Es probable que la gran novela de García Márquez llegue a tener tantas ediciones como la Biblia o El Quijote, como probable es también, que hasta el presente, la mejor edición (por todo lo que trae añadido) sea la que las Academias de la Lengua y Alfaguara publicaron hace exactamente diez años con motivo del homenaje que se le hizo, tanto al autor como a la novela, en el marco del IV Congreso Internacional de la Lengua Española.
Pero la más reciente edición (reciente significa que acaba de salir, que todavía huele a pan recién horneado), es sencillamente maravillosa. ¿La razón? Pues, aparte de la calidad del diseño del libro, evidentemente, las ilustraciones que trae, realizadas por Luisa Rivera. Cada una de ellas es una magnífica síntesis gráfica(a color) de las secuencias que estructuran la novela, con la novedad (se diría pedagógica) de que el árbol genealógico de la familia Buendía, también viene ilustrado; es decir, que con cada nombre de personaje, viene su retrato, obviamente, según la interpretación de la ilustradora.No sobra comentar la novela, a propósito de esta nueva edición:
Considerada como una de las cinco mejores novelas del siglo XX, sacó a su autor de pobre, y a Colombia de una novelística que se había envarado en el costumbrismo y la recreación de la violencia partidista. Menos de dos años le llevó redactar una historia bíblica, cuyo título original iba a ser La casa, y cuyo contenido crecía sin tregua en su mente desde hacía casi dos décadas. En un viaje por carreteras mexicanas con su familia, tuvo la revelación: ya sé cómo tengo que redactar esta novela (le dijo a Mercedes) “con la misma naturalidad con la que mi abuela me contaba las historias”. Así que se devolvió al D.F. y, tras dejarle a su esposa la responsabilidad de llevar la casa, se encerró a escribir. Con disciplina monacal, comenzaba a darle a las teclas bien temprano y terminaba a las tres de la tarde. En realidad no hizo otra cosa que contar poéticamente la historia de su familia y lo que las matronas de su casa le inocularon de pequeño. La universalidad de esta saga de Macondo y de los Buendía está en ir (alegóricamente) del génesis al apocalipsis. Es fácil establecer la analogía entre la fundación de Macondo por el intrépido José Arcadio Buendía quien recorre indómitas e inhóspitas regiones como en busca de una tierra prometida, con el primer libro del antiguo testamento. El principio estructural del libro es el de la genealogía —léase engendramiento y nacimiento— proceso que no cesa hasta su final. Su contenido, además, incluye toda suerte de pasajes bíblicos-novelescos tales como las pestes de insomnio y olvido; la fiebre del banano; el diluvio; los incestos y matriarcados; travesías delirantes, grandes descubrimientos, exterminios y profecías.
La novela contiene episodios y escenas (con variaciones), lugares y personajes, ya esbozados o desarrollados en sus tres anteriores novelas (La hojarasca, El coronel no tiene quién le escriba, y La mala hora) como también en varios de sus cuentos, especialmente los del libro Los funerales de la mamá grande. Contiene además,un torrente de prosa poética (hecha de imagen, ritmo y sonoridad), una gran dosis de lo que se conoce como Realismo Mágico, y lo que Mario Vargas Llosa, en su monumental Historia de un deicidio, denominó: demonios históricos, personales y literarios.
Se diría que la obra de Gabo en conjunto no es más que una autobiografía cifrada; la representación verbal de un mundo descomunal cuyo vórtice es una infancia al interior de una familia insólita (por no decir una casa llena de locos). Que su niñez no fue lecho de rosas; que su juventud de corroncho en Bogotá presagiaba que no iba a cumplir con las expectativas de sus padres, y que aguantó hambre y se dio contra el mundo en su periplo europeo, queda bastante claro, según Gerald Martin y Dasso Saldíver, sus principales biógrafos. Gracias a ellos, hoy día podemos saber las peripecias y situaciones muy curiosas de Gabriel García Márquez, antes de que escribiera la gran novela, como por ejemplo, su amor parisino, que viene siendo la verdadera inspiración para Rayuela de Cortázar, y que bailaba, tocaba y cantaba a cambio de trago y comida (antes de que un crítico español lo desahuciara como escritor), antes de convertirse en lo que Martin llama “el escritor más célebre que ha dado el tercer mundo”.
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