La vida está llena de lecciones de humildad y paciencia, y de nosotros depende si las tomamos o no…
Foto: CAUT – César Alejando Uribe T.
Hace poco menos de dos meses manifestaba en esta columna mi pesadumbre por la actuación de Nairo Quintana en el Tour de Francia –“sólo” logró ser tercero frente a la mejor versión de Chris Froome –, y planteaba que tal vez las pobres maneras de su equipo y su estilo conservador a la hora de correr le podrían generar dificultades para conseguir el famoso “sueño amarillo”.
Seguiré pensando con tozudez que el Movistar de Unzué es una escuadra que privilegia intereses comerciales antes que la consagración definitiva de el de Cómbita, y que el ciclismo épico – ese que practicaron los mores Merckx e Hinault – será mejor que el del ataque a tres kilómetros de meta para ahorrar gasolina y piernas. Pero en lo que nunca volveré a dudar, lo prometo, es en las ambiciones de Nairo Quintana de ser el mejor y honrar a su país de origen, Colombia.
Los que llevamos siguiendo a los escarabajos por años, muy a pesar del dramático debilitamiento de la afición como consecuencia de las innumerables crisis económicas, el maldito doping y la emergencia de la obsesión futbolera, nos encontramos contemplando cual paleontólogos mesiánicos al eslabón perdido. Nairito encarna la raza que de las cumbres andinas recibió el don de la versatilidad física y la resistencia al dolor. Pero también representa la versión mejorada de la escultura del alfarero boyacense, pues se encuentra dotado de un “software” de última generación en el que no hay virus de complejo y inferioridad, y más bien, bullen actualizaciones de mentalidad ganadora.
Lo que vimos entre el 20 de agosto y el 11 de septiembre fue un recital de ciclismo. Y es que no sólo encontramos un recorrido propicio para duras batallas, sino que además contamos con la mayoría de los gladiadores de primera línea, cuyas motivaciones para ganar, si bien eran disímiles, todas tenían verdad. Froome quería demostrar que es más que un ganador de Tour, y que tiene las herramientas para subir a lo más alto del Olimpo ciclista al lado de Coppi, Anquetil, Merckx, Hinault e Induráin. Contador necesitaba demostrar que, a pesar de su edad y malogrado palmarés, sigue siendo un ciclista fundamental y dotado del más puro talento para romper el pelotón a su antojo. Chaves ansiaba confirmar su condición de corredor de grandes vueltas, para así soñar con títulos importantes y faenas heroicas como la que remató el sábado pasado en Aitana. Y Nairo, el gran Nairo, se exigía a si mismo salir de aquel extraño manto de duda y melancolía que lo cobijó el pasado julio, cuando por diversas razones las piernas no dieron y el corazón no empujó lo suficiente.
Y sí que nos ha brindado lecciones esta hermosa carrera. Quintana nos demostró que no ha dejado de ser aquel que ganó con suficiencia el Tour del Avenir en Risoul, aquel que desafió insolente al imperial tren de Sky de camino a Morzine en la Dauphiné de 2012, y como no, aquel que emergió como el mejor escalador del mundo en el Giro d´Italia 2014 y los Tour de France de 2013 y 2015. Nos dijo entre líneas a quienes, debido a nuestras propias inseguridades, dudamos de él, que no debemos juzgarlo por eventuales momentos de debilidad. Porque lo más maravilloso de ser humano es que, precisamente, justo cuando parece que vamos a caer, nos levantamos con fuerza para hacer estallar las estrellas y trascender con nuestro legado. Hay corredor para rato, y hay generación ciclística colombiana para rato, pues los Chaves, López, Henao, Bernal y compañía son realidades muy cercanas al campeón de la Vuelta 2016.
Y mientras yo escribo esto desde Bogotá, mi viejo amigo César Alejandro Uribe reportaba desde Madrid, en la plaza de Cibeles, donde vivió como pocos el privilegio de sentirse parte de la victoria de Nairo. Son tan emotivas sus palabras y recuerdos, que me permito transcribirlos para darle “sangre, sudor y lágrimas” a este relato. Al “Pana”, mi compañero de mil batallas, gracias por prestarme un poco de su emoción:
Eran las 7 pm pasadas en Madrid, el sol brillaba aún con fuerza y calentaba rondando los 30ºC. Fuimos caminando desde el barrio La Latina hasta la Plaza de Cibeles en el centro de la ciudad. Subiendo por el Paseo del Prado, a medida que nos fuimos acercando a nuestro destino, empezamos a ver cada vez más camisetas amarillas, banderas tricolor, y uno que otro sombrero vueltiao, una mochila, etc. Al llegar a la Plaza de Cibeles, cualquier extranjero desprevenido podría haber pensado que no estaba en la capital española, sino en cualquier ciudad colombiana, pues eran miles los compatriotas apostados allí para recibir al flamante campeón de La Vuelta España 2016, Nairo Quintana, y al otro colombiano con el que compartió podio, Esteban Chaves.
En el lugar, donde se cruzan el Paseo del Prado con la Calle de Alcalá, detrás de las barandas de protección puestas por las autoridades y la organización de “La Vuelta”, se veían incontables banderas tricolor, incluso desde lo alto del edificio del Palacio de Cibeles; había personas de todas las edades, familias completas, parejas, y uno que otro individuo, creo yo, representando a todos, o casi todos los rincones de Colombia. A medida que se fue acercando el lote de ciclistas empezaron a oírse los ¡“Viva Colombia!”, “Viva Nairo!”, ¡Viva Esteban Chaves!” y hasta hubo una papayera que armó fiesta con varios de los presentes. Tampoco faltaron las botellas de “güaro” entre algunos asistentes para prender aún más el ambiente. Fue casi imposible ver a los ciclistas en cada una de las pasadas que hicieron por el lugar, ya que, además de quedar ubicados varios metros atrás delas personas que se hicieron en primera fila junta a las barandas, se suma que casi todos los presentes tenían extendidos sus brazos con celulares y cámaras fotográficas intentado capturar alguna imagen de los deportistas. Los gritos y los vítores fueron aumentando con cada vuelta hasta cuando terminó la última etapa y por fin Nairo se proclamó oficialmente como campeón.
Al estar ubicados en punto desde donde se veía la tarima donde instalaron el podio, al momento de la premiación más personas llegaron a ese lugar haciendo muy difícil moverse y peor aún sacar alguna foto de los ciclistas debido al mar de manos, brazos, banderas y celulares.
Los momentos más memorables fueron cuando Nairo Quintana y Esteban Chaves recibieron sus premios y levantaron sus brazos para saludar al público, y luego cuando los miles de asistentes empezamos a entonar el himno nacional de Colombia. Se sintió como el Estadio Metropolitano de Barranquilla en un partido de eliminatorias al Mundial, haciendo erizar la piel y despertando un sentimiento de nostalgia por la tierra que nos vio nacer.
Al terminar la ceremonia de premiación que consagró a los escarabajos en territorio español y mientras caía la noche en Madrid, los miles de colombianos nos fuimos diluyendo por las calles madrileñas, felices y orgullosos portando la camiseta amarilla, y añorando un poco más a nuestro país.
Y lo mejor de todo es que tenemos Quintana, Chávez, Atapuma, etc. para rato.
Foto: CAUT – César Alejando Uribe T.
Twitter: @desmarcado1982
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