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El capitalismo ha logrado mucho más, en beneficio de la especie, que ningún otro modelo empleado durante la historia. Sus victorias son indiscutibles. El siglo XX estuvo colmado de pasos agigantados dirigidos a mejorar nuestra estadía en el mundo, alcanzar mayor bienestar y progresar. La ciencia y la tecnología jamás habían contado con un proveedor de recursos tan capaz como el aparato concebido por el liberalismo para afrontar los retos que el crecimiento económico, y la búsqueda de un mejor porvenir, nos han planteado.

Con el paso del tiempo hemos hecho del planeta un mejor lugar para el desarrollo de la humanidad; hemos llevado educación, salud y servicios básicos para una mayoría bastante considerable de la población. Necesitábamos de un sistema así para llegar a donde hemos llegado, de haber continuado viviendo como veníamos haciéndolo, en condiciones de insalubridad devastadoras y pobreza extrema, estaríamos alcanzando los treinta y cinco años con una amenaza de muerte latente. Pero, lastimosamente, y me refiero a ello como una lástima ya que todo final implica algo de nostalgia, ha llegado el momento de darle un nuevo sentido a nuestro andar, para ello cabe ser críticos y estar dispuestos a realizar cambios.

¿Estamos a la altura de los avances que hemos venido presenciando? Creo que no. Las condiciones en las que se desenvuelve la humanidad en su cotidianidad han hecho que sus individuos enfoquen toda su atención y esfuerzo en generar riqueza, al parecer tomamos la decisión de ser indiferentes ante las inquietudes dadas por la existencia a cambio de permanecer deslumbrados por las preocupaciones que el materialismo trae consigo. Hombres y mujeres pasan sus días pensando en cómo aumentar sus ingresos, su capacidad adquisitiva, mientras su vida se esfuma tras el telón de lo aparente dispuesto por el hiperconsumismo. Hemos ignorado al engranaje que todo lo abarca  —tan masivo como inevitable— y que no encuentra resistencia. La humanidad no puede permitirse seguir cediendo su libertad, nos encontramos ante algo deslumbrante que, con engaños y cumplidos, se ha apropiado de la realidad. Hemos entregado el dominio de nuestro destino mientras, abarrotados de conclusiones equívocas, fundadas en razonamientos que creemos propios pero no lo son, tomamos decisiones que van en detrimento de todo lo que hemos construido.

La ambición desmedida alrededor del ascenso social nos ha desviado de nuestros propósitos verdaderos; la dignificación del individuo, el desarrollo del intelecto y la consecución de una vida en comunidad cada vez más provechosa. La vida idealizada a la que nos expone diariamente el mercado nos ha llevado a un precipicio del que no habrá salida y cuyo único resultado será la insignificancia.

Tal como mencionaba al inicio, son innegables los logros del sistema que creamos, pero la contemporaneidad, en mi opinión, ha comenzado a reclamar las variaciones que durante nuestro camino hemos dejado de contemplar. Necesitamos deconstruir la realidad en la que nos desenvolvemos y revaluar algunos axiomas. El sosiego ofrecido por la seguridad de la inmutabilidad no puede seguir obstaculizando nuestro desarrollo existencial. Hay momentos en que es preciso entregarse a la incertidumbre para ver lo que no hemos podido ver. Estamos siendo víctimas de una nueva forma de ejercicio del poder, el psicopoder, mencionado por el filósofo Byung Chul Han en su obra, ejercido a través de las permisiones y los estímulos. Nos están planteando una libertad dispositiva ilusoria mientras ejercen control sobre nuestras decisiones. ¿Somos libres? No,  no lo somos.

Pasamos de la sociedad de la vigilancia, expuesta por Michel Foucault, a una en la que se ejerce control a través del rendimiento, la sociedad del sí y del sí puedo, un culto al hacer y al poder hacer, en la que de la mano de la búsqueda de un paradigma de felicidad impuesto, determinado por una realidad idealizada, nos autoexplotamos y desconocemos, somos el amo que dejó de ser amo, somos individuos que renunciaron a servir a otro para terminar siendo esclavos de sí mismos. El hacer permanente ha hecho de nuestras vidas un cúmulo de pensamientos constantes que nos hace vivir un presente prolongado durante toda nuestra existencia.

De seguir así, será ineludible la catástrofe. Doblegarnos ante el sistema nos llevará a la frustración, a la tristeza y a la desaparición, precisamente muchas de las neurosis que nos agobian en la actualidad hallan fundamento en la suma de objetivos inalcanzables que nos agotan, en la perfección que nos exigimos, ignorando que la vida se trata, como dicen algunos, de una serie de sucesos al azar, dados por el caos que rige al universo, y su superación fundados en nuestra capacidad de raciocinio. Finalmente, y esto me gusta recordarlo así, la vida es tal como la describía Estanislao Zuleta: un elogio a la dificultad.

@GabrielCasadieg

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