completamente diferentes! Y si Santana traía una planificación, es respetable porque tenía ganas de tocar durante tres horas (y por eso llegó a las 12 de la noche tocando). La última vez que estuvo en Colombia, fue espectacular pero fue tratado casi como un artista de apertura frente a Soda Stereo. Esta vez quería vengarse y por eso jugó con el público a "¿Se quieren ir a dormir ya?"...

 

En la foto de la derecha, Ismael Miranda.

 

Si el mánager de Santana fue el que ordenó que sacaran a la Fania del escenario alrededor de las 9:05 p.m., eso sí está muy mal. Especialmente porque la anterior fue posiblemente la última oportunidad de ver a todo este combo de estrellas reunido. Será seguramente el último concierto de Ismael Quintana en Colombia. Y además junto a Cheo Feliciano y Johnny Pacheco, quienes tampoco pueden esconder el peso de los años, y Adalberto Santiago, Ismael 'niño bonito' Miranda y Andy Montañez.

 

Pretendían quienes juntaron a todos estos artistas que se iba a resolver una diferencia histórica en Bogotá, como homenaje al fallecido Ralph Mercado. Creían que Santana se iba a unir a la Fania, posiblemente a tocar 'El ratón' o 'Oye cómo va' en homenaje al hombre que precisamente intentó comprar a Carlos Santana hace más de 30 años, cuando le ofreció un cheque en blanco firmado, como comprando su voluntad. Fue en ese entonces que, como Santana rechazó la jugosa oferta, entonces su hermano Jorge Santana, el 'malo' (por el nombre de su banda, porque es buenísimo guitarrista) aceptó la propuesta y surgió la grabación de 'El ratón' que veíamos en el post de ayer.

 

A las 9:00 p.m. fue el turno de Richie Ray y Bobby Cruz tocando con la Fania. Salieron a tocar el 'Jala jala'. Papo Lucca le dio paso a Richie en los teclados para llegar al sonido bestial. Pero por sonido bestial, todos entendíamos otra cosa: Cada viento iba por su lado, los trombones nunca se entendieron. La voz de Bobby fue sepultada por una interferencia, piano y vientos iban a ritmos distintos, como si no tuvieran retornos. Aldredo de la Fe miraba a sus compañeros descompuesto, como si pudiera arreglar algo en el camino pedregoso hasta la primera nota. Impresionante. Recuerdo a un amigo melómano agarrándose la cabeza, sin entender por qué sonaba todo tan mal. Ninguno de nosotros entendió.

 

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Papo Lucca, Bobby Valentín y Alfredo de la Fe, desconcertados durante el concierto de la Fania.

 

Lo que pasó con la Fania fue vergonzoso. Y fue una culpa compartida, entre quienes forzaron el show y los mismos protagonistas, el grupo: una demorada salida al escenario en la que ni los presentadores del show sabían qué era lo que estaba pasando; partituras extraviadas y instrumentos desencajados, cantantes que aparecieron con la ropa con la que estaban ensayando porque nunca les llegaron los vestidos. Roberto Roena haciendo muecas de que le llevaran algo que nadie entendía bien qué era. Canciones que comenzaban y a los 20 segundos debían detener, porque iban en un tono diferente. En fin, un completo desorden.

 

Si bien cada miembro de la Fania merece todo el respeto que se han ganado a través de la historia, era importante que un concierto de este envergadura estuviera muy bien preparado. Para muchos colombianos, fue el concierto de despedida, y esa no era la imagen adecuada para cerrar.

 

Ojalá vuelvan todos juntos para un concierto exclusivo para ellos. Ojalá que así sea. 

 

Suerte y pulso.

 

 

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1 Comentarios
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  1. roberto743166

    Estimado Profesor,
    me gusta leer sus reseñas, sus comentarios, en fin paso agradablemente le tiempo que le dedicoa la lectura en castellano.
    Estoy seguro, notó aquellos descaches en el escrito de hoy,entendible descaches solmante, pero también pienso que la dignidad de Profesor y Doctorado,exigen mayores atencines a los escritos sean transcendentes o intranscendentes y así se evitan un convoy de comentarios como el mío.
    Cordial Saludo desde el Norte del Continente.
    Manuel Pérez

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