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Dudo que haya palabras precisas para describir lo que actualmente tiene lugar en la frontera entre Venezuela y Colombia. Tanto la tiranía irracional del pseudo-presidente venezolano y su corte dictatorial como la mezquina actitud utilitarista asumida por la extrema derecha colombiana deben ser reprobadas y denunciadas como la evidencia de que cualquier extremo a nivel político es noscivo y debe evitarse a toda costa.

Sin embargo, en lo que hay que enfocarse realmente es en la situación de miles de compatriotas que sufren las consecuencias de lo peor de los dos países. Por un lado, la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades que los obligó a tener que dejar sus hogares y sus seres queridos para buscar un mejor futuro en otras latitudes. Y por el otro, el aprovechamiento de su situación de vulnerabilidad como inmigrantes para generar golpes de opinión a favor de un gobierno ilegítimo, ignorante y brutal. En esa medida, es tan cierto que los colombianos en Venezuela no migraron por gusto sino por necesidad, como que hoy están siendo deportados a la fuerza y bajo una dinámica de violaciones masivas y sistemáticas de Derechos Humanos por parte del estado expulsor.

En su alocución de anoche, el presidente Santos fue acertado en señalar que lo más importante en este momento es atender la emergencia humanitaria que hay en la frontera; hay pues que brindarle a nuestros compatriotas todos los elementos necesarios para que sus necesidades básicas sean satisfechas, así como acompañamiento psicológico ya que ningún movimiento migratorio forzado es facil de sobrellevar. Igualmente, habrá que pensar en la deuda histórica que hay con ellos, y aprovechar la oportunidad para que el Estado haga lo que no hizo antes y se les brinde opciones para desarrollar un proyecto de vida en su país y no en otro.

Ahora, una vez asumido lo que es urgente y más importante, el Gobierno debe sin duda asumir una posición enérgica con respecto a las acciones llevadas a cabo por el gobierno venezolano -no por Venezuela ni su gente, que es totalmente diferente. Y esto no quiere decir ni mucho menos, como dieron a entender algunos despreciables opositores oportunistas, que Colombia debe asumir una actitud hostil con el país vecino. Eso sería inconveniente, legitimaría la posición de Venezuela, y afectaría el desarrollo de los diálogos de paz con las Farc (eso es precísamente lo que quieren quienes piden intervención militar). A lo que me refiero con la asunción de una actitud enérgica es a utilizar los canales diplómaticos y jurídicos con que cuenta Colombia para denunciar ante la comunidad internacional lo sucedido, y pedir no sólo un cambio inmediato de actitud por parte de Venezuela, sino la compensación a las personas afectadas.

Al final, no podemos caer en la trampa de interpretar esto como una afrenta a la soberanía nacional ni un llamado a enfrascarnos en una confrontación innecesaria con un pueblo que, aparte de la inmundicia de sus gobernantes, es lo más parecido a nosotros porque innegablemente somos productos sociales similares. No nos sometamos a aquellos que quieren imponer odio y violencia para asegurar el favorecimiento de sus intereses. Eso si, debemos movilizarnos como Estado y como humanidad para ayudar a quienes en este momento sufren, y tal vez, aprovechar esta emergencia para empezar a pensar que más allá de nuestras diferencias políticas a nivel interno, tenemos que empezar a pensarnos como una sociedad menos desigual y más solidaria hacia el futuro. Precísamente, para evitar que esto vuelva a suceder.

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