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Por miedo, dejé pasar la primera oportunidad que tuve de ser docente; era muy joven, la responsabilidad me asustó y tuve que declinar. Años después y por accidente, pude vivir esa experiencia, no con menos temor pero sí con un buen resultado. Mi formación como ingeniero me permitió contar con una serie de herramientas para hablar con propiedad sobre el tema, pero las habilidades para comunicar mis ideas efectivamente, interactuar con mis estudiantes, ser paciente y generar motivación, las tuve que aprender de primera mano porque son el tipo de cosas que no se reconocen ni se enseñan en ninguna clase.

El desconocimiento de las habilidades blandas en la Academia, es todavía una realidad muy palpable que va en contravía de las tendencias de los mercados laborales; cada vez menos preocupados por los títulos y más conscientes de las habilidades integrales que debe tener un profesional para tener éxito.

Incluso en disciplinas cuyas áreas de acción exigen destrezas aplicadas específicas, el rigor y la reputación de los constructos teóricos siguen siendo mucho más valorados que otras habilidades prácticas. Esto es evidente en algunas mallas curriculares de programas de pregrado, en las que se dedica un espacio desproporcionado a asignaturas introductorias y teóricas que retrasan el acercamiento a las condiciones de la vida laboral.

A esto se enfrentan muchos estudiantes de primeros semestres, quienes, con profundos intereses de aprender y de poner en práctica lo aprendido, se ven obligados a superar sistemáticamente un muro de pre requisitos teóricos antes de poder llevar a cabo un ejercicio práctico.

La facilidad con la que hoy en día se puede acceder a conocimientos que anteriormente eran “custodiados” por un docente, ha puesto en jaque a los programas académicos tradicionales basados en la repetición de información y por esto el balance entre teoría y práctica debe cambiar.

En este sentido, he sido testigo de una transformación que se ha vivido claramente en el área de la capacitación tecnológica, allí se puede ver cómo a los títulos académicos tradicionales les están ganando el terreno las certificaciones oficiales en manejo de software y hardware específicos. Quienes pueden acreditar su experticia en el dominio de una herramienta concreta, pueden llegar a ser más codiciados e interesantes para las empresas, incluso internacionales, que quienes presentan solamente un compilado de títulos y conocimientos teóricos.

Desafortunadamente, nuestros sistemas educativos están diseñados para evaluar y reconocer solamente esto último.

No desconozco que los conocimientos teóricos tradicionales sean importantes, pero sus funciones y la intensidad que tradicionalmente se les ha dado, merecen ser revisadas. Las universidades debemos propiciar espacios paralelos de reconocimiento y certificación, que entiendan que las experiencias que nuestros estudiantes viven por fuera de un salón de clases pueden ser tan o más importantes para su formación que sentarse a escuchar una charla magistral, realizar un ejercicio teórico o leer el capítulo de un libro de texto.

@FDavilaL

Fernando Dávila Ladrón de Guevara

Rector Institución Universitaria Politécnico Grancolombiano

 

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