Hace poco en Islandia detuvieron la construcción de una carretera argumentando que se podría llegar a alterar el bienestar de los elfos. Los elfos, sí. ¿Por qué hablar de elfos en plena Semana Santa? Nadie cuerdo podría creer en esas historias de fantasía. Mejor hablar de verdades absolutas, como la bondad o santidad de Juan Pablo II, ¿verdad?
Mucha gente dice que Juan Pablo II —beato ya, santo dentro de poco— fue un papa bueno o buen papa, y yo, en las dos formas, me pierdo un poco. Porque, ¿cuál es, en este contexto, el significado de bueno? ¿Fue un buen teólogo? ¿Fue un buen líder para sus fieles? En fin, ¿cómo se califica esa tarea del papado? ¿Cuál es su legado? ¿A quién beneficia esa herencia? Con las respuestas que hallo, y desde mi perspectiva, no encuentro una acepción que se ajuste al adjetivo.
Él junto a Margaret Thatcher y Ronald Reagan cambiaron el mundo; pero para mal. Por un lado montaron un modelo de estado empequeñecido en donde el mercado regula cualquier relación, que en lugar de proteger a los trabajadores, debe disminuir impuestos a los ricos. Estos regímenes dejaron de lado la tarea de ser los justos distribuidores de riqueza y asumieron la de guardianes de la moral pública, poniendose de manifiesto el conservadurismo moral que tanto le interesó al beato. Y así; al volverse un aliado indiscutible del neoliberalismo de los 80, que nos tiene ahora uniformados, sometidos, explotados y sin posibilidad de futuro, él terminó de romper la promesa por la cual la iglesia para proteger a los menos favorecidos. ¿O sería eso lo que su santidad buscaba? Que al vivir en esta desesperanza en nuestro paso por la tierra creamos en un futuro en el más allá.
Un santo padre que, en lugar de hacer lo mínimo que debía —cada uno puede hacer su lista—, y sin la rigurosidad habitual anterior, se dedicó a llenar a su iglesia con más de 400 santos. En algunos casos cuestionados y de manera exprés como el de la Madre Teresa de Calcuta. Pero entretanto protegía a personas poderosas y de dudosa reputación como a Roberto Calvi, Michele Sindona o al cardenal Paul Marcinkus.
Además porque cómo puede haber un papa bueno, si él debe velar por los intereses de su iglesia con una agenda ya definida. Una que, lamentablemente, va en contravía de cualquier proyecto humanista. El único vicario de cristo bueno es uno que ayudara a su rebaño a luchar por la igualdad y no contentarse con lo que les tocó. Ese guía espiritual que llevaría a sus fieles a entender que todas y cualesquiera creencias son respetables, que ninguna es más valiosa que otras y, que por ello, creer en Dios es igual de significativo que creer en gnomos, dragones, o como la mayoría de los islandeses, en elfos. Uno lo suficientemente capaz y valiente para transmitir el mensaje de que su fe no contiene la verdad absoluta de nada, que estimulara a las personas a razonar más y creer menos. En últimas, un papa liquidador que desmontara la iglesia católica y sus mentiras.
Ve, ¿será que Juan Ma se acuerda de la enfermedad holandesa?
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